UN FRAGMENTO DE «MI AMIGO SABELOTODO VINO DE LAS ESTRELLAS»

El amigo extraterrestre había desaparecido de su vista y él era una plumilla blanca que caía con mansedumbre desde el cielo a la tierra, muy despacio, porque ahora no había gravedad en el mundo y casi se mecía con tranquilidad en el aire. Entendió, sin que nadie se lo dijera, que unos brazos cálidos, etéreos, o a lo sumo el viento, impedían con cariño que se hiciera daño. El rostro que vio configurado por miles de millones de elementos de la naturaleza, desde una elevada altura, era una presencia viva a su alrededor.



Le rodeaba, le sustentaba en el vacío el planeta en el que siempre había vivido, pero la percepción de sus elementos era distinta. También entendía que la naturaleza que se extendía por todas partes era en realidad la esencia de lo que había sido destinada a ser.

Quizás el sentimiento más fuerte que tenía era el de sentirse parte inseparable de ella. No hubo distanciamiento entre su pensamiento y la existencia de un río a lo lejos, o cada una de las piedras que había bajo sus pies. Partía ese sentimiento de un amor que nunca había conocido, o más bien que había olvidado.

Fue por eso que no pudo evitar llorar al recordar cómo cada día, cada uno de los seres humanos, desde que se levantaba hasta que se acostaba, agredía a algo tan bello e inocente. La especie humana nunca había dejado de lanzar piedras contra su propio tejado y este tejado era su propia existencia.

–¿Por qué lloras, mi amor?

La voz era dulcísima. Parecía llegar por el aire con el fragor del oleaje marino, y a la vez era cantarina como las aguas de un río, saltando entre las piedras, musical como un trino de pájaro y suave como la brisa. Era una voz de mujer y aun así se parecía más a cualquiera de los sonidos que había escuchado lejos de las ciudades.

Aunque creía estar ante una bellísima mujer de largos cabellos negros y ojos azules, o verdes, la verdad es que tenía ante sí un remolino de imágenes que palpitaban de vida y que eran formas y colores que se alternaban a la velocidad del pensamiento. Sintió que estaba dando vueltas por todo el planeta sin moverse, atravesando manantiales, sauces, tortugas, rocas, arco iris, pájaros, tormentas y millones de hermosísimas manifestaciones de la vida que eran la distinta apariencia de lo mismo.

–¿Por qué nunca llegué a imaginar que…?

–¿Que el planeta en el que habitas está realmente vivo, que existo y sufro por todo lo que mis hijos, los frutos de mi propia cosecha de vida inteligente, me hacen?

–Sí, no llegué a imaginar que el daño fuera tan grande.

–No hay ni una sola partícula en el propio Cosmos en la que no palpite la vida. Pero a pesar de ello no sólo soy un conjunto de seres vivos, soy un ser inteligente como puede serlo cualquiera de mis hijos. Soy madre, soy la Madre Tierra, Madre Gaia, Pachamama.

Fuente: Textos recopilados de las páginas web Luz de Ilunum y Sieteluces, además de los canales de youtube Luz de ilunum y Editorial Sieteluces, textos propios y/o recopilados por el escritor e investigador José Antonio Iniesta Villanueva.