ARTÍCULOS SIETELUCES: OLAS DEL MAR PARA NO OÍR EL RUIDO HIRIENTE

El multiverso de la imaginación XVI



Olas del mar para no oír el ruido hiriente

José Antonio Iniesta

Es bueno, de vez en cuando, irse a una playa lejana, a una costa rocosa, aunque sea la de la Muerte, en Galicia, e incluso un arrecife pendenciero que nos puede arrojar al mar cuando venga repentinamente la embestida de una ola que ha crecido más de la cuenta. Y es que hay mucho ruido por el mundo, tanta insidia en forma de gritos, de mítines para arengar masas y generar violencia, sea ante un parlamento, un campo de fútbol o el templo de una religión diferente.

Los humanos gritan desaforadamente hasta cuando duermen porque se ven envueltos en pesadillas y quieren salir de ellas vociferando, como siempre lo hacen, especialmente en los bares y restaurantes, olvidándose los comensales de que lo más especial para reunir un puñado familiares y amigos es poder hablar con ellos, no bramar como basiliscos de aliento venenoso que matan con la mirada.

El mundo ruge para anunciar el comienzo de una guerra, descuartizar verbalmente al adversario o proclamar las rebajas de unos grandes almacenes, aunque primero se suban los precios para que, al bajarlos, se queden con el mismo de siempre.

Es una chirigota constante, y no las de Cádiz, que arrasa en los mercados de la bolsa, que allí se vuelven locos después de cuatro días viendo cómo cae en picado y se arruinan miles de accionistas. Hay gritos en los domicilios donde se pelean los matrimonios que llevan cuarenta años casados y a veces se acompaña con una lluvia de platos que caen sobre las cabezas a las que luego les tienen que dar puntos.

El homo sapiens sapiens tiene una garganta primaria al servicio de un cerebro que da la orden de gritar para que la voz de uno sea más fuerte que la que se escucha enfrente. Es un duelo de puñetazos, pero con la lengua, y un galillo que aguanta lo que no está escrito. A veces es un chillido casi interminable e irritante de un comentarista de deportes que se quedará afónico antes de la cuenta, o que tal vez, cuando pasen los años, será un mudo contemplando un partido de fútbol. La gente grita para mostrar su cólera y con el odio se retroalimenta, así que se acostumbra sorprendentemente a dar la orden a voz en grito para que sea lapidada una buena mujer que tuvo la ocurrencia de quitarse un velo, como si eso fuera más importante que una vida humana, así que quedará allí postrada, en medio de una calle, envuelta en un charco de sangre, y los que la han asesinado con piedras se irán tan contentos a du casa, creyendo que han servido a un dios que no encuentro por ninguna parte, pues sé que Dios, con D mayúscula, jamás exige derramamiento de sangre. Lo que pide es amor infinito para todos los semejantes.

Me gusta irme allá donde rugen las olas, porque su bravura indómita impide que lleguen hasta allí los aullidos de la jauría de seres que se han olvidado de la verdadera naturaleza humana.

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Fuente: Textos recopilados de las páginas web Luz de Ilunum y Sieteluces, además de los canales de youtube Luz de ilunum y Editorial Sieteluces, textos propios y/o recopilados por el escritor e investigador José Antonio Iniesta Villanueva.