EL SEMILLERO DE LA LUZ X – MIRAR EL CIELO CON LOS OJOS CERRADOS

El semillero de la Luz X – Mirar el cielo con los ojos cerrados



José Antonio Iniesta

Que “lo esencial es invisible a los ojos”… ya lo sabía un alma sensible como Antoine de Saint-Exupéry, que creó a un Principito asombrado por la extraña y absurda condición del ser humano en busca de un destino.

Por eso, con los ojos cerrados, tuve la oportunidad de gozar con la visión estremecedora de Machu Picchu, un día de lluvia, mientras caminaba descalzo, pisando con mis pies desnudos el barro adormecido durante siglos entre las piedras inmortales de uno de los lugares más bellos del planeta, sujetando con mi mano derecha un bastón maya.

Como lo esencial es invisible a los ojos, las miraciones de los reinos de la luz que prodiga el espíritu sagrado de la ayahuasca se tienen con los ojos cerrados, con la mirada interior del explorador de otros mundos que conoce los senderos del reino astral y entiende que eso que llamamos la realidad de la tercera dimensión no es más que una mala copia de lo que es desde el comienzo del Tiempo la plantilla original del entramado celestial de la luz y el sonido.

Lo esencial es invisible a los ojos que están llenos de migas de pan, de aires de grandeza o de espejismos comprados en las rebajas de unos grandes almacenes. Esos ojos materiales ven demasiadas películas de terror sin ir al cine ni encender la televisión, y se deleitan, como si contemplaran el cielo, atrapados por las luces incandescentes de lo que consideran la prosperidad, sin darse cuenta de que se arrojan contra los efímeros candiles de igual forma que lo hace una polilla en la noche, a la búsqueda de la luz tras un cristal sobre el que se estampa para morir al instante, con sus alas quemadas, su vuelo calcinado y sus sueños arrojados al infierno de la fatalidad del engaño.

Los ojos del alma saben de ese llanto dulce de los ojos físicos, que sabe a gloria cuando uno descubre que al otro de lado de ninguna parte las vivas llamas de los que son eternos siempre estuvieron presentes.

Un millón de pergaminos invisibles reflejan los senderos para encontrar el único e indivisible camino que conduce al interior de uno mismo.

Una miríada de estrellas insertadas en la frente de los compañeros invisibles nos guía cuando parece que damos palos de ciego en un laberinto de hormigón, azulejos, acero, hierros retorcidos, tubos de neón y polivinilo de tres al cuarto.

Por eso los guardianes del conocimiento llevan a los iniciados a través de oscuras galerías, dando tumbos, enfrentándose al miedo propio y ajeno, para descubrir que nada nos pierde sino nosotros mismos.

Lo esencial es invisible a los ojos, y por eso hay que cerrarlos de vez en cuando, y dejarse envolver por el vacío, por la ausencia de toda conexión con el mundo en el que vivimos, para empezar a ver el sendero de luz que nos lleva hasta el cielo. Al cielo de las estrellas fulgurantes, al cielo del No Tiempo y del Eterno Presente, al cielo del paraíso interior que nunca abandonamos, donde el alma se complace en mirarse al espejo y sabe que es eterna, múltiple y multiplicada en todas las fracciones de la creación que Dios sembró en cada una de las tierras, las que se ven o no se ven con los ojos abiertos…

Fuente: Textos recopilados de las páginas web Luz de Ilunum y Sieteluces, además de los canales de youtube Luz de ilunum y Editorial Sieteluces, textos propios y/o recopilados por el escritor e investigador José Antonio Iniesta Villanueva.