AVE FÉNIX CRÓNICAS DE LA ESPERANZA CONTRA EL CORONAVIRUS XXXVI

Ave Fénix
Crónicas de la esperanza contra el coronavirus
XXXVI
La naturaleza avanza sin cesar
José Antonio Iniesta



19 de abril de 2020. Día treinta y seis de confinamiento, y suma y sigue, con prórroga en puertas, a ver quién aguanta más, si el virus o nosotros. Y, aun así, me niego a que la vida se me eche encima como una losa de hormigón de una tonelada, que es lo que parece que sucede en ocasiones, en esta época surrealista y dramática que nos ha tocado vivir.
Pero viendo la naturaleza cómo avanza sin cesar hacia las ciudades, cómo resurge entre los adoquines y los ladrillos, me pregunto qué es lo que nos quiere decir la Madre Tierra con lo que está sucediendo. Porque sea cual sea el origen del virus, siempre he pensado que no existe la casualidad, que hay una ley de causa y efecto en cada uno de los procesos de nuestra vida, y ahora hay uno que está sumiendo en el mayor de los desconciertos a todo el planeta. Cayó una ficha de dominó gigante y desde entonces no han dejado de caer las siguientes, de forma imparable.
He sido tan respetuoso con el confinamiento que en más de un mes no he salido ni una sola vez a la calle para caminar por ella, ya que no tengo perro en casa. Solo cuatro veces, y el tiempo justo, para llevarle comida en abundancia, para un buen número de días, a la trupe de animales que tengo de palomos, gatos, un perro, carpas y otras especies, que sin el alimento que les doy morirían irremisiblemente. Y eso jamás, que todos y cada uno de ellos son para mí muy queridos, y removería cielo y tierra para que siguieran viviendo.
Esta tarde, como en las anteriores ocasiones, se me ha encogido el corazón al ver las calles completamente vacías, en el estricto sentido de la palabra, encontrándome con cuatro personas y menos coches en movimiento todavía. Y me ha impresionado ver que, en una de las principales calles, la hierba estaba saliendo exageradamente entre los adoquines, como jamás lo había visto antes, porque sin duda frenaba su avance el paso de los caminantes. La caída de infinidad de hojas de los árboles, la hierba que estaba surgiendo de una forma asombrosa, las matas bien crecidas de cada rincón donde posara la mirada, los jardines que habían perdido su esmerada forma, se unían a la naturaleza salvaje que se manifestaba por todas partes en los rincones de mi campo que con tanto cariño yo cuidaba.
Las lluvias, tan intensas y seguidas en los últimos días, como ya ni las recordaba, parece que se han puesto de acuerdo para que crecieran de forma exagerada. El terreno en el que antes de la pandemia había labrado estaba lleno de malvas como no las había visto en años: un auténtico manto que lo cubría todo y con buena altura. No daba crédito a lo que veía, ni me parecía el mismo mi pueblo ni mi campo, y encima, a cada momento me encontraba conejos cruzando la carretera, hasta crías de conejo, pequeñas como un puño, además de torcazos que caminaban con toda tranquilidad en la cuneta, junto a urracas que iba de aquí para allá rozando el asfalto.
Cuántos conejos habré visto esta tarde saltando delante de mi coche, cuánta hierba surgiendo por todas partes. Y de pronto, un escalofrío me recorrió de parte a parte. Creemos adaptarnos a todo, afrontamos lo que se nos venga encima, pero hasta la música clásica que iba escuchando para aliviar el peso de tanto silencio me sonaba dramática. Ahora estaba formando parte de una escena de película en la que se ve un pueblo fantasma en el que algo misterioso ha pasado y no se ve a nadie por las calles. No faltaban más que los alicornios dando vueltas por todas partes para haberme puesto más duro el nudo de la garganta y la piel de gallina.
Cuántas escenas asombrosas habré visto en estos días, de animales de todas las especies que están llegando con la mayor naturalidad a las ciudades. Ya no huelen la intensidad del aroma del peligro de los seres humanos, su curiosidad les hace adentrarse más y más en las calles. Por todo el planeta se ven escenas asombrosas de animales de toda clase y condición que han ocupado los espacios que antes pertenecían a los seres humanos.
¿Pero qué está pasando? No solo recorren las ciudades los que vivían en plena naturaleza, sino que hasta se está escapando de los zoos. Será por falta de vigilancia, porque el personal pasa más tiempo en sus casas que controlando las jaulas, que se están multiplicando las escenas de animales que ante entretenían a los visitantes y ahora se van de visita para observar a los extraños animalillos del zoo humano.
