EL SEMILLERO DE LA LUZ IX – EL TRAPECIO DE LA LUZ

El semillero de la Luz IX – El trapecio de la Luz



José Antonio Iniesta

Todo trabajador de la luz que se precie tiene que recibir el título de malabarista y trapecista a tiempo completo.

Si no pasa el examen, si no adquiere el conocimiento adecuado que demuestre que ha merecido recibir el título, corre el riesgo de caerse de vez en cuando del alambre, de tanta prueba a la que va a ser sometido a lo largo de su vida.

El juez inflexible que es él mismo le va a desafiar constantemente a revalidar el título con infinidad de retos, que para eso la evolución se demuestra a fuerza de trompicones, cayéndose y levantándose, con espaldarazos vehementes de luz y zarpazos dolorosos de oscuridad.

El viajero espiritual recorre insistentemente toda clase de dimensiones, estén autorizadas por los caciques de la tercera dimensión o sean apócrifas, que lo mismo da, pues nada ni nadie detiene su paso en la senda gloriosa de la búsqueda personal de la Luz.

Pero en este vaivén del tejido luminoso hay apeaderos que a veces conducen a los desagües más infectos de la tercera dimensión, que siempre es una trinchera llena de francotiradores.

El trabajador de la luz debe atravesar todos los obstáculos, buscándose las mañas para no caer herido, y no morir en el intento, en el campo de batalla del juego mental en el que se ve inmerso. La muerte no es física en estos protocolos de supervivencia, pero te deja tumbado, como gato panza arriba, en esta realidad virtual que la práctica totalidad de los seres humanos considera que es la única existente.

Entre dimes y diretes, a la caza del zorro o del conejo blanco, el peregrino incansable se ve sometido a una persecución infame por parte de esas sombras que no quieren que ningún atrevido pionero en servicio a la Luz encuentre su propia tea, la encienda y se acostumbre a iluminar los tenebrosos callejones que ellos habitan. A estos engendros del otro lado de la Fuerza les molestan los saltimbanquis que llevan candiles para dar luz a las asustadas polillas. Acaban de un tajo certero con infinidad de proyectos hermosos si el trabajador de la luz no alcanza a hacer los malabarismos de forma adecuada, por lo que puede terminar con alguna que otra herida en el alma.

Los héroes del trapecio de la luz siempre trabajan sin red, que así tiene más mérito, pero nunca están solos. Cuentan con la ayuda de un manojo renovable de sincronicidades, de guiños provenientes directamente del cielo, de señales chamánicas, de susurros inaudibles para otros que provienen de ángeles resplandecientes.

Los trabajadores de la luz son extraños misioneros de una causa que para los que no quieren despertar está perdida. Pero ellos saben que su reino no es de este mundo, que el reino de los cielos en el que habitan sólo se puede ver con los ojos cuando se es niño, cuando se llora con lágrimas de dulzura, cuando se aloja en el corazón la mansedumbre, cuando se sigue el camino de un laberinto que siempre es realmente el más corto.

Su viaje parece interminable, pero les conduce al interior de sí mismos, hasta las mismísimas puertas de sus más hermosos sueños, al espíritu libre de los que vuelan sin ataduras, siempre hacia el alma intangible e infinita que es Dios manifestándose en todo cuanto existe.

Fuente: Textos recopilados de las páginas web Luz de Ilunum y Sieteluces, además de los canales de youtube Luz de ilunum y Editorial Sieteluces, textos propios y/o recopilados por el escritor e investigador José Antonio Iniesta Villanueva.