ARTÍCULOS DE SIETELUCES.COM: LA MUERTE REVESTIDA DE LUZ

Siempre está al lado de ninguna parte ese misterio que se nos escurre entre las manos, ese pesar sin palabras al que no le podemos poner nombre, ese agitar del corazón que aturde y enloquece, que arranca lágrimas a los ojos cuando el alma se ha desgarrado al perder a alguien que amábamos hasta el delirio.



Y, aun así, la muerte revestida de luz se nos asoma de vez en cuando para enfrentarnos a una pérdida que será por siempre irreparable, pero también al descubrimiento interior de que todo cambio es necesario, que lo que nace, muere, pero a pesar del tránsito que nos enloquece llegamos a comprender, en lo más profundo de ese corazón mordisqueado por el gusano de la duda, que somos hijos de la luz y eternos, que el viaje de la vida que ahora hacemos no es más que la prolongación de una estancia indefinida en el ese hogar resplandeciente al que, cuando morimos, regresamos, y no para siempre, pues el puente levantado entre dos mundos es recorrido constantemente por las almas.

La única muerte verdaderamente deplorable es la que se alcanza en vida, cuando vemos caminando por las calles que tantas personas han perdido el deseo verdadero de existir y se convierten en muertos vivientes. Los que viajan a través de un “cordón dorado de luz que comunica” alcanzarán, con billete de ida y vuelta, las puertas de un reino de la Luz que a todos nos conoce y nos reclama más tarde o más temprano, pues a buen seguro se nos hace ya más largo de la cuenta ese tiempo sin recibir el abrazo de la luz eterna que nos ha creado.

El viaje interminable se produce muchas veces, o nada más que una, según la apuesta de conciencia que hagan los viajeros que recorren en el tren de la existencia los paisajes conocidos del mundo de la tercera dimensión, el de los que piensan ingenuamente que es la única realidad que existe.

“Hay más tiempo que vida”, me decía mi hermano Teuctli, y cuánta sabiduría guardaban sus palabras, pues después de morir hay existencia: los segundos se suceden, como los meses, los años y los siglos. Y a la vez no existe el tiempo, y el universo mental se manifiesta más certeramente que nunca cuando el espíritu que ha desencarnado crea con su deseo más sagrado la buhardilla donde escribir libros, el estudio en el que pintar las flores de un jardín y hasta el aroma de un almendro o el paisaje que nunca fue disfrutado en vida.

Es la pura creación del entorno en el que prepararse, pase el tiempo que pase, para un nuevo salto a eso que de forma tan peregrina se llama vida. La caja de sorpresas de las pruebas y las oportunidades para seguir aprendiendo con la palabra del aire, la pasión del fuego, las raíces de la tierra y el fluir constante del agua. Y siempre para alcanzar el centro, el punto justo donde el equilibrio se manifiesta y cesa la lucha de los opuestos.

El reino de los cielos lo llaman, la Luz la nombro yo tantas veces, y cada vez con más insistencia la Fuente. Al fin y al cabo, es el principio y el final, el final que da lugar al principio, la rueda de las encarnaciones que nos lleva de aquí para allá de las manos delicadas de los mismísimos ángeles.

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Fuente: Textos recopilados de las páginas web Luz de Ilunum y Sieteluces, además de los canales de youtube Luz de ilunum y Editorial Sieteluces, textos propios y/o recopilados por el escritor e investigador José Antonio Iniesta Villanueva.