AVE FÉNIX CRÓNICAS DE LA ESPERANZA CONTRA EL CORONAVIRUS XIX

Ave Fénix
Crónicas de la esperanza contra el coronavirus
XIX



Tiempo de profundas reflexiones
Del pulmón de la Tierra y de dañados pulmones
José Antonio Iniesta

2 de abril de 2020. Diecinueve días de confinamiento, supervivencia, alarma, pero infinita esperanza, en un auténtico desafío histórico para el ser humano. ¿Qué saldrá, entre tanto sacrificio, de nuestras neuronas?
En ocasiones una viñeta te impacta y te enseña más que si estuvieras tres horas pasando páginas de una enciclopedia. Entre el aluvión de audios, vídeos, memes y acciones e inacciones de auténticos memos, vi una que me llamó la atención. En una parte, los seres humanos visitan un zoo y ven a los animales encerrados, en la otra son los animales los que caminan por las calles tranquilamente y miran, sorprendidos, a los seres humanos, que están encerrados en el interior de sus casas, como si se tratara de un zoo humano. Es el antes y el después del comienzo de una pandemia.
En otro dibujo me encuentro con un grupo turístico de animales de varias especies que recorren un pueblo, con cámaras fotográficas con las que llevarse el recuerdo de la visita, en la que observan a distintos ejemplares humanos confinados en sus viviendas.
La moraleja es clara. Cuánto ha cambiado nuestro mundo para que seamos los humanos los que no podemos salir de nuestras casas, mientras que los animales se pasean a sus anchas por los territorios que hace siglos fueron la legítima herencia de sus antepasados animales. El mundo al revés. La vida da muchas vueltas y ayer se cayó una torre. ¿Es todo es un juego absurdo del destino, al que, por cierto, ni le podemos atribuir inteligencia ni conciencia? ¿Es fruto del azar, de algo que sencillamente surge como suceden mil millones de cosas diferentes al día? ¿O más bien es la manifestación de una ley de causa y efecto, que provoca que estemos recogiendo la cosecha de lo que en los últimos siglos hemos sembrado?
Las historietas de humor reflejan lo que realmente está sucediendo, la forma en que los peces, los cisnes, los delfines, se han adueñado de las aguas transparentes de los canales de Venecia, que en su día les fueron arrebatadas. Manadas de jabalíes, que ya se internaban en las ciudades, lo hacen ahora a su antojo, y con ellos los osos que bajan de las montañas, y los ciervos, los pavos reales, como también rebaños de animales de los ganaderos, que ahora saltan por encima de las cercas para visitar el zoo humano de las viñetas.
La Tierra necesitaba un respiro y es la ciencia quien confirma que se lo está tomando a conciencia.
Sabemos de los datos que cada día nos aportan los informativos. Solo hoy he llenado seis páginas con ellos, como lo hago cada día desde que comenzó el confinamiento, analizando la actualidad como si lo hiciera con bisturí en un quirófano. Y ante el espanto, ante la cruel realidad a la que asistimos, se muestra el gigantesco espejo que también nos ha puesto la Madre Tierra para que revisemos nuestra conciencia, a ver si de una vez por todas nos da vergüenza.
110238 positivos en España al día de hoy, solo una mínima parte de los cientos de miles de posibles contagios, 10003 fallecidos. Las cifras espantan, pero también habrá que recordar que la contaminación del medio ambiente provoca ochocientas mil muertes prematuras cada año en Europa, cifra que se eleva a casi nueve millones de seres humanos en todo el planeta. Sí, el tabaco mata, pero también los cielos llenos de pájaros y de sustancias tóxicas que no vemos.
Si queremos datos de la pura ciencia habrá que decir que los estudios realizados confirman que el pasado día 23 de marzo el CO2 de Barcelona había disminuido un 75 por ciento. El día 21 el dióxido de nitrógeno había disminuido entre un 70 y 80 por ciento. Ahora se sabe que en la capital de España los gases a causa del efecto invernadero se han reducido en una media del 57 por ciento. Un 64 por ciento se ha calculado que están más limpios los cielos de toda España. Y tres ciudades tan importantes como son Barcelona, Castellón y Madrid han reducido su contaminación ya hace días en un 83, 76 y 73 por ciento. Estas cifras se irán haciendo más sorprendentes cada día.
¿Necesitamos más pruebas para comprender el verdadero daño que le hacemos a la Tierra, que al paso que íbamos, como ha anunciado la ONU en infinidad de ocasiones, la destrucción de todos los ecosistemas era inminente, con una supervivencia inviable para la especie humana en cuestión de unas pocas décadas?
