Conversaciones de Nana Runiak con su espejo
VI
La mansedumbre
José Antonio Iniesta
Sostener el pulso de los días, retener el aire en los pulmones y no morirse en la agonía de perder la esperanza entres las juntas de los baldosines o escapándose con un suspiro de los que desgarran el alma. ¿Cómo mantener el pulso, resistir, recuperar la sonrisa perdida que se fue de repente, sin despedirse, sin dejar una dirección para encontrarla, en esta batalla interminable que es siempre la vida, un desafío constante en cada esquina, donde clava su mirada airada cualquiera de las personas a las que tanto te has entregado? Ay, esa muerte pesarosa que viene de vez en cuando y te amortaja sin que te des cuenta.
Nana Runiak trataba de recordar el laberinto sagrado de los tiempos remotos para encontrar una salida a esa desazón que no le dejaba vivir, que le despertaba de madrugada e iba consumiendo su alma poco a poco, como si una carcoma etérica la rosigara como hace un ratón hambriento con un queso. Apenas si recordaba aquellos tiempos de paz en los que miraba a las estrellas sin que su pulso se rebelara, sin necesidad de estar suplicando a Dios que le rescatara de ese incendio que le consumía por dentro y lo estaba convirtiendo en ceniza. Le sonaban muy lejos los ícaros, los cantos gloriosos que le hacían llorar de tanta emoción contenida.
Era una época que se desdibujaba en el calendario, en sus torres de anotaciones y agendas del misterio, sintiendo esa angustia de entender que todo se va remoliendo sin que casi nadie se dé cuenta. Su interior de ensoñación, las calles por las que caminaba y el mismísimo mundo que había conocido en el conjunto de la rosa de los vientos. Y ese dolor era como un cepo bien grande de caza furtiva que le había agarrado por las piernas y lo desangraba sin poder escapar de ese zarpazo de dientes de hierro. ¿Dónde estaba el cántico chamánico que le elevaba el alma y la llevaba a los niveles más elevados de la conciencia? ¿Dónde quedó la sensación de que el viento hablaba entre los árboles, o eran los árboles los que hablaban al ser mecidos por el viento? ¿Cuándo se fue realmente esa vibración que le sacudía de los pies a la cabeza?
Así que, cansado esa noche de recorrer el tortuoso camino de un pasillo interminable, que creyó haberlo recorrido mil veces de ida y vuelta, se fue dando pasos cortos hacia el espejo mágico en el que habitaba su conciencia, que a diferencia de él, era libre para expresarse y seguía estando en paz y armonía, porque siendo esencia divina no estaba sometida a los avatares de la carne humana, la desidia, el aburrimiento de los días iguales, el dolor de las heridas insoportables y ese lamento constante que venía por los aires en forma de poemas muertos.
Y su conciencia, siempre dulce y amable, sin que le preguntara nada, le susurró al oído, porque pegaba Nana Runiak su oreja al viejo espejo, que estaba frío como siempre, aunque el calor del amor más absoluto seguía estando al otro lado.
—La mansedumbre es el regalo florido que le hace falta a tu espíritu, ahora que pasa por una de las más duras transiciones del alma, que reclama siempre renovación, aunque sea a fuerza de las pruebas más complejas, pues lo que más aborrece o teme la esencia de un ser humano es la inmovilidad absoluta, la falta de transformación. No es la evolución de un ser humano una línea recta, sino una ondulación constante que sube y baja, que asciende y desciende sin cesar, porque en el punto medio está el equilibrio. Pero lo que no cambia se muere, agoniza y entonces no será capaz de experimentar el salto cuántico que le corresponde a cada ser humano individualmente y al conjunto de la especie humana.
>>Mansedumbre es la actitud y vibración de un alma que está en paz consigo misma, pero para ello hay que dejar al margen el mundanal ruido, el nido de avispas de las culpas, sean merecidas o inmerecidas, que corroen la estructura arquitectónica del cuerpo, de la mente y del espíritu, haciendo que las almas sublimes puedan llegar a convertirse en muertos vivientes, como tantos que pululan por el Mar de los Sargazos de su propia conciencia sin que se den cuenta. Mansedumbre, el equilibrio supremo de vivir en el centro, ejerciendo el desapego del que te hablaba para alcanzar la felicidad que todos merecemos. Si hay guerra en tu interior no podrás dar toda la paz que quisieras, aunque a ratos te olvides de tu sufrimiento y te des por entero a los demás, como siempre lo has hecho. Porque entonces te consumes más todavía, intentando ser un camaleón que cambia de color para adaptarte a cada persona, situación y destino.
Salvo la Luz no hay nada que sea realmente constante, porque todo se transforma, todo nace, pero lo que nace muere. Así que recuerda el mensaje de aquella mística de las virtudes integradas en la completa naturaleza de su vida, que despertó tu interés al más alto nivel cuando supiste que dijo que se moría, sin estar enferma, sin que la muerte la cercara definitivamente, porque sencillamente había alcanzado la virtud de la mansedumbre. Expresaba que estando ya en ese paraíso del espíritu que conmueve, esa paz interior que es elixir supremo de la divina conciencia, qué necesidad tenía ya de vivir las experiencias de las mortales. Al fin y al cabo, las había transmutado todas, pasando las más duras pruebas, y se había ganado a pulso el regreso a su hogar de siempre.
>>Así que, abandona definitivamente ese infierno en el que vives y acepta como regalo supremo la mansedumbre que a todos se nos concede cuando hacemos que seamos digna de merecerla. Que ya es tiempo de que llames a gritos a tu sonrisa y vuelva a estar contigo para alegrar la vida de tantos como te esperan, te aman y te necesitan…
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Fuente: Textos recopilados de las páginas web Luz de Ilunum y Sieteluces, además de los canales de youtube Luz de ilunum y Editorial Sieteluces, textos propios y/o recopilados por el escritor e investigador José Antonio Iniesta Villanueva.