Comparto contigo un texto para reflexionar, que escribí hace años, cuando soñaba que algún día el pueblo se rebelaría pacíficamente contra sus corruptos gobernantes, cuando anhelaba un cambio de conciencia en todo el planeta, y para ello utilizaba metáforas en mis obras literarias, antes de imaginar que un día me echaría a la calle para defender esa libertad y dignidad que nos corresponde como seres humanos.
Con todo mi aprecio para mis compañeros y amigos del Movimiento 15-M. Me siento orgulloso de que sean mis compañeros en un viaje apasionante, el de la búsqueda de la libertad y la dignidad para todos los seres humanos.
José Antonio Iniesta.
CRÓNICAS DE ARTURO
Capítulo VI
Año Mago Resonante Blanco. La Victoria Descarga.
3ª Semana Azul. La paciencia transforma.
18 de la Luna del Conejo Cristal.
Kin 59. Tormenta Resonante Azul.
“Canalizo con el fin de catalizar (me inspiro en la energía)”.
C.G.16-6-00.
A través del Kuxan Suum hacia Hunab Ku, el centro de la Galaxia.
A Llanos, Dragón Lunar Rojo, por el encuentro a la luz de la luna llena de esta noche.
Una hormiga con alas de ángel
José Antonio Iniesta
Luna Galáctica Roja
La hormiga dio dos pasos y medio y pareció que el mundo se le viniera encima. Un inmenso monolito se había interpuesto en su camino, una infinita torre de siete pisos que ascendía hasta las nubes.
Era mágica la aureola del torreón, que adivinaba sus misterios a través de grandiosos ventanales con arcos que resplandecían al sol.
–¡Quién pudiera acceder a sus misterios! –se decía–, descubrir los secretos que guarda en sus estancias, para elevarme de una vez por todas en este reino de hormigas que no hacen otra cosa más que caminar en una hilera interminable, del hormiguero a la comida, de la comida al hormiguero.
Pero nunca supo que el torreón hechizado que se elevaba hasta los cielos no era más que una piedra que el agua había erosionado haciéndole agujeros. Estaba clavada en el suelo, elevando su verticalidad entre la hierbecilla que se convertía en un bosque para el pequeño insecto, que se sentía tan pequeño ante lo que le rodeaba que a veces, sólo a veces, dejaba la hilera, y renegando de su instinto se alejaba de la comunidad para guardar silencio. Para ello dejaba de tocar las antenas de sus hermanas y así permitía que la eterna conversación del clan diera paso a un silencio interior desconocido por su especie. El eterno diálogo entre las hormigas siempre era el mismo:
–A diez briznas de hierba hay un grano de trigo que enfila una recta a tres grados con la aljuma caída hacia un pétalo que está en sazón, bien reseco, aromático y sabroso.
–Al último grano de arena caído del cielo hay que bordearlo por la derecha, para no caer en el lago formado con la última gota de rocío que cayó esta mañana, resbalando por la hoja gigante de la planta extraña.
–Cuidado con los monstruos que surgen detrás del trozo de tronco número doscientos veinticinco, el que está a medio camino entre la flor amarilla y la rama interminable.
Y así se desarrollaba la vida entre las hormigas, poniendo medidas y nombres a las cosas más cercanas, que siempre parecían inaprensibles, trazando rectas y ángulos para no terminar más que en el puñado de semillas que podían recorrerse en una jornada.
Pero algo se agitaba en el corazón de la hormiga, o lo que ella creía que era un corazón de hormiga, un puntito que a veces parecía latir de emoción cuando la sombra de los pájaros se dibujaba como una ráfaga de muerte que rasgaba la tierra. Era ese corazoncito el que le decía que había otros mundos más allá del que conocía, que tuviera la suficiente valentía como para alejarse definitivamente de la hilera y descubrir lo que presentía más allá de la piedra del Fin del Mundo.
Las hormigas expedicionarias, las más atrevidas del clan, habían estado allí, y contaban que más allá no existía nada. Era el finis terrae de las hormigas, el fin de la tierra. Las historias del límite del mundo conocido habían sido utilizadas por los juglares para contar terroríficas historias en las noches de luna llena, cuando la comunidad, escondida en el interior de las galerías más profundas, se sobrecogía al escuchar semejantes relatos.
