AVE FÉNIX CRÓNICAS DE LA ESPERANZA CONTRA EL CORONAVIRUS XX

Ave Fénix
Crónicas de la esperanza contra el coronavirus
XX
Réquiem
José Antonio Iniesta



3 de abril de 2020. Veinte días de pesadilla, pero también de sueño de esperanza en un nuevo futuro. Mientras escribo, sin saber de qué voy a escribir, como siempre hago, dejándome llevar por los dedos que se mueven, pues todo lo que tengo que escribir ya lo sabe mi corazón desde antes, escucho el Réquiem de Mozart, que tan amablemente me envía un buen amigo, José Campillo Andújar, miembro honorable de esa “tercera juventud” con la que tan cómodo me he sentido siempre. Y escuchando la música de este genio de la música, misterioso e indefinible, ese réquiem que me estremece el alma y adormece mis sentidos lo entiendo como una señal para que escriba una despedida entrañable para todos esos seres que en todos estos días se nos han ido.
Esta música excelsa que parece de coro de ángeles, ascendiendo y descendiendo por una catedral de luz inacabable, me hace un nudo en la garganta en este Viernes de Dolores en el que en Hellín tendríamos que estar comenzando los actos de Semana Santa.
Las pruebas de la existencia vienen de vez en cuando y ahora hay una que nos desafía a cada uno de los seres que habitamos esta bola gigantesca llena de vida.
Réquiem por todos a los que el coronavirus les ha arrancado la vida, réquiem por los que se fueron y nos dejaron tristes, incapaces de comprender esta nueva realidad que se nos ha venido encima de la noche a la mañana, dejándonos en un estado de shock del que nos costará mucho tiempo recuperarnos.
Siento que las almas que van al cielo van escuchando esta música o cualquier otra parecida. Una legión de ángeles asciende y desciende sin descanso, llevándose las almas de los que ya han muerto.
La Misa de Réquiem en re menor se basa en los textos latinos de la liturgia católica que se celebraba cuando una persona moría. Fue la decimonovena de las misas que escribió Mozart y su última obra. De alguna forma, se convirtió en un réquiem para él mismo.
Así que mientras escribo, escucho la piadosa y sagrada música compuesta por Johannes Chrysostomus Wolfgangus Theophilus Mozart, que nació en Salzburgo el 27 de enero de 1756 y murió en Viena, el 5 de diciembre de 1791.
Un réquiem (de requiem en latín) es una oración por los que han fallecido, una canción cantada en su memoria en la misa de difuntos, un canto al alma, una despedida, como quiere serlo este escrito también de la esperanza, porque si hay un auténtico Ave Fénix que renace de sus cenizas es precisamente el alma, inmortal, eterna, imperecedera, que regresa al verdadero hogar, al reino de la luz, al que todos volvemos después de dejar el cuerpo físico, pues en cuanto a nuestro envoltorio temporal: polvo somos y en polvo nos convertiremos. Aunque por ironía y pura crueldad del destino, en estos tiempos de pandemia mundial ni siquiera nos queda el consuelo de los entierros de toda la vida, el duelo como siempre se ha hecho, porque han quedado prohibidos los funerales de muchedumbres doloridas, de pésames sentidos, de misa para dar la última despedida a los difuntos. Al principio para aquellos cuya muerte había sido provocada por el coronavirus, ahora por defunción de cualquier tipo. Hasta eso nos lo está arrebatando el virus invisible a nuestros ojos, pero que los daña a cada momento con esas lágrimas que parecen de fuego.
¿Qué será de miles de familias que no puede dar por cerrado su duelo, que no han podido ver a sus seres queridos en la UCI, que no han acariciado su rostro estando vivos, que no les han dicho cuánto los amaban, que no los han abrazado cuando el calor de la vida abandonaba sus cuerpos?
Un réquiem escucho por ellos, por todos y cada uno de ellos, y más me duele todavía pensar que, por desgracia, este réquiem lo seguiré escuchando en el interior de mi cabeza durante muchos días más, sin llegar a comprender por qué los seres humanos tenemos que sufrir tanto en esta vida, pues si no es por un motivo, es por otro.
El tempo adagio es el preludio de esta misa de difuntos de Mozart. Se alternan los chelos y los contrabajos, con las violas y los violines, uniéndose a ellos fagotes y clarinetes, con fuga a cuatro voces. Tres intensos acordes de los trombones dan paso al coro de las voces, luctuosas voces.
“Requiem aeternan dona eis, Domine”. “Dales el descanso eterno, Señor”, resuena en mis oídos, como lo hace en el texto en latín que estremece los templos desde hace siglos.