Me llamó la atención ver a una cebra, de lo más tranquila, trotando por una gran avenida de París y después a un flamenco paseándose a sus anchas por la ciudad de Dudley, en Inglaterra. Ambos eran fugitivos de los correspondientes zoos. Pero es que hasta un león ha tomado aposento en las instalaciones del aeródromo de Kenia, y sin pedir permiso a nadie, pues, al fin y al cabo, sus antepasados ya rugían en esos territorios salvajes antes de que se inventaran los aviones.
Llama la atención ver a las vacas recorriendo de noche una calle céntrica de Filipinas, una detrás de otra, como si fuera un ejército organizado que no temiera a nada ni a nadie. Los monos que se están reuniendo por cientos, pero por cientos, en las calles de la India, no tienen ese porte sereno de las vacas filipinas, son desvergonzados, sacan los dientes si se enfadan y exigen con sus patas delanteras levantadas que se les dé la ración que les pertenecía, la que les daban los turistas. Así que ese cónclave de primates descarados más parece de manifestantes de una huelga con sus reivindicaciones salariales que otra cosa. Si nos les dan el sustento que les daban en sus templos, pues creaban ambiente en la ruta turística, lo tendrán que sacar de donde sea, aunque sea rapiñando todo lo que se tercie, por lo que lo mismo entran a saquear en manada por las ventanas abiertas, que le quitan la compra del mercado a la buena señora tan pronto como se despista.
Es por eso que en Nueva Delhi se han convertido en un auténtico ejército, tan grande que ya se ven en algunos sitios más monos reunidos que personas, pues buena parte de ellas ya se van confinando, con lo que los monos tienen más territorio libre, pero hambre, mucha hambre.
El mismo problema que los monos de Nueva Delhi tienen los ciervos de la ciudad de Nara, en Japón. Como ya no son alimentados por los visitantes de esos lugares con encanto, han decidido emprender su propia migración y cambiar de hábitat, introduciéndose en la ciudad a ver lo que encuentran.
Y todo esto no es de broma, que son fuente de información de los noticiarios de la mañana de lo más documentados, como la manada de chacales que provocó el pánico al aparecer de repente en un parque público de Tel Aviv, en Israel, pues además de ser un buen número no se cortaron ni un pelo a la hora de ponerse bravos e incluso aullar, lo que hizo que muchos se llevaran un buen susto.
Lo nunca visto, el más difícil todavía. ¿Desde cuándo se ha visto una manada de elefantes abandonando sus remotos lugares en la selva, siempre tan huidizos y sin el más mínimo deseo de encontrarse con los humanos? Pues también los he visto a la entrada de una ciudad, como yo veía esta tarde conejos y más conejos dando brincos por encima de las rayas blancas y las bandas sonoras, de cuneta a cuneta y tiro porque me toca.
Hay escenas que dan miedo, y otras que dan risa, como la marmota que en Filadelfia se comía como si nada, a dos patas y a dos quijadas, una auténtica pizza made in USA.
Quién te ha visto y quién te ve, homo sapiens, tú que te creías que eras el ombligo del mundo, y hasta los monos, también en grupo, han ocupado unos lujosos apartamentos en Tailandia y hacen balconing y se bañan a sus anchas, nadando a braza y a estilo mariposa. En pocos días terminarán tomando el sol en las tumbonas, o echando la siesta bajo las sombrillas, y como aprendan a utilizar la barra libre van a parecer auténticos británicos en Magaluf haciendo salvajadas de las suyas.
¿Es una casualidad que cada especie sienta la tentación de adentrarse en el territorio conquistado por los humanos a sus antepasados, o es que han escuchado una voz que dirige a todas las especies del planeta para recuperar lo que en su día les robamos?
En Estambul son manadas de caballos las que se acercan a ver el zoo humano.
La migración animal se manifiesta hasta con los animales más extraños. Incluso los delfines se acercan a las playas, y especies rarísimas, que era difícil encontrar en su hábitat natural, ahora se encuentran en los sitios donde jamás nadie habría imaginado que pudieran ser vistas.
El mundo del revés, que escribía ayer. Hasta he visto unas imágenes de un cóndor picoteando en la cristalera de un edificio, provocando el júbilo de dos perritos de los que pasan por peluquería intrigados por tan excelsa visita.
Si no fuera porque todo esto que escribo todos los días es lo que está sucediendo, y lo veo y lo compruebo con todo tipo de noticias, pensaría que me quedé durmiendo un quince de marzo y el sueño me tiene todavía atrapado, un sueño lúcido de esos misteriosos que nadie entiende, pero que el cerebro organiza para explicarnos algo, aunque por lo general no se explica muy bien, o nosotros somos muy torpes para entenderlo, porque siempre nos parece que no tiene ni pies ni cabeza lo que hemos soñado.
