LOS NIÑOS TAMBORILEROS

No hay tradición que garantice su existencia en el futuro si su legado cultural no pasa de generación en generación. Hellín, “La Ciudad del Tambor”, demuestra año tras año que su fiesta grande, la Tamborada, declarada de Interés Turístico Internacional, va creciendo sin cesar. Gana en entusiasmo, en participación y en difusión de sus sorprendentes manifestaciones, únicas en la geografía española por el número de tamborileros, más de veinte mil, una muchedumbre asombrosa que estremece tan sólo con verla extenderse por un laberinto de hermosas callejuelas.



Él éxito de esta manifestación colectiva, sin duda la Tamborada más grande del mundo, se debe a infinidad de aspectos destacables, como la práctica de un auténtico ritual cuyas raíces se encuentran en una de las más impresionantes creencias del planeta, la del poder del sonido como transformador de la conciencia individual y colectiva. También es destacable la belleza de un casco antiguo rebosante de historia, la artesanía del tambor, con obras de indiscutible grandeza artística, y el inmenso esfuerzo desarrollado por los tamborileros, expresión última de la entrega al misterio, a lo inaprensible, como parte de una práctica tan antigua como el propio ser humano.

Pero sin duda, nada de esto sería posible sin la semilla vivificante de los niños y niñas que cada año se convierten en improvisados e inconscientes tamborileros tan pronto como nacen, luciendo túnica negra, pañuelo rojo, palillos y tambor. Reciben así el legado de sus antepasados, que nos han ofrecido el mayor de los tesoros: la capacidad de sentirnos parte de una tierra, de emocionarnos y de sentirnos orgullosos al estrechar vínculos con nuestros familiares, compañeros, amigos y vecinos, sintiéndolos a todos como parte nuestra. Este milagro del hermanamiento y la solidaridad lo provoca la magia indescifrable del sonido.

Y el sonido va calando en los niños, incluso cuando duermen en sus carritos o en el regazo de sus madres. Los padres los adiestran en patios, corrales, cámaras y terrazas, convocados por la alegría renovada de la primavera. El redoble es recibido como el hogar y la palabra, como la comida y la enseñaza, a fuerza de impulso y de vida diaria, de forma tan natural como se respira o se piensa. Y todo ello para continuar un proceso de iniciación que culmina, como si el niño se convirtiera en oficiante de una ceremonia sagrada, por más que la encubra la apariencia de lo profano, cuando un Miércoles Santo comienza a formar parte de pleno derecho, como uno más, de la peña, el segundo hogar tamborilero que le acogerá con los brazos abiertos.

El entorno del niño es sumamente favorable al aprendizaje constante, le ofrece infinidad de oportunidades para desarrollar sus habilidades, de aprender los toques autóctonos. Es sin duda la conjura de la alegría que surge por todas partes. La Asociación de Peñas de Tamborileros viene desarrollando desde sus inicios la Escuela de Tamborileros, que ahora se extiende por barrios, colegios y pedanías. Los propios centros escolares desarrollan infinidad de actividades vinculadas a la Semana Santa y a la Tamborada en concreto: exposiciones de dibujos, elaboración de carteles y una multitudinaria Tamborada Infantil en la que los niños son los únicos y verdaderos protagonistas, invadiendo las calles, creando cantera de maestros del redoble, virtuosos de los palillos que se mueven a la velocidad de vértigo sobre el parche.

Como germen fundamental de la Tamborada, los niños tienen un papel destacado en las distintas exhibiciones con motivo de los más diversos actos institucionales que tienen lugar no sólo en Hellín, sino en otras ciudades, que cada vez requieren con más insistencia la presencia de los tamborileros hellineros.

La vida es pura iniciación, conjunto de pruebas que nos van enseñando la forma de vivir en sociedad. La mágica noche de Jueves Santo es un desafío para el niño que se ha convertido en un joven capaz de tocar toda una noche, sin prestarle atención al sueño o al agotamiento, porque vive con gozo el redoble del tambor, como hasta ese momento lo han hecho sus padres.

Los niños son el futuro, son la esperanza… El tambor los transforma, también los hace más humanos, les hace madurar, conscientes de que viven en una sociedad en la que son de vital importancia los lazos que nos unen a otras personas, que nos comunican con nuestro pasado y con nuestro futuro. Es importante vivir la magia de una tradición, porque en el fondo es un reflejo de nosotros mismos…

Fuente: Textos recopilados de las páginas web Luz de Ilunum y Sieteluces, además de los canales de youtube Luz de ilunum y Editorial Sieteluces, textos propios y/o recopilados por el escritor e investigador José Antonio Iniesta Villanueva.