Introitus

1.- Requiem aeternam
(Coro)
Requiem aeternam dona eis, Domine,
et lux perpetua luceat eis.
(Soprano)
Te decet hymnus, Deus, in Sion
et tibi reddetur votum in Ierusalem.
(Coro)
exaudi orationem meam,
ad te omnis caro veniet.

2.- Kyrie eleison
(Coro)
Kyrie eleison.
Christie eleison.

“Dales el descanso eterno, Señor,
y que la luz perpetua los ilumine.
Mereces un himno, Dios, en Sion
y te ofrecerán votos en Jerusalén.
Señor, ten piedad,
Cristo, ten piedad”.

Y porque me agarro a la vida, porque lo quiero hacer con todas mis fuerzas, también escribo en este día poesías celebrando la vida, como la que dedico a mi hermana Dolores, como símbolo de la importancia de seguir existiendo, de valorar la unión de la familia, creyendo en este futuro que poco a poco se nos va abriendo para que no desesperemos más de la cuenta navegando a la deriva.
Viernes de Dolores para lamentar que esta noche no tocaremos el tambor en el Calvario, en la puerta de la ermita, pero para dar gracias a Dios porque seguimos estando vivos. Como sigue vivo el espíritu de la poesía.
A mi hermana, Dolores Iniesta Villanueva, con todo mi cariño.

A la luz no la quiebra un tiempo malo,
ni puede borrar la huella del amor el viento oscuro,
porque siempre queda ese lazo inquebrantable
de los seres que se quieren y son puros.

Hay presentes retorcidos por el destino,
traspasados de parte a parte por un delirio,
pero solo son la forma imprecisa de un desafío,
la trampa que se ofrece para elevar el vuelo.

Seguirá sonando el redoble en nuestros corazones,
no hay quien pueda borrar el trazo de dos palillos,
nada ni nada disuelve el tambor de la memoria,
el que heredamos de nuestros benditos padres.

Todo es amor lo que nos viene,
la amargura tan solo es confusión de los sentidos.
Dios no se equivoca,
todo en la vida tiene un propósito.

En la aparente distancia estamos todos juntos
celebrando la victoria de la vida,
y así lo seguiremos haciendo siempre,
en el cálido seno de nuestra familia.

Honraremos cada día a los que han muerto, 10935 al día de hoy, pesada losa del recuento que se nos clava en el corazón y nunca se nos irá de la memoria, nunca… Por todos ellos, y por los que les seguirán en los próximos días, nuestra fuerza tiene que ser más intensa que nunca, más grande nuestra valentía, para que cada día sean menos los que tengan que pagar tan tristemente el tributo de esta pesadilla que se nos ha venido encima.
Honraremos su memoria, siempre, para que la enseñanza de lo que estamos aprendiendo hoy se perpetúe en los tiempos venideros. Un réquiem, de todo corazón, por los que se fueron…

Fuente: Textos recopilados de las páginas web Luz de Ilunum y Sieteluces, además de los canales de youtube Luz de ilunum y Editorial Sieteluces, textos propios y/o recopilados por el escritor e investigador José Antonio Iniesta Villanueva.