Lo que vivimos es cruel, horrible, inhumano, y todos los sabemos, pero habrá que preguntarse si esta bofetada sonora a quienes se creían dioses no es, más que una calamidad, un aviso, una señal, para que reflexionemos. ¿Será que si aprendemos la lección de “la letra que con sangre entra” se convertirá en una ayuda para que no perezcamos muchos más de los que ahora lo están haciendo?
Espero que algún día se descubra qué está sucediendo realmente, qué o quién es responsable de lo que ahora nos acecha como una amenaza invisible, pero sea cual sea el motivo, lo que está absolutamente claro es que nos ha frenado y va a provocar una inmensa pérdida de seres humanos y una catástrofe económica como jamás hemos conocido. Y al mismo tiempo, está regenerando el planeta, le está permitiendo que cure sus heridas, provocadas de tantas formas diversas. Y esto es fundamental para nuestra supervivencia, porque es la madre que nos nutre, el único hogar en el que podemos vivir del conjunto de la galaxia.
Miles de veces hemos visto que la naturaleza se regenera por sí misma. Después de todo lleva millones de años ensayado estrategias, ese maravilloso equilibrio que siempre hemos observado es el fruto de errores y aciertos, del más grande laboratorio genético que jamás haya existido, el propio vientre de la Madre Tierra, que como a tantas personas se nos manifestó de múltiples formas, ahora está de parto. Una nueva Tierra está resurgiendo y nos da un inmenso mensaje, si queremos aceptarlo. No quiere prescindir de nosotros, somos tan importantes como cualquier otra especie, pero si realmente lo pensamos, no nos necesita para nada, no somos absolutamente imprescindibles, y menos todavía si perseveramos en nuestro intento kamikaze de suicidarnos al mismo tiempo que masacramos todo cuanto nos rodea, ese gigantesco regalo que se nos hizo para vivir todos y cada uno de nosotros como auténticos reyes.
Ni siquiera los lobos más adultos condenan a muerte a los lobos más jóvenes, como no hay especies de aves, ni de árboles, ni de reptiles, empeñadas en acabar para siempre con otras especies. No hay genocidio entre la flora y la fauna, sí competencia y coexistencia, colaboración mutua y equilibrio. El ser humano ha cometido y comete genocidios, más que conocidos en la historia de la humanidad, algunos de ellos más dantescos de lo que ya era de por sí dantesco, hasta llegar a acabar con grupos étnicos que desaparecieron con su memoria celular para siempre.
Hubo genocidas y los hay, y siguen existiendo, cuando alguien afirma en público, ante los medios de comunicación, con todo desparpajo y sin pizca de dignidad ni vergüenza, que no dejará ni un palmo de tierra a los indígenas y propicia que se queme por sistema y sin escrúpulo alguno el pulmón del planeta, ante el silencio o la insultante complicidad de los gobiernos de un mundo entero.
Solo por esto ya se grabó el estigma de Caín en la frente del ser humano.
Y va otra reflexión que me estremece desde hace días. Se estaba cometiendo el más grande de los delitos contra la naturaleza, arrasando de una forma feroz, como nunca antes se había hecho, el pulmón del planeta, ¿y qué es ahora lo que la pandemia de un virus, el Covid-19, está destrozando sin miramientos?, pues precisamente el pulmón de aquellos a los que contagia con más saña.
Seres ¿humanos? sin escrúpulos estaban a punto ya de acabar con el pulmón del planeta y es ahora la humanidad la que muere con sus pulmones destrozados. ¿Casualidad, ley de causa y efecto? Las más profundas reflexiones son para que cada uno de nosotros las hagamos por dentro…
Ley de causa y efecto, el orden del Cosmos, siempre, como respuesta a la entropía, al caos. Si miramos la fiereza de la naturaleza, la falta de compasión aparente en los fenómenos del Universo, veremos que si hay algo que prevalece por encima de todo es siempre el orden, porque ante la manifestación espontánea del caos, a cada momento hay una fuerza contraria que equilibra los opuestos. De no ser así, en la Tierra y en las estrellas todo sería el absoluto caos y no habría posibilidad para que algo viviera en armonía, como tantas veces en la vida hacemos.