Decían éstos que un mundo de espíritus, como la niebla que algunas mañanas se arrastraba por el suelo, poblaba el limbo, donde irremisiblemente desaparecería cualquier hormiga que se aventurara a atravesar la piedra del Fin del Mundo. También había monstruos de leyenda, como los pájaros de siete picos que se comían a un hormiguero de una sentada.
Todo esto había motivado que la reina aprobara un edicto por el cual estaba absolutamente prohibido que una hormiga se saliera de la hilera, limitándose como siempre se había hecho, desde que el mundo es mundo, a recoger alimento y cruzar las antenas. Por algo eran el pueblo civilizado, la especie más evolucionada de todas cuantas poblaban la tierra. Sabían que estaban organizadas en un sociedad perfecta, constituida como un engranaje creado desde los albores de la creación para dominar al resto de los seres, incluidas algunas otras especies de hormigas, con otros colores y antenas, que a veces osaban atravesar las fronteras de los palos clavados en el barro.
La hormiga solitaria parecía cada vez más extraña. En una ocasión había osado desobedecer las órdenes de la reina y ahora se había acostumbrado a hacerlo. Es más, había descubierto el placer que ello le producía, pues le permitía descubrir nuevas piedras que nunca había visto, o lo que él creía que eran edificios magníficos, restos de una civilización desaparecida que se había llevado sus secretos a la tumba o los había cifrado en los extraños signos que a veces encontraba a su paso.
En una de estas escapadas, cuando atravesaba un oscuro bosque de hierba, se encontró con una vieja hormiga. Era increíble, pero contra toda ley natural había subsistido en solitario. Según los Anales del Hormiguero era absolutamente imposible que una hormiga viviera sola, pues únicamente era posible la supervivencia de un miembro en unión con los demás. Cómo era posible que hubiera sobrevivido al invierno sin refugiarse en las cálidas cavernas, sin disponer de un surtido granero.
Con su existencia contradecía aquellas informaciones, lo que confirmaba que algo raro ocurría en ese trozo de mundo que ahora recorría. ¿O era, quizás, que la historia de las hormigas no era tan cierta como siempre había creído?
La vieja hormiga era eremita y se alimentaba de trocitos de hierba reseca que ella misma recogía. Estaba encorvada y sus ojos no tenían el brillo acostumbrado, pero la hormiga fugitiva nunca se había sentido tan encantada al escuchar unas palabras. La anciana había sentido también la tentación de abandonar la hilera y buscar en los oscuros bosques que nadie se atrevía a atravesar, y ahora hablaba de reinos que estaban en el cielo, allá donde no había tierra que sustentara a las piedras ni donde las semillas pudieran germinar.
Hubo un momento en que la hormiga aventurera pensó que la anciana hormiga había enloquecido, pues no era posible que hubiera comida en el aire, donde ninguna planta puede echar raíces. ¿Cómo se podría subsistir entre los hilos de niebla que se veían arriba, si no se podrían cavar galerías dormitorio para pasar la noche y el duro invierno?
Pero poco a poco su palabra le cautivó, pues sintió que algo como una hormiguilla (se rió ella misma de la expresión) agitaba lo que creía que era su corazón.
–Sí, pequeña, el Universo que nos rodea no hubiera sido conocido si no existieran los exploradores de la mente, los marinos que surcan las aguas del corazón.
–¿Exploradores de la mente, qué piedra se llama mente? ¿Es que tiene agua mi corazón para navegar por él?
Y la vieja hormiga se recostó junto a la aljuma de un pino y entrecerró los ojos, chasqueó la mandíbula y se frotó las antenas, desplegándolas después hacia las de la hormiga-discípula, que se había aventurado a surcar el infinito mar del recuerdo, alejándose para siempre del olvido.
–Todo cuanto pueda decirte está en ti, también en cada uno de los granos de arena y en todas las gotas de lluvia que tanto nos asustan. ¿No te has dado cuenta de que eso que parece la furia del cielo, luego se remansa y permite que la hierba crezca y nos regale la semilla que es nuestro sustento? Todo está en ti, pequeña, para que recuerdes el lugar de donde vienes, el proyecto que te marcaste y el destino que te empuja a reconocerte.
