CONVERSACIONES DE NANA RUNIAK CON SU ESPEJO – III – EL ALMA

Conversaciones de Nana Runiak con su espejo



III

El alma

José Antonio Iniesta

Durmió durante toda la noche en el suelo, frente al espejo, porque se había perdido como tantas veces en un laberinto de recuerdos que le atormentaban, esa siembra de nostalgia que luego cosechaba cada mañana recordando los viejos tiempos, los grandes amigos que se fueron, el terciopelo de los pétalos de flores que ya se habían marchitado, los bellos paisajes que recorrió y a los que ya nunca regresaría, los animales de cuatro patas que también dejaron de estar a su lado y que siempre habían sido hermanos en el viaje interminable de la vida.

Creyó que las lágrimas le habían hecho surcos en las mejillas porque le escocían y las manos estaban cansadas de estrujar manojos imposibles de sueños que se habían disuelto en la nada. Se habían ido por algún pozo abierto al inframundo que fue abierto sin que él se diera cuenta. No quedaba tiempo para vivir mil vidas en una como siempre había soñado, para que le diera tiempo a escribir miríadas de libros que sólo caben en los proyectos de futuro de una mente que quiere darse por completo al universo.

Y su conciencia, siempre despierta al otro lado del espejo, en el profundo infinito que se veía dentro, lo observaba con paciencia, esperando a que de nuevo despertara, como lo había hecho tantas veces en otros tiempos. Pero sabía, tolerante, que eran muchos los clavos que tenía dentro de las más profundas heridas, los cortes de sables aunque nunca hubiera participado en una batalla, el desgarro en la carne y más adentro del alambre de espino que le hirió por atravesar las trincheras buscando la salida en un horizonte para otras personas, más que para sí mismo.

Y en algún momento de ese tránsito entre un día y otro, la luz al otro lado del espejo escuchó la llamada y vio que Nana Runiak despertaba, para encomendarse a él, que era lo único que en lo más profundo de su ser le quedaba con la capacidad de encontrar las respuestas que buscaba.

—¿Por qué me duele tanto el alma…?

El silencio duró lo que parecían mil años, pero apenas fue un instante, nada.

—Ay, mi viejo compañero de fatigas, mi otro yo del otro lado, el ser que siendo mi esencia me busca, me pregunta y a ratos me olvida… El alma es intangible, perfecta en su medida, réplica como creación divina de la pura luz que en todos los seres habita. Reflejo puro de Dios repartido en miríadas y miríadas de chispas que son Él-Ella mismo-misma, esperando a que sus criaturas dejen de sufrir y recuperen la alegría. Nada contamina al alma, porque siendo morada de Dios es inmaculada, sea la tuya o la de un anciano en un arrozal de China, esté en un cenáculo de Jericó en el pasado o en un bar de copas de un suburbio finlandés en el futuro. En todo lugar y tiempo está, impoluta, intocable y absolutamente pura.

Es tu mente la que recuerda y se mortifica, es tu cuerpo el que se estremece, sintiendo cómo somatiza el dolor que habita en un recuerdo, el que recreas una y otra vez haciendo que tu cerebro parezca un nido de termitas. Pero el alma es agua clara de un manantial, un cielo limpio sobre una montaña, la risa de un niño cuando nace, que nada sabe de perfidias, y el aliento de vida que en silencio expresa el círculo maravilloso de los pétalos de una margarita.

>>El alma es lo que te hace sentir, y cuando la mