CONVERSACIONES DE NANA RUNIAK CON SU ESPEJO – IV – EL PERDÓN

Conversaciones de Nana Runiak con su espejo



IV

El perdón

José Antonio Iniesta

Consumido por la caída del imperio de los sentidos, Nana Runiak sintió el escozor de la acidez de tantas lágrimas en los ojos que parecían que fueran de agua fuerte, erosión pura del dolor a lo largo de una intensa existencia, que ahora habían provocado que el búcaro de porcelana donde guardaba su alma se hiciera añicos de por vida. Y es que había caído desde bien alto, después de haber sobrevolado las más lejanas dimensiones del espíritu.

Fue tanta la angustia insoportable de los días, que quiso disolver para siempre la confusión provocada por las heridas, que de tantas como eran se iban montando unas sobre otras hasta crear algo así como un mar o desierto de cicatrices. Cuando los fantasmas de la noche son tantos y tan pegajosos, no queda más remedio que entregarse a la voluntad divina y hacer lo único que puede conceder la paz, suceda lo que suceda alrededor, pues nadie puede cambiar la mente de los demás, si acaso, la suya propia.

Recorrió el eterno laberinto del pasillo que le llevaba hasta el espejo, preguntándose, por enésima vez, cómo era posible que estando tan sólo a unos pocos metros, siempre le llevara un tiempo que le parecía infinito llegar hasta allí, y que a veces se perdiera entre estancias desoladas, llenas de telarañas, que nunca había visto, como si ese lugar en el que habitaba, que cada vez se daba cuenta con más intensidad de que no era una casa, fuera un remoto lugar que no tenía nada que ver con las tres dimensiones del mundo físico, el de los incontables espejismos.

Paciente, sosegado, rebosando la mansedumbre en el interior del espejo que se le antojaba que estaba tan cerca como lejos, su conciencia llevaba un segundo, y al mismo tiempo miles de años, esperando.
Esta vez fue Nana Runiak quien hizo su declaración de principios, o finales, ahora que se sentía como si hubiera muerto y tuviera que empezar a vivir partiendo de cero, el cero absoluto.

—Perdón, perdón infinito…

Su conciencia entendió lo que le decía, antes incluso de que lo hubiera dicho, porque para algo era su conciencia. Y nadie más que ella entendía los calambres que le torturaban la cabeza, las noches cuando se desvelaba, los malos presagios que sentía mucho antes de que algo malo sucediera, el tiempo colgando de un hilo como una amenaza, con esa angustia que hasta le provocaba una crisis de ansiedad detrás de otra.

—Me alegro, no sabes cuánto me alegro.

—No puedo vivir con esta angustia existencial, este recuerdo de tanto daño repetido, como si fuera parte de un ciclo, de un reloj de cuco que canta su letanía del horror mecánico segundo a segundo, hasta que sale el pájaro loco y rompe más todavía el silencio que en la casa se había mantenido. Necesito perdonar, liberar la propia carga del suplicio que debe llevar el espíritu encarnado en el cuerpo físico de cada una de las personas que me han lastimado, sean conscientes o no del error que cometieron. Las libero de esa inmensa cuenta de vida que me han robado, de todas y cada una de las alegrías que segaron con sus terribles guadañas. Disuelvo de mi mente, borro de mi cuerpo, elimino de mi espíritu, esa estela de rencor que a veces hace que apriete el puño y los labios, y frunza el ceño, como si fuera a enfrentarme a un nuevo ataque. Allá el delirio de cada uno, su afán depredador de aplastar un campo sembrado de esperanzas con una apisonadora de frases frías sin calor humano, miradas que se clavan como puñales en la carne, el golpe rastrero que da una maza en la boca del estómago cuando es la persona a la que más le has dado la que te revienta el páncreas, el hígado o el bazo. Allá la muerte que siembran a su paso, acabando con las más bellas ilusiones. ¿Para qué sufrir eternamente cuando casi siempre, quien te daña se entrega a los placeres de la vida como si no hubiera pasado nada?

—Hoy has llegado revestido de conciencia misma, de esta piel de luz que siempre te espera para abrazarte y sea la que lleves mientras caminas. Me alegra, mi yo mismo, que alcances la comprensión aunque sea a través del dolor. Pues dolor y placer, tristeza y felicidad, son diferentes caminos que llevan igualmente a alcanzar eso que llamamos iluminación, sea en un templo en lo alto de las montañas o en una cafetería donde se grita tanto que no pueden entender lo que se dicen dos seres humanos.

—¿Cómo aplacar la ira con crujidos de dientes, si al fin y al cabo el otro, la otra, son también chispa divina? ¿No somos todos gotas de agua de un estanque, siendo el estanque la conciencia divina que nos arropa, la que nos ha creado diferentes, pero siendo, al mismo tiempo, individualidades de la totalidad de todo lo que existe? Me someto a la voluntad de Dios, pues todo lo que sucede está siendo, y es porque algo lo ha traído a mi vida en una línea de tiempo. Será un aprendizaje, la prueba o desafío que me lleve a otro nivel de experiencia. A buen seguro, el resultado de mis propios actos, aunque sea en otro tiempo y otro espacio: ley de causa y efecto, karma, el efecto mariposa y la caída tenebrosa e imparable que arrastra incontables fichas de dominó porque hubo una que hice caer sin darme cuenta.

>>En todos nosotros hay una parte de luz y otra de oscuridad; a veces las palabras ofensivas son fruto del miedo; todos somos vulnerables a la caída, al reflejo en los demás de nuestro propio infierno; cada ser humano tiene derecho a ser amado, a ser reconocido como una chispa divina en continuo crecimiento, aunque se haya equivocado; todo lo que sucede es por algo, pero sólo el gran arquitecto de cuanto existe conoce el misterio de nuestro destino.

>>Sea, pues, en mi conciencia, tu ser al otro lado del espejo en el que me reflejo, lo que tenga que ser, recordando aquello que siempre he dicho con pleno convencimiento, con amor inmenso, como fruto de una sabiduría ancestral y arcana: “Dios no se equivoca”. Tenga total privilegio el amor, que va implícito en el perdón, pues perdonar es amar sin pedir nada a cambio.

La conciencia de Nana Runiak no habló. No era necesario. En las palabras de Nana Runiak encarnado estaba su penitencia, el único bálsamo verdadero que algún día, por más tiempo que pasara, curaría sus heridas, o al menos le concedería el alivio para seguir viviendo…

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Fuente: Textos recopilados de las páginas web Luz de Ilunum y Sieteluces, además de los canales de youtube Luz de ilunum y Editorial Sieteluces, textos propios y/o recopilados por el escritor e investigador José Antonio Iniesta Villanueva.