Somos hijas de la Tierra, porque ella nos nutre, porque sin la tierra que nos sustenta no podríamos mantener el paso y recorrer todos los caminos, pero necesitamos que nos nazcan alas para emprender el vuelo que siempre fue nuestro. No es posible aprender sin levantar la cabeza, sin tratar de comprender a todas las hormigas, sean negras o rojas, pacíficas o guerreras. ¿Quién podrá saber entonces que el mundo es una esfera? ¿Tendremos que pensar siempre que es el trozo de tierra que acaba en la piedra del Fin del Mundo? ¿Por qué te dejaste engañar? ¿Nunca pensaste que después de esa piedra habría otra piedra, y otra más después?
La hormiga, que escuchaba atentamente, carraspeó confusa y habló de aquellas otras hormigas a las que cuando llovía les nacían alas y salían volando del hormiguero, lo que era considerado por su comunidad como un puro acto de brujería.
–No, no son esas alas a las que me refiero, sino a las del vuelo interior. Cuando piensas, cuando sientes, cuando imaginas, abres las puertas de otras dimensiones, y esas puertas terminan convirtiéndose en palitos por los que cruzar un lago, y ramas que se extienden a tu paso para que puedas alcanzar el más grande de los árboles y así, he ahí el secreto, descubras que la piedra del Fin del Mundo es una gran mentira. ¿Sabes lo que es una montaña? ¿Has visto alguna vez el mar? ¿Qué crees que es el hombre?
–¿El hombre?
Esta palabra le produjo miedo. En algunas ocasiones había escuchado a las hormigas más ancianas del clan pronunciar ese nombre en silencio, entre cuchicheos, y siempre que había preguntado le habían tapado la boca, mirándola con los ojos del miedo. El nombre era impronunciable, porque al parecer, todo el mundo quería creer que era una leyenda. Unos por miedo a que fuera verdad, otros porque el pánico se extendiera por la comunidad y acabara con la tradición de buscar comida y cruzar las antenas.
–Sí, el hombre, respondió la eremita, una hormiga enorme que también busca comida sin cesar, a lo largo de interminables hileras. Su mundo es un hormiguero de ruidos insoportables en el que cada vez se escuchan menos entre sí, porque se han acostumbrado, como nosotras, a no salirse de la hilera. Es sorprendente ver cuánto nos parecemos…
–¿Entonces existen, es verdad que existe el monstruo llamado hombre?
–Oh sí, claro que existe, pero no es un monstruo. Sólo cuando uno se reconoce verdaderamente a sí mismo descubre que no hay monstruos en cada uno, aunque a veces lo parezcamos, sino seres de luz. Son seres de luz como nosotros, parte de una chispa divina que llevamos dentro, lo que pasa es que tanto unos como otros a veces no nos damos cuenta de que somos todo cuanto nos rodea, y ello nos hace sentirnos diferentes. Una hormiga teme al hombre porque puede ser aplastada por él; un hombre teme a una hormiga porque cree que se va a comer su comida, o porque sencillamente se va a subir por sus pies y le va a hacer cosquillas. El problema de nuestro mundo es que no hay entendimiento.
Y la joven hormiga creyó que estaba viviendo un sueño, que la vieja eremita no había existido nunca y tal vez había atravesado una piedra del más allá y había muerto.
Pero la sabia anciana había aprendido a leer en la mente de las hormigas de todos los reinos, pues sabía que todas eran iguales en su esencia, y le habló pausadamente.
–¿No tocas mis antenas?, ¿no sientes la vibración que te transmito?, entonces ¿por qué dudas?¿No sabes reconocer la palabra que en el fondo surge de ti? ¿Qué haces, si no, aquí, lejos de la hilera, provocando que seas desterrada para siempre de un reino de mentira, erigido para perpetuarse por los siglos de los siglos? ¿Cuándo vas a romper el dique que aprisiona tu alma para viajar por el Tiempo?
Y aquello fue como un puñetazo en el tórax. ¿Alma, Tiempo? ¿Qué efecto tenían estas palabras, que parecía que estuviera a punto de echarse a llorar? Si nunca las había conocido, si los juglares del hormiguero jamás las habían pronunciado en sus interminables relatos de la búsqueda de semillas. Estaba el cuento de la prodigiosa espiga que fue encontrada navegando a la deriva, y el del gusano feroz capturado mientras subía por la corteza de un árbol. También el de la mágica lluvia de burbujas de diente de león que cayó una primavera, pero ¿qué era el alma y el Tiempo?
