LOS TAMBORES O LA RENOVACIÓN DE LA NATURALEZA

Tocar el tambor en Hellín y en primavera es acercarse al prodigio del redoble, de la magia de esta tierra ancestral, y al misterio de la renovación de la naturaleza. Hellín, encumbrado a lo largo de sus siete colinas, como una Roma de andar por casa, rezuma  historia en cada una de sus fachadas, rincones y viejas canaleras; abre laberintos entre las calles en las que siempre pueden perderse los más soñadores. Y en primavera se convierte si cabe más todavía en una invitación de lozanía a reencontrarse en la naturaleza que vibra desde sus montes a sus huertas, desde sus jardines hasta las hierbecillas que han nacido entre las viejas cancelas.



Y cuando la historia clama al cielo desde la rejería y el verde  de la tierra entera regala sus favores con un manto de fertilidad divina, viene la gloria en forma de tambor y sumerge hasta el último de los tejados en un redoble que va saltando de patio en patio, del corral a la cámara y de la cámara a las terrazas y a cada esquina.

Redobles de primavera que se comunican unos a otros en la llamada, presintiendo ese momento en el que todos, como respondiendo a la voz de la sangre, del pasado o de la enseñanza de los padres, se funden en un abrazo por millares de túnicas negras, negras como la noche.

Tambores de primavera que vibran como lo hace el trueno, que abren los parches como lo hace la tierra que no termina de acomodarse, que es murmullo, latido y estruendo, caricia y roce en cada bocacalle.

¿Quién no siente este milagro de las nuevas flores, quién no se estremece al ver a un hijo improvisando su primer redoble, quién no llora bajo una luna de Jueves Santo al volverse en la hilera y no descubrir la imagen de su padre?

El tambor, su círculo perfecto, está lleno de sentimientos que revientan y escapan y flotan a cada golpe, para fundirse con los del resto de los tambores.

¿Quién no ve el sueño de los jóvenes o el estremecimiento de aquel que presiente que ya se acerca el último de los Jueves Santos? Las sensaciones rodean las farolas, se encaraman en los aleros, se acomodan en el tejado de la iglesia o cobran vida en las figuras inertes del Monumento al Tamborilero.

Y todo ello, entre la vida y la muerte, es el tambor que se renueva, como lo hace la naturaleza, siempre dinámico y febril, al mismo tiempo un instante y un  infinito…

Fuente: Textos recopilados de las páginas web Luz de Ilunum y Sieteluces, además de los canales de youtube Luz de ilunum y Editorial Sieteluces, textos propios y/o recopilados por el escritor e investigador José Antonio Iniesta Villanueva.