Ave Fénix
Crónicas de la esperanza contra el coronavirus
XLVI
Un relicario de sueños y promesas
José Antonio Iniesta
29 de abril de 2020. Cuarenta y seis días encerrado en esta burbuja de conciencia mantenida, de verso inaprensible agarrado con pinzas en el tenderete de la ropa que tengo en el patio, así que me resuena en el corazón que tenga el espíritu de la poesía la crónica de este encierro de hoy, en el que también estoy en busca del tiempo perdido, como fue el propósito del confinamiento voluntario que durante años realizó Marcel Proust y que poco a poco le fue llevando hasta la muerte, suspendido en el aire de su imaginación para escribir miles de páginas entre cuatro paredes, sabiendo, como seguro sabía, que no hay cárcel humana para el espíritu y la creatividad cuando la inspiración concede alas para viajar al mágico reino que a cada uno le pertenece.
Los balcones de las ciudades colmena nos revelan conciencia,
flotando en el aire de los barrios que son como candelas,
un velo blanco de aplausos para los que nos salvan la vida.
Tiempo detenido en calendarios que se van enmoheciendo,
pero que destellan con la luz incandescente de los que esperan.
Resurgir de un tiempo glorioso en el arco iris pintado por un niño
que ha aprendido cómo es el oscuro rostro de una pandemia.
Somos estelas refulgentes en este mar a la deriva,
sin terminar de saber cuándo recuperaremos del todo las calles.
Que el viento de los días nos acaricie el rostro, que vuele,
que no vamos a desfallecer en esta prueba a la que nos somete el destino.
No nos mueve el quebranto, ni la pesadilla, ni siquiera la sombra de la muerte,
nos arranca de los asientos la esperanza de salir fortalecidos del desafío.
Se llenan los ojos de lágrimas ante tanto corazón abierto que resuena
en el inmenso silencio de muchísimos corazones.
Esa memoria celular que corre por las venas de los que saben del amor,
esa fuerza que es como el fuego devorando el prado gris del olvido.
Por todas partes surge un cultivo de sonrisas que va dando cosechas,
abrazos compartidos a distancia, con miradas que son como el fuego vivo.
De cada montón de cenizas, cuando ardió una quimera, nace una rosa,
un mandala de pétalos sedosos que son como la caricia de una enfermera.
Cuánto dulzor de espíritu sagrado resurgiendo entre la más burda de las miserias,
cuántos ángeles que nunca vinieron del cielo, sino que tienen raíces en la tierra,
tantos seres que dan su vida a cada momento para sembrar incontenible alegría,
ilusión por ver que un anciano resurge de su camilla y se ofrece de nuevo a la vida.
Por todas partes hay luces incandescentes alumbrando esta eterna noche,
titilar de estrellas fugaces que nunca lo serán en nuestra memoria,
una legión de seres maravillosos que lucha con espada contra la guadaña
y luego recibe, llorando, el aplauso conmovido cuando llega la noche.
Esta batalla contra un cruel destino la ganaremos todos juntos,
arropados por el espíritu colectivo de un pueblo enamorado de sus raíces,
una nación que ha visto ya amanecer muchas veces
para acabar con una pesadilla mientras cabalga a lomo de sus sueños.
Qué espíritu más grande crece en las calles vacías con tristes carteles
que ya no llaman a la mirada de los que se fueron a sus guaridas,
esperando a que la vida les conceda una oportunidad de seguir siendo,
de volver a estar participando en este juego cósmico de la existencia.
Nos quedará siempre un rosario de dolor en el centro del pecho,
un suplicio inconfesable que nadie podrá contarlo como realmente ha sido,
un sudario que se apoderó del silencio y nos entregó un puñado de lamentos,
una tristísima letanía que se escucha en lo más alto de un campanario.
Pero también tendremos en nuestras manos la huella de un recuerdo,
las veces que las elevamos al cielo implorando que cesara esta agonía,
y quedará en nuestros labios la huella de los besos invisibles que dábamos,
como quien busca el cuenco de amor que siempre necesitamos.
No hay bridas en este alazán convertido en un viaje iniciático y un suspiro,
una carrera apasionada para ser lo que siempre quisimos ser,
ahora que este cataclismo de las plazas mudas se nos ha venido encima,
porque hasta en el más triste y desolado de los desiertos
siempre puede nacer la flor que amamanta el aire y una gota de agua caída del cielo.