–El alma es la hormiga que verdaderamente eres, una hormiga hecha de brisa, como el susurro de las hojas agitadas por el viento. Es como la niebla o como una burbuja de aire que se forma en el agua. Es la hormiga verdadera que viaja por el Universo antes y después de tu estancia en cada uno de los hormigueros, antes de nacer y después de morir. ¿No ves el sol que parece que muere cuando llega la noche y sin embargo vuelve a nacer cuando amanece?, así, la hormiga que eres, siempre lo ha sido y lo será, inmortal hormiga de todos los hormigueros que existen en las nubes.
Y el Tiempo, ¡ay el Tiempo!, es un estado interior de conciencia que nos permite reconocer que sólo existe un eterno presente. ¿Me has encontrado porque el azar te puso en mi camino, o acaso puede ser que siguieras mis pasos invisibles, arrastrada por la propia energía de mi búsqueda? ¿No eres un alma gemela como yo? Entonces quizás no sea yo la que te enseñe, sino que yo esté aprendiendo de ti. Que no seas tú quien deba agradecer que te enseñe cuanto sé, sino yo a ti por permitirme la oportunidad de que mi búsqueda adquiera un sentido. ¿No será, quizás, el fruto de mi búsqueda y la tuya el sendero que inicien otras hormigas en un futuro que para el clan no existe todavía? ¿Qué une el pasado en que sentiste latir el corazón, el presente que ahora compartimos y el futuro en el que nuevas hormigas vendrán a encontrarse con nosotros? Pues el Tiempo, el Tiempo verdadero, es un ciclo continuo e interminable, el enorme latido de un ser vivo que es el Universo entero, desde el último brote en la maleza hasta esos puntos tan brillantes en el cielo que se llaman estrellas.
¿Qué nos separa de las hormigas que allí viven? Nada. No existe distancia alguna, ni tiempo que pueda alejar a un ser de otro.
La vieja hormiga cerró los ojos y guardó silencio. Después de mucho tiempo pronunció un cántico que removió en su interior a la hormiga aventurera. Era un sonido profundo que se extendió por todo el bosque de hierba, que pareció estremecer los hilos de una telaraña abandonada. Todo se encendió como si fuera iluminado por una luz muy viva. ¿Sería el fuego, aquello tan terrible de lo que hablaban las ancianas, que sólo unos pocos habían visto?
Algo estaba ocurriendo en su interior. Se estaba transformando. El viento había surgido de ninguna parte y la elevaba por los aires. ¿O no era eso? Agitaba unas alas doradas, las mismas que llevaban a la anciana por los aires.
–Son alas de ángel, las alas de ángel que se le conceden a una hormiga para acercarse al verdadero reino de la Luz, al hormiguero del Padre, que no es hormiga ni es hombre, y sin embargo es ambas cosas a la vez.
Y el vuelo le llevó por una corriente de luz blanca que al poco adoptó las tonalidades de siete colores vivísimos. Era como navegar por una ola que le arrastraba en espiral a una velocidad increíble.
–Las más antiguas generaciones de hormigas llamaban a esta corriente de luz Zuvuya. Es una galería de hormiguero infinita, construida por la Luz para que todos los seres de la creación se encuentren, para que viajen por el Tiempo que les conduzca al momento exacto en el que las líneas se cruzan y donde se manifiesta el propósito. ¿Cuál es el tuyo?
–El… el mío… –titubeó.
¿A dónde vas, qué quieres encontrar?
–Ser… quiero sencillamente ser… comprenderme. Saber de una vez por todas por qué a veces se me empañan los ojos y me siento infinitamente sola, como si alguien me hubiera abandonado para siempre en un lugar al que no pertenezco. Creo que siempre me he buscado y a la vez he huido de mí misma. Busco, busco… mi verdadero hogar.
–Sea pues. Tú lo pides, tú te lo concedes.