Pero aquí, salvo que nos demuestren lo contrario, parece como si hubiéramos pasado a una realidad alternativa y no nos hemos enterado de lo que lo sucede, pero con ese paradigma de ejemplo de noticia rara del tipo de “hombre rabioso muerde a un perro”. Pues eso, que nos podemos ir acostumbrando a que crezca la hierba entre los adoquines de las calles, ya con varios centímetros, que al paso que vamos, entre que el reino vegetal lleva su propio ritmo y le importa un pimiento morrón lo que hagamos los humanos, y entre que toda la pléyade del reino animal está buscando una segunda residencia en parques, callejuelas históricas y en todos nuestros tejados, cuando salgamos del confinamiento nos va a parecer que nos hemos teletransportado al Amazonas solo con poner el pie en la calle.
Como se enteren los murciélagos de Wuhan de la mala fama que le están dando en todas las ciudades del planeta terminaremos viéndolos hasta en la sopa, aunque no es precisamente esa metáfora la más apropiada en estos tiempos.
Ya se han documentado infinidad de casos de incursiones de ciervos, de corzos y de osos. De rebaños, ni contarlos. Como de cabras que hasta se comen los setos de las más pulcras urbanizaciones. El jabalí es el rey del mambo en esto de ocupación a lo grande de ciudades españoles, harto ya de estar hurgando con el hocico en los bosques, pues ahora se encuentran nada más abrir la puerta de la casa, y hasta se han visto en alguna que otra gasolinera.
No hay territorio del vasto planeta confinado que no sea una atractiva aventura para la especie más extraña, con desembarcos por tierra, mar y aire, que ya algunos sospechamos que se ha producido el día D y la hora H, como el de Normandía, tocando a llamada con la corneta para que aves, mamíferos y reptiles, y todas las clasificaciones habidas y por haber de Linneo, ocupen sus puestos como Dios manda.
Así que nos podemos ir preparando para la invasión animal, que crece por minutos. Desde pavos reales mostrando su arco iris de plumaje incandescente, hasta focas, que también se han visto, donde nadie se esperaba.
Esta película de ciencia-ficción ya no necesita entrada para ser vista en el más amplio de los cines, que abre sus pantallas en los escenarios más diversos de las ciudades colmena. Se pensarán los animales que nos hemos vuelto abejas, o monos, que para eso estamos emparentados con ellos, que hemos trepado a los balcones para dar palmas a las ocho de la tarde.
Como se alargue esto más de la cuenta, y la cuenta ya es larga, las perdices se vendrán a vivir a los campos de golf, como las avutardas, y hasta el lince ibérico, haciendo honor a su nombre, se moverá de una a otra punta de la península ibérica como antes se decía que lo hacía una ardilla del norte al sur de España, sin bajarse de los árboles.
Las peripecias serán cada más intensas, ahora que la naturaleza le ha perdido el miedo y hasta el respeto, que falta hacía, al homo sapiens que se pensaba que era el ombligo del mundo, el centro del Universo y hasta el rey del mambo sideral del multiverso, que es el conjunto de todos los universos, si es que existen, pegados unos a otros y emparentados con el nuestro con vaya usted a saber qué líneas del tiempo o realidades paralelas.
A lo mejor esto no está sucediendo de verdad. Al final va a ser que es una realidad paralela, como aparece en las películas que tanto me gustan, en las que resulta que hay un mundo paralelo al nuestro, en el que hay un José Antonio que escribe como yo, pero con su variación en personalidad, y hasta en el ordenador con el que escribe, y así cada uno de nosotros. Y por una suerte, como se suele decir, pero que realmente es una desgracia, de fenómeno cósmico, se han invertido los papeles, y en esa otra realidad todo estaba patas arriba desde siempre, y ahora somos nosotros los que estamos con los pies en el techo, que es como parece que vamos a terminar todos, dando botes por el suelo.
Un poco de humor habrá que echarle a esto de la invasión animal, que estábamos todos con tantas ganas de que llegaran los extraterrestres masivamente a la Tierra y nos hemos quedado con un par de narices, porque los únicos que han llegado son los animales terrestres.
Seguiremos descifrando este misterio, la voz callada de la naturaleza que da instrucciones seguramente para un plan secreto que ni por asomo conocemos.

Fuente: Textos recopilados de las páginas web Luz de Ilunum y Sieteluces, además de los canales de youtube Luz de ilunum y Editorial Sieteluces, textos propios y/o recopilados por el escritor e investigador José Antonio Iniesta Villanueva.