El multiverso de la imaginación XVII
Una espada que es la pluma de un escriba
José Antonio Iniesta
Se fue el tiempo de un lejano pasado donde la gente se batía en duelo por honor, convirtiendo la punta de una espada en la ejecutora de una sentencia en firme para defender la dignidad que uno creía que era suya. Las espadas se elevaban para hacer un juramento al rey, o se ponían sobre los hombros de un mozo con buena percha para convertirlo en caballero, de los que los cuentos de hadas nos dicen que luchaban contra dragones y defendían a doncellas en apuros. Espadas y más espadas que libraron batallas y se quedaron clavadas en la barriga, en la espalda, dando un tajo certero al cuello o clavadas en la tierra, sin guerrero vivo que la enarbolara, aunque muchas volvían a su vaina para ponerse en pie de guerra cuando llegara el momento de comenzar una nueva batalla.
Me gusta ese porte de guerrero que soy en la imaginación, de pura fantasía, pensando que estoy defendiendo un baluarte, algún lugar sagrado de la oscura noche de los tiempos que está a punto de ser profanado, o una biblioteca llena del conocimiento de todos los tiempos, que corre el riesgo de ser saqueada, o peor todavía, incendiada hasta que las obras de la sabiduría ancestral terminen convirtiéndose en pavesas.
Por imaginar que no quede, pues ni en pintura levantaría una espada para derramar sangre alguna, aunque, quién sabe cuántas batallas libré en mis otras vidas que se han borrado para siempre de mi memoria. No creo que fueran muchas, pues siempre me veo con las mismas trazas, similar encomienda, idéntico propósito, el del escriba que tiene como misión guardar la memoria colectiva para los tiempos futuros, que en este presente son los de muchos lejanos pasados. Mi espada florida, con la que defender las causas justas, sin duda que era una pluma y un tintero, tinta roja y negra, como dice mi hermano de luz, Kolob Juice Jiménez Vallejo, de las lejanas tierras del antiguo Anáhuac, México, de donde provengo, aunque ese misterio no lo entendería nadie, ni falta que hace.
Pero qué bien queda para la imagen de un vistazo a través del ventanal de la imaginación esa espada recia, gruesa, que había que tener mucho músculo para mantenerla erguida, aunque sólo sea como aviso en lo más alto de la atalaya, en las almenas, de que los baluartes del honor son para defenderlos a… capa y espada, como aquí queda claro con el porte sereno para morir si hace falta por algo que valga la pena: la mujer que amo, el linaje de mi sangre y la tierra donde he nacido.
Soñando voy, soñando vengo, así que haciendo marcha atrás al paso de los siglos, me quedo en lo más alto del castillo defendiendo el baluarte del honor y que cada uno le ponga el nombre que le parezca y la causa por la que pueda elevarse al cielo una espada de doble filo.
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Fuente: Textos recopilados de las páginas web Luz de Ilunum y Sieteluces, además de los canales de youtube Luz de ilunum y Editorial Sieteluces, textos propios y/o recopilados por el escritor e investigador José Antonio Iniesta Villanueva.