El semillero de la Luz
XIII
Los sembradores del miedo
José Antonio Iniesta
A los trabajadores de la luz no les dan tregua los rastreadores, esos seres que aunque reales podría parecer que son míticos, pues recorren los senderos invisibles de la conciencia siguiendo el rastro de las más elevadas frecuencias. Cuanta más luz proyectan los que despiertan, más peligrosos son para los que temen que las farolas iluminen las calles de sus eternas noches, de sus oscuras conciencias.
Son especialistas en tirar la piedra y esconder la mano, y para ello se ocultan al otro lado de la mirada perdida de los seres humanos que, de repente, dejan de ser lo que eran para convertirse en auténticas bestias. Los rastreadores siempre se esconden, como amos que son de la noche, pero se confabulan continuamente para sembrar la semilla de la discordia.
Seguirán siendo una leyenda para quienes todavía no han visto su rastro, como de tinta negra, como de humo oscuro, como de ráfaga de negrura, en la mirada de los que hipotecan su conciencia. Al amparo de los que son engañados, que han permitido que una fisura en su cuerpo de luz les abra la puerta, se entretienen en romper las más hermosas amistades, los amores compartidos, los proyectos de luz que un día hicieron crecer alas.
Toda una élite de carroñeros trabaja a su servicio, impunemente, con guante blanco, desde las mesas redondas y las más adornadas tribunas, Son los sembradores del miedo, uno de los más antiguos oficios, capaces de lanzar mil millones de semillas de terror por minuto.
Cuánto más grande sea la fuerza de un mundo para dar un salto cuántico, más intensa será su reacción a la hora de llenar las páginas de los periódicos, las pantallas de televisión, las ondas de radio, con ataques terroristas, crisis económicas o pandemias.
Son los amos de la muerte, incapaces de generar vida en sus huertos como los hortelanos de toda la vida, como los agricultores que sacan de la tierra el hermoso fruto de la naturaleza. Los sembradores del miedo abonan sus campañas intimidatorias en los laboratorios farmacéuticos, en despachos lujosos, en servicios de inteligencia y en poderosos medios de comunicación capaces de convertir en mentira la verdad y en verdad la mentira.
Saben, pues heredaron este conocimiento en claustros, templos y palacios de los viejos tiempos, que el miedo es la herramienta más poderosa para aturdir las conciencias. Son expertos en cortinas de humo, en guerras con armas de destrucción masiva, en el juego de las mentiras, en el poder de la palabra consumida por la vileza de una perfidia.
Pocos verán su correosa piel de reptil debajo de la bata blanca, en las elegantes salas de los congresos internacionales. Se ocultan detrás de todas las banderas, en los comunicados de prensa, en la parafernalia de las instituciones y en la diplomacia.
Incuban sus campañas del terror bajo las coronas, al lado de los cetros, arropadas por las leyes, camufladas en las fotos de rigor de los gobiernos, y todo ello con el porte más digno de la apariencia. Los semilleros del miedo están debajo de las mesas de los consejos de ministros, en las cumbres de estado, iluminados sin que nos demos cuenta por los flashes de las cámaras de los fotógrafos.
El culto a la apariencia, al dinero, al poder y a la efímera gloria, intenta arrancar de un plumazo la esperanza de aquellos que anhelan un mundo nuevo. Pero son estos últimos lo que conocen el valor de otras semillas, de un tiempo venidero, las que germinarán cuando el ser humano descubra que tiene que alcanzar por sí mismo su auténtica libertad como ser humano.
Con este ser que cree en sí mismo, y en su capacidad de amar al resto de los seres humanos, no podrá acabar el miedo, embotellado con forma de gripe, de ataque terrorista o de crisis económica, pues todo es fruto de la miserable condición humana a la que los que gobiernan nuestro mundo quieren condenarnos.
La luz no entiende de rejas, pues atraviesa la más mínima rendija; nadie puede parar el poder de la palabra que expresa un sentimiento verdadero; siempre quedarán unos ojos para descubrir la verdad y transmitirla; la herencia de nuestros antepasados está bien guardada; las semillas de la paz pueden ser enterradas, pero más tarde o más temprano germinan…
Fuente: Textos recopilados de las páginas web Luz de Ilunum y Sieteluces, además de los canales de youtube Luz de ilunum y Editorial Sieteluces, textos propios y/o recopilados por el escritor e investigador José Antonio Iniesta Villanueva.