Por eso sé, amante como soy de la naturaleza (creo que desde que di el primer suspiro), que siempre ha existido un mecanismo preciso para encontrar el equilibrio en el ser que, con el nombre de Gaia, Pachamama, Madre Tierra, reconozco como un auténtico ser vivo con conciencia, formado por el entramado de muchos otros seres vivos. Mi percepción desde siempre, y más todavía acrecentada por las más hermosas experiencias, me ha confirmado desde hace mucho que la Tierra es un ser con conciencia, no solo un gigantesco pedrusco que se mueve en la galaxia, en el Universo y en el complejo entramado de universos que reciben el nombre de multiverso.
No hace falta que venga alguien que tome la determinación de amargarnos la vida para siempre, la oscura y presente teoría de los grandes villanos, pues le basta a la Tierra con el inmenso amor de procurar lo mejor para el conjunto de las especies, no solo para una, la grandeza de la conciencia de un planeta en evolución constante.
Me fascinó hace un tiempo conocer el descubrimiento que se había hecho al comprobar que cuando las acacias de África veían en peligro su subsistencia ponían en marcha una alarma bioquímica a través del etileno. De esta forma sus compañeras reciben el mensaje de peligro a través de la emanación del etileno y cinco o diez minutos después sus hojas empiezan a generar una sustancia tóxica que es capaz de acabar en dos días con el animal que con excesiva voracidad se alimente de ellas, en este caso los kudus, mamíferos rumiantes que estaban poniendo en peligro la supervivencia de las acacias. La toxina es un tanino que destroza el hígado de los kudus, lo que era observado por las jirafas, que tomaban medidas para no morir, diversificando el alimento y no haciéndolo a partir de ese momento con tanta intensidad como los kudus. Es importante explicar aquí que las acacias en ningún momento querían acabar con esa especie, solo la reducían cuando su intervención era más intensa, y todo ello con el fin de alcanzar el equilibrio para que una y otra puedan sobrevivir, por lo que se ha comprobado que varía la cantidad de taninos en función del peligro que generan los animales.
Ninguna especie, salvo la humana, pone tanto empeño en acabar con su propia especie, y de igual forma con todas las demás que conoce. En la naturaleza, las especies, más que competir, realmente colaboran, aunque sea con una lucha constante que es el principio de la supervivencia, del instinto, de la necesidad de ingerir alimento. La nuestra, a la que se le otorgó eso que conocemos como espíritu, debería haber dejado atrás lo de los rugidos, los mordiscos y el descuartizamiento, si es que realmente cree el ser humano que es inteligente y superior a cualquier otra especie, que ya de por sí es un falso planteamiento.
No creo que una especie que parasita tenga la pretensión de acabar con aquella de la que se aprovecha, pues igual que decimos “muerto el perro se acabó la rabia”, de nada le serviría al coronavirus matar a todos los seres humanos si luego no tiene forma de seguir reproduciéndose utilizando nuestro código genético a través de nuestras propias células.
Sabe la ciencia de la mortandad provocada por las grandes pandemias que ha sufrido la humanidad por culpa de bacterias y virus, pero de igual somos conscientes de la importancia que ambos microorganismos han tenido para nuestra evolución. Si no existieran algunas bacterias ni siquiera existiríamos, ni sería nuestro mundo como es, y sorprende en gran medida el papel que los virus tienen en nuestra evolución, por lo que habría que hacerse una pregunta: ¿nos atacan o nos guían, quieren acabar con nosotros o son los que alteran nuestra genética para que sigamos un determinado proceso evolutivo?
El misterio de la vida luchando en el proceso de selección natural, de la evolución constante, porque casi siempre, el pez grande se come al chico, pero a veces, es el chico el que se envalentona y se come al grande, especialmente cuando tiene un propósito de justicia que le guía, un encargo misterioso que le da la fuerza suprema para ponerlo contra las cuerdas.
Los legítimos guardianes de las culturas nativas, los auténticos pilares de la Madre Tierra, estaban siendo masacrados a la vista de todos sin que nadie creara tribunales internacionales, pero sí callaban los gobiernos, y no con el silencio de los corderos, sino con el de los guantes blancos llenos de sangre, de aquellos que sacan brillo con sus relucientes trajes en las mesas donde se reúnen los criminales que luego salen con coronas de laureles en las pantallas del televisor mientras unos comen brócoli y otros filetes de carne.
La vida está en constante movimiento: pugilato despiadado, el coronavirus contra el ser humano, el ser humano criminal de guante blanco contra los desheredados de la Tierra, a los que se les roba la tierra, el horizonte y el destino.

Fuente: Textos recopilados de las páginas web Luz de Ilunum y Sieteluces, además de los canales de youtube Luz de ilunum y Editorial Sieteluces, textos propios y/o recopilados por el escritor e investigador José Antonio Iniesta Villanueva.