AVE FÉNIX CRÓNICAS DE LA ESPERANZA CONTRA EL CORONAVIRUS XXXVII

Ave Fénix
Crónicas de la esperanza contra el coronavirus
XXXVII
Gente con buen corazón
José Antonio Iniesta



20 de abril de 2020. Treinta y siete días, que se dice pronto, de real decreto de estado de alarma por emergencia nacional a causa de una pandemia histórica, una de las más importantes de la historia de la humanidad. Parece que fue hace un siglo que escribía que el ejército se desplegaba por las calles de nuestro país, que los españoles, como medio mundo y parte del otro, nos encerrábamos en nuestras casas para no morir a causa de un virus letal que, al día de hoy, y seguro que con el tiempo se comprobará que son muchos más de los que se han contabilizado, ya ha matado a 20852 personas, con más de doscientos mil positivos en cuanto a contagios. Y ya padeciendo la crisis económica en el presente, que será la más importante desde la Gran Depresión de 1929, me agarro como a un enlucido para tratar de comprender qué puedo encontrar que me llene de satisfacción entre tanta desolación como percibo por todas partes.
Nadie puede embellecer las situaciones de dolor, las cifras son las que son, con casi doscientos mil seres humanos que ya nos han dejado en todo el planeta, pero necesito con todas mis fuerzas comprender qué puede estar pasando que me dé una esperanza de que algún día podamos corregir nuestro rumbo de destino como especie para salir más unidos y reforzados de todo esto.
Y hay señales en este tropel de noticias que se suceden por todas partes, en el claroscuro de la condición humana. Una inmensa corriente de solidaridad de gente con buen corazón, con sentimientos, pura humanidad en el sentido más refinado de la palabra, la semilla que puede germinar entre tanta cizaña para generar una masa crítica, esa frase tan importante como desconocida, el porcentaje de personas capaz de provocar un cambio, tan aludida en los movimientos de conciencia como punto a alcanzar para generar la transformación planetaria para la que muchos trabajamos desde hace tanto tiempo, el salto cuántico del que nos hablan las profecías, los grandes mensajes espirituales, lo más hermoso que surge de ese poso de creencias y tradiciones de toda clase de religiones.
Hoy mismo, sin ir más lejos, veo escenas de la cabalgata solidaria que ha recaudado en Bormujos, Sevilla, cuatro mil kilos de alimentos para los más vulnerables, y con música para animar a los niños. Asombra esta oleada de reciclaje, de improvisación, de multiplicidad de acciones de distintos oficios, de transformación de piezas para fabricar objetos diversos para salvar vidas, el ingenio y la imaginación al servicio de una palabra y un sentimiento, el amor, que es la fuerza más poderosa que existe en el Universo.
La Cruz Roja de España ha realizado más de seiscientos mil servicios desde que comenzó el confinamiento. Cuánta luz esclarecida, cuánta salvación de vidas, devolviendo la tranquilidad a los que sufren, cuidando a los ancianos, llevando de aquí para allá a los que lo necesitan, insuflando existencia y esperanza a los demás. Porque es contagio positivo de puro amor, pues sabemos, como si fuera una cadena de favores, del grandioso efecto que supone en el propósito de vida de un ser humano que alguien le haya ayudado en los momentos más duros de su existencia.
El amor se contagia, como también lo hace la envidia y los celos, la avaricia y la vanidad, por eso, como bien saben los agricultores, hay que sembrar las mejores semillas, para tener las mejores cosechas.
El viernes pasado me conmovía la noticia de un británico, Tom Moore, veterano de guerra, con 99 años que, a paso lento, con mucha dificultad, había recaudado ya unos catorce millones de euros caminando sin cesar a lo largo de la calle con su andador. Ya había nacido cuando comenzó la Primera Guerra Mundial, vivió en una época en la que el mundo fue asolado por la gripe española y combatió en la Segunda Guerra Mundial, habrá vivido toda clase de pérdidas y sufrimientos en su vida, y allí estaba, como un guerrero de la luz, sin necesidad ya de un fusil con el que pegar tiros y defender al mundo de la oleada de oscuridad provocada por los nazis, recaudando dinero para sanidad.
En todo tiempo hay esperanza, y debe haberla, porque no debemos quedarnos con los que se visten de sanitarios para robar a los ancianos en sus hogares, ni los que siguen robando y matando por más coronavirus que recorra las calles. Siempre he dicho que hay más gente buena por el mundo que mala, lo que pasa es que los pocos malos no tienen límites a la hora de hacer ruido, y ese ruido es toda clase de calamidades provocadas por la oscuridad que llevan dentro, y que luego se proyecta con incontables altavoces en toda clase de medios de comunicación. Pero la esperanza de la buena gente es la que necesitamos que crezca sin medida.
Cuántos millones de buenas acciones nos estamos perdiendo, incapaces de absorber tanta información, de gente con letras de canciones, donaciones económicas, trapecismos de pruebas a superar, tutoriales gratis de todos los colores, disfraces con los que alegrar la vida de tantos niños que nunca podrán entender del todo que un virus microscópico está poniendo contra las cuerdas a todo este vasto mundo que nunca podremos conocer del todo, con tantas creencias diferentes.
Un auténtico fenómeno social recorre las grandes urbes, los pequeños pueblos, hasta la última calle y barrio de la Madre Tierra, y se rompen nuestros esquemas mentales al ver cómo de diversas formas los seres humanos se enfrentan al virus y al miedo por partida doble, aunque en muchas ocasiones sea venciendo al ridículo o exponiéndose a la mofa de quienes los ven haciendo las cosas más extrañas.
Vi a la mujer más pequeña del mundo subida a un coche y concienciando a la población para adoptar medidas de protección, y lo hacía con un micrófono que era casi tan grande como ella. Pero también a un enésimo personaje de superheroína creado por la pandemia, como es el caso de “Susana Distancia”, la propia alcaldesa de Metepec, localidad de México, que en lo alto de una gigantesca escalinata animaba a sus vecinos a guardar precisamente “su sana distancia”.
Los más conocidos deportistas se han unido para subastar sus trofeos, sus recuerdos más queridos, con los que recaudar fondos para ayudar a los que más lo necesitan, y esta corriente de desapego, de prescindir de lo que solo es material, a pesar del cariño que se tenga por estos objetos, es de nuevo el amor como expresión de darse a los demás, de rescatar náufragos en este naufragio colectivo. Y con ellos los más destacados personajes de la gastronomía, que ahora preparan miles de comidas para llenar el estómago de los que más están sufriendo esta tragedia sanitaria, que también es económica y genera pobreza. Con ellos me quedo, con ellos siempre, con todos los que han puesto a servicio de una causa común sus fábricas, donando generosamente los artículos que ahora salen de las cadenas de montaje, de las máquinas, de los más diversos oficios, que antes se dedicaban a cualquier otra cosa menos a fabricar respiradores, EPIs, mascarillas y todo tipo de utensilios necesarios para salvar vidas, el sagrado legado de los seres humanos que nos permite estar aquí para seguir disfrutando de lo mejor de la existencia.
No deja de estremecerme cada coreografía creada en las UCIs, esos lugares tan tristes a los que se llega por las causas más dramáticas, y más ahora que el colapso de los hospitales estuvo a punto de provocar una quiebra del sistema sanitario como jamás hemos visto. Me emociona ver de qué forma celebran la vida, hacen vídeos, sonríen, cantan, bailan, cuando sé que les llora el alma por dentro de tanto y tanto como han visto.
Y es para llorar de alegría ver esos pasillos abiertos al futuro en los que como en un ritual de lo más necesario les aplauden y les cantan a los que han sobrevivido a esta batalla sin cuartel contra el coronavirus, apoyados en sus bastones, en sus andadores o sentados en sillas de ruedas. Qué asombroso que de los lugares más tristes en España surja la melodía de la victoria, que es doblemente victoria, contra una infección que mata y contra la que provoca tanto miedo.
Me encanta que los recursos de la tecnología, cualquier maquinaria, el más mínima recurso, se utilicen para hacer el bien, generar ilusión, disolver esa peste negra de todos los tiempos que es el miedo, que corroe los corazones, bloquea los sentimientos, baja la persiana de los ojos que antes eran alegres y se contagia de una forma que es más rápida todavía que el propio miedo. Como el hecho de utilizar una plataforma elevadora en Holanda para que familiares de ancianos puedan subir a lo más alto para saludar, a cierta distancia, a los que se sienten tan solos al otro lado de cualquier ventana.
Aunque lo más estrambótico se manifieste, los más friki y extraño, con tal de animar a seguir viviendo, aunque sea haciendo lo más rocambolesco y ridículo, como tantos grupos bien uniformados y con un baile más que ensayado, que se han dedicado a sacar ataúdes por las calles en ciertos países cuyas costumbres tienen que ver con esos movimientos espasmódicos en las celebraciones de entierros, que ahora se transforman en ánimo para no morir antes de tiempo.
A flor de piel se manifiestan los sentimientos más allá del uniforme que los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado utilicen, con tal de salir airosos tan pronto como sea posible de esta tragedia colectiva. Cuántos cumpleaños se han celebrado en la calle, poniendo al servicio de las familias coches de bomberos, ambulancias, vehículos de la policía, de protección civil, grúas y plataformas, lo que sea, con globos y equipos musicales, con tal de arrancar una sonrisa a los niños, que parecen pajaritos enjaulados, que siempre tendrán el recuerdo imborrable, aunque no lo digan, de un bicho con trompetillas, el que tanto han dibujado en tantos ratos libres, que hizo que se entristecieran los rostros de sus padres.
Ellos son como los animales que viven con nosotros pues, aunque guarden silencio, saben descifrar perfectamente las lágrimas escondidas en los ojos y los silencios interminables. Así que tanta verbena ambulante es un regalo inmenso para sanar conciencias, para evitar la mayor cantidad de crisis de ansiedad en el presente y en el futuro, los traumas psíquicos, en esta larga contienda que todavía no ha terminado y que el día de mañana nos llevará a superar un examen tras otro cuando salgamos a la calle.
Benditos forjadores de sueños, los que han fabricado mascarillas transparentes para acordarse de aquellos que son sordos y les es tan necesario leer los labios de los que tienen enfrente. Como las más de cien fábricas del valle del juguete, principalmente de Ibi y Castalla, que han puesto a disposición de esta oleada de solidaridad la maquinaria con la que antes hacían esos juguetes para fabricar ahora material sanitario. La ilusión se recicla, la magia de la vida, lo importante es que los sueños sigan creciendo y todos salgamos unidos de esta tormenta perfecta.
Empresas solidarias montan al lado de las carreteras dignos chiringuitos para que los valientes camioneros tengan alimento y servicios higiénicos en tan largos recorridos, que antes eran travesías de la tristeza por el desierto de los restaurantes vacíos. Y una legión de voluntarios, que podrían estar bien protegidos en sus casas, se ofrece para cuidar de ancianos y niños, como sé de farmacéuticos que generosamente llevan medicamentos a los clientes que más los necesitan, encerrados a cal y canto en sus casas, con el miedo al contagio y al mismo tiempo contagiados por el miedo.
Por todas partes hermandad de calles, de barrios y de pueblos. Redobles de tambores en Hellín, aunque tengamos descosida el alma, pero con al afán de unirnos a ese aplauso solidario que cada día, a la ocho de la tarde, se escucha en millones de ventanas, terrazas y balcones.
Un pueblo unido sea cual sea la región en la que nos encontremos, puñados de arco iris pintados por los más pequeños, que también honran a los mayores, que nos recuerdan que después de la tormenta siempre llega la calma, que tras las nubes grises con rayos y centellas sale el sol que a todos nos alumbra.
Una lección de vida estamos aprendiendo de la más dura de las formas, pero por eso mismo nos dejaremos llevar por las letras de los cantautores, que en solitario o en grupo, a través de videoconferencia, se unen para alegrarnos la vida con esa magia sonora de la música. Y los escritores sacamos poesía y narrativa de las entrañas, como los artistas del cine y del teatro nos llenan los ojos con una comedia que nos alegre la vida, a la que se unen los humoristas de siempre, que han sembrado carcajadas en las jardineras, en el sofá cama, al otro lado de todas las pantallas.
Hermoso país el nuestro, a pesar de los pesares, en el que la gente con buen corazón lo está mostrando de las más diversas formas. Esa es la semilla de esperanza que hace que brillen mis pupilas, la que me hace creer que todo este esfuerzo colectivo por sobrevivir unidos se grabará a fuego en nuestra memoria colectiva, empujándonos a hilvanar sueños y sonrisas, como ahora lo estamos haciendo, porque nadie desea estar en vilo siempre, con una espada de Damocles encima de la cabeza, sea con una pandemia, con el incendio del pulmón del planeta, con los mares contaminados por vertidos y plásticos, o por un cambio climático que, respondiendo a los ciclos de la naturaleza, también está agravado por tanta contaminación como arrojamos a la atmósfera.
Un tiempo de pesadilla para volar con sueños de futuro, una época de heridas que solo puede curar el paso del tiempo, y una necesidad de que todos aquellos hombres mujeres, ancianos y niños, que queremos tener una vida en la que convivir en armonía, nos unamos para sembrar, de la forma más intensa que jamás se haya visto, esperanza sobre toda la faz de la Tierra. Dios quiera que la gente con buen corazón se una para alcanzar la paz que nos merecemos.

Fuente: Textos recopilados de las páginas web Luz de Ilunum y Sieteluces, además de los canales de youtube Luz de ilunum y Editorial Sieteluces, textos propios y/o recopilados por el escritor e investigador José Antonio Iniesta Villanueva.