Y la hormiga revoloteó como nunca antes lo había hecho y se convirtió en un punto de energía que estuvo en un pequeño huevo arrinconado en un oscuro agujero de la galería, pero también estuvo frente a sí cuando se encontró con la anciana, y aún más, ahora era una hormiga muy vieja y sabia, rodeada de pequeña hormigas que habían abandonado la hilera porque el corazón les golpeaba muy fuerte, porque sentían una llamada, unas voces de seres invisibles, de hormigas que creyeron que eran espíritus y que les invitaban a compartir un sueño.
Y lo más sorprendente es que una y otra cosa se estaba produciendo al mismo tiempo, que era tan hormiga y luz en un sitio como en otro. Que cada una de sus emociones en un instante moldeaba su conducta en otro. Ella era el propio fluido del Tiempo, envuelta en una maraña de hebras de luz que se extendían por todas partes. Y no sintió miedo, aunque pareciera la red de su eterna enemiga, la araña, porque estos hilos eran luminosos y agradables, e iban de un sitio a otro, uniendo al pájaro y a la libélula, al sauce y a la raya de luz que atravesaba el cielo en las noches de tormenta. Todo era parte del Uno, de ese uno que era ella al mismo tiempo, porque todos los hilos surgían de su interior, y a su vez de todas partes, para tejer a su alrededor un capullo dorado en el que se sentía a gusto, como si fuera la estancia en el huevo del hormiguero que le trajo al mundo.
Era verdaderamente maravilloso. Nunca había imaginado que existiera eso, y sólo por salirse de la hilera. Pero ahora comprendía que nunca se había alejado de sus hermanas hormigas, siempre había estado con ellas, compartiendo el trabajo, la aventura, hasta la muerte de cada una, cuando morían bajo el pico de algún pájaro, ahogadas en una gota de rocío o aplastadas por extraños objetos que caían del cielo. En cada momento había compartido con ellas la vida y la muerte, pero nunca la atadura de hacer siempre lo mismo. Quería que su corazón creciera, que latiera sin cesar, viviendo la emoción del descubrimiento de cuanto le rodeaba. Era todo lo demás y quería serlo siempre, no sólo el miembro de un hormiguero que siempre tendría que hacer las cosas porque sí, porque siempre se habían hecho.
Y el viaje fue interminable, alrededor de las estrellas, por encima de una flor que nunca hubiera imaginado, por las calles de una ciudad de los hombres que caminaban sin salirse de la hilera. La aventura no parecía tener fin, incluso cuando abrió los ojos y se encontró frente a la vieja eremita, todavía recostada en su lecho de aljuma.
La anciana hormiga no dijo nada, porque al fin y al cabo, una y otra sabían de la confusión de la palabra. Bastaba con el silencio. ¿Cómo explicar lo que significa acceder a la Totalidad? ¿Cómo definir el viaje por las líneas del Tiempo, todas y cada una de las probabilidades de futuro que eran una a la vez?
La voz de la sabiduría le habló a través de una tierna mirada en los ojos.
–Vuelve al hormiguero, a la hilera sin ser de la hilera, porque hay muchas hormigas que ya empiezan a sentir que tienen corazón, y sus antenas reclaman una palabra de comprensión. Tú sabrás cómo explicarles lo que has visto, poco a poco, sin prisas, aunque incluso sea con el silencio, o con la mirada de tus ojos. Ya te buscan, siempre te han buscado, como tú me buscaste a mí, porque todos nos necesitamos, porque todos somos uno, porque sólo siendo el todo dejaremos de estar solos.
Háblales de la Luz, comparte el sueño, los siete colores del arco iris, para que algún día viajen contigo y lo comprueben por sí mismas. Para que cada una de las hormigas reciba las alas de ángel que se merecen.
Que la paz sea contigo y transformes, cuando tenga que ser, al hormiguero, porque ése fue tu compromiso, el de cada uno de nosotros. La semilla más grande ya la has conseguido. Haz que germine y que de sus frutos se alimenten todos los seres, hasta los que te pisan, hasta los que han de pasar por encima de ti sin saber que existes.
Porque todos, todos, somos uno, todos somos seres de luz.
Sé semilla…
Fuente: Textos recopilados de las páginas web Luz de Ilunum y Sieteluces, además de los canales de youtube Luz de ilunum y Editorial Sieteluces, textos propios y/o recopilados por el escritor e investigador José Antonio Iniesta Villanueva.