ARTÍCULOS SIETELUCES: UNA AMISTAD QUE VA MÁS ALLÁ DE LA MUERTE

El multiverso de la imaginación X



Una amistad que va más allá de la muerte

José Antonio Iniesta

Tuve una perra que se llamaba Rasa, más amable y generosa conmigo que la mayor parte de las personas que he conocido a lo largo de mi vida, cuya muerte me partió el corazón como jamás imaginé cuando estaba conmigo. Sigue estando a mi lado, aunque de otra forma, en lo más hermoso y loable de mi pensamiento, contemplando con mi imaginación la mirada con la que me observaba. Nunca pedía nada, porque se pasaba todo el tiempo dándolo todo. Si acaso, una caricia para sentirse acompañada, para mantener el pulso de la vida entre dos seres de distintas especies a los que había unido el destino. El encuentro con ella fue uno de los acontecimientos más extraordinarios de mi vida, cuyo relato verá la luz algún día.

Sabía que se moría, tenía la certeza de que tenía los días contados, cubierto su cuerpo por dolorosos tumores, así que pasé noches con ella, entre mis brazos, y supe en lo más profundo de mi conciencia el día en el que moriría, así que la estuve abrazando, con lágrimas en los ojos, todo el tiempo que duró su agonía. Me miraba, la miraba, y sintiendo ese dolor inexpresable que es como el de un trozo de vidrio que se hace añicos dentro de la cabeza, del pecho, del alma, y mil cristales te destrozan, exhaló unida a mí su último aliento.

Un ser de entrega desmesurada que me eligió para estar conmigo cuando tan sólo era una perra de corta edad, aunque ya era grande por su naturaleza. Sabía de mi inmenso vacío, el que comprenden los espíritus de los seres humanos cuando nos dejan, así que vino en mi auxilio poco después de morir para que no sufriera más de la cuenta. El prodigio se manifestó sin suavidad alguna, a bocajarro, con un aliento de gloria inesperado. Tanto ella como el guía espiritual que la acompañaba empezaron a revelarme durante horas y horas que existe un reino de los cielos para los animales, que ellos tienen también esencia divina, como nosotros la tenemos, que no hay ser vivo que no la tenga, y que animales y humanos cruzan de vez en cuando la raya que divide su diferente evolución física y espiritual para estar en el otro lado de lo que fueron en un principio.

Todavía sigo desconcertado, pero abrumado por el don generoso del espíritu de lo que en su vida fue un animal de cuatro patas que quiso regalarme una fracción del inmenso conocimiento del cosmos que yo nunca había alcanzado. Ahora sé que existe un reino de los cielos para los animales, como sé de la petición que ambos me hicieron para que escribiera un libro compartiendo lo que me contaron. Sólo la verdad que profeso con entrega absoluta me ampara en esta afirmación tan contundente, y el legado de toda una vida, que he transmitido casi a diario desde hace más de cuarenta años sin pedir nada a cambio. Llegará el tiempo para que cuenta la grandiosa historia que ellos me transmitieron desde el otro lado. Mientras tanto, la recuerdo con una infinita nostalgia.

Siento, querida Rasa, no dejar de sufrir cuando te recuerdo como me pedías, pero es que, cuando te fuiste, se quedó un vacío inmensamente grande que nada ni nadie ha llenado desde entonces. Jamás volveré a tener más animales que los que ya tengo, los que cuidaré tanto tiempo como sea necesario. Pero por nada del mundo quiero volver a sufrir lo que sentí cuando descubrí que tu cuerpo, abrazado por el mío, estaba helado y muerto… Y, aun así, sonrío para mis adentros, sabiendo que alcanzaste el último peldaño de la pirámide por la que ascendiste para llegar hasta el reino de los cielos.

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Fuente: Textos recopilados de las páginas web Luz de Ilunum y Sieteluces, además de los canales de youtube Luz de ilunum y Editorial Sieteluces, textos propios y/o recopilados por el escritor e investigador José Antonio Iniesta Villanueva.