Este año 2020 que ya ha fallecido, que ya está más que enterrado, nos sigue dejando una larga estela de desafíos. El año pasado era ayer mismo… Hoy seguimos caminando en la senda de la vida con la incertidumbre del mañana. Con toda su dureza, en la casi insoportable maestría, 2020 nos enseñó que somos vulnerables como lo es hasta la más minúscula mota de polvo cuando es arrancada por el viento de la faz de la Tierra. Que tenemos ojos que de pronto se nos llenan de lágrimas de fuego, con ese ácido que quema cuando son provocadas por el dolor de las entrañas, del corazón, del alma. Ay, Dios, cuánta fuerza incontenible hay en el desasosiego que de tarde en tarde se nos viene encima y nos arroja al vacío lleno de tristeza.
Cuántas lecciones en este año que nunca podrán ser borradas, aunque por estas paradojas de la vida quizás nos lleven, una y otra vez, a los mismos engaños. Tanta afrenta para el espíritu que quisiera descansar sereno como un lago en calma es como piedras que sin cesar provocan ondas y más ondas. Cuántas lágrimas derramadas en este año que quisiéramos olvidar para siempre, borrar del calendario como si nunca hubiera existido. Hay tantos seres que han muerto que queda una huella imborrable en la conciencia de la especie humana, un agujero negro que se ha tragado la paz de incontables millones de familias sobre la vasta superficie de la Tierra.
Y a pesar de la ofensiva con armas de destrucción masiva con la que a veces nos sorprende el destino, de haber muerto por dentro sin que nadie se diera cuenta, de tanto lamento acumulado en una mirada, habrá que mirar al cielo y pedir a Dios que nos conceda una tregua en esta dura batalla con nosotros mismos, en el desatino de una sociedad que está, en verdad, más que enferma, absolutamente loca, aunque nadie le ponga una camisa de fuerza.
Y pensar que mi perra y mis gatos no saben que existe una pandemia que le ha arrebatado la vida a casi dos millones de personas y ha contagiado a más de ochenta millones de seres humanos de todo el planeta, lo que ha provocado una incalculable cantidad de secuelas físicas, gigantescas pérdidas económicas, innumerables trastornos psicológicos y Dios sabe cuántos conflictos sociales, familiares y personales. Ay, Dios, cuánta incertidumbre provocada por algo que es minúsculo, invisible al ojo humano directamente y que los científicos ni siquiera lo consideran un ser vivo.
Cuánto tendrá que aprender entonces la especie humana para fortalecerse y no ser más endeble que una cosa no viviente e invisible a nuestros ojos. Si esta pesadilla sin patas, pero con extremidades como trompetillas, es capaz de amargarle la vida a un mundo entero, habrá que ver qué nos pasa, qué somos, qué hemos hecho para que la ley de causa y efecto nos sumerja en este gigantesco embrollo.
Cuánto tendremos que seguir llorando y reflexionando hasta que descubramos cuál es nuestro propósito como especie en el conjunto de todas y cada una de las que nos acompañan en la nave más hermosa que alguien pueda imaginar, surcando un rumbo en el inmenso Firmamento. Empiezo el año con una sed de Infinito, de paz para mi alma, de amor ilimitado para cada uno de los seres humanos. No dejo de preguntarme qué le sucede a la humanidad para tropezar tantas veces en la misma piedra, pero de momento, no encuentro la respuesta…
Fuente: Textos recopilados de las páginas web Luz de Ilunum y Sieteluces, además de los canales de youtube Luz de ilunum y Editorial Sieteluces, textos propios y/o recopilados por el escritor e investigador José Antonio Iniesta Villanueva.