No morirá nuestro espíritu inquebrantable aunque nos caiga un granizo de fuego,
aunque la tierra tiemble y se abran grietas en las mejillas agotadas por el cansancio,
porque siempre hay alas de aves peregrinas que nos elevan del suelo
para llevarnos al reino mítico de los torreones dorados donde el alma descansa.
No es este salto el de la comba, ni nuestros pies van dando brincos por la rayuela,
es un estremecimiento que nos quiere entregar al lecho oscuro del desaliento,
pero que no hará más que sacar el cofre de los tesoros donde el amor nos espera,
el recinto milagroso en el que ese niño que fuimos en el pasado todavía juega.
Claro que nos ha mordido la vida con los afilados dientes que hacen sangrar la herida,
es verdad que nos partió por la mitad la entraña consumida por el temor y la ira,
pero también es cierto que de este lecho de hormigón en el que se convirtió la noche
están resurgiendo margaritas, amapolas y lirios como ofrenda para los que se fueron.
De alguna forma se nos han llenado los bolsillos de un dolor inexpresable,
un montón de clavos afilados que se han quedado para siempre en nuestro pecho,
un duelo al que no se pone fin porque flota como un fantasma errante,
lágrimas que corren por el recuerdo que fue sellado con una muerte.
Pero también hay oraciones infinitas que como vencejos vuelan por el aire,
hacen círculos de luz, espirales con resplandores, de lo más admirables,
que se han quedado para siempre en el más bello álbum de los recuerdos,
el que siempre estará guardado en el manojo de los sentimientos más nobles.
Los hospitales se han llenado de silencios a los que se les puede dar nombre,
de miradas vacías que se han quedado pegadas con esparadrapo a las paredes,
pero también hay cantos de alegría y benditas e inocentes coreografías
que rinden culto a la primavera cuando se celebra el renacer de la vida.
De toda tragedia que pone plomo derretido en nuestra conciencia
nace un espíritu de mansedumbre que es de un blanco inmaculado,
un rostro de belleza inexpresable, oculto detrás de una mascarilla.
Que el tiempo que nos ha tocado vivir se guarde en lo más profundo de la memoria
para recordar que una marea sin sentido vino envolviendo a un libro abierto,
esta extraña forma que tiene el Universo de grabarnos a fuego una enseñanza,
el aprendizaje en el pozo más incierto que da paso a un cambio de paradigmas.
Como no supimos desvelar los augurios de los cruces de caminos que destrozamos,
tanto paisaje bello que nos fue arrebatado por la insensatez del ser humano,
tal vez tenía que llegar lo incomprensible para que despertáramos,
este enigma que nos rompe la cabeza y nos remueve las tripas aunque no queramos.
Quizás tenía que venir algo que nos diera la vuelta y nos zarandeara, boca abajo,
para que cayeran de nuestras costuras abiertas todo aquello que nos sobraba,
ese peso que nos echamos a la mochila cuando tenemos que emprender el vuelo.
Vendrá la luz a rescatarnos, antes de que el olvido nos arroje a los brazos de Morfeo,
llegará la gloria presentida que resurja de cada una de nuestras heridas,
porque nos merecemos seguir caminando, creyendo en un futuro de esperanza,
en el que la muerte no golpee con la aldaba del miedo en nuestra puerta.
Nos hace falta amar a cada a instante, con abrazos que no sean de viento,
con besos que no sean imaginados, encuentros con los que más queremos,
dejar que esta pesadilla se disuelva para siempre como una tormenta que se acaba
y sale el sol de nuevo, cubriendo con haces de pura luz el horizonte y la esperanza.
Vendrán tiempos mejores, ya se dibujan en los campos revestidos de flores,
lo anuncia este temblor que sentimos sabiendo que Dios nunca se equivoca,
que todo cuanto sucede es una oportunidad única para aprender a ser mejores.
Una hermandad invisible podría resurgir de las ciudades colmena,
una fraternidad como nunca se ha visto a través de las ventanas de tantos hogares,
el espíritu libre y colectivo de la humanidad en su camino hacia el Infinito…
Fuente: Textos recopilados de las páginas web Luz de Ilunum y Sieteluces, además de los canales de youtube Luz de ilunum y Editorial Sieteluces, textos propios y/o recopilados por el escritor e investigador José Antonio Iniesta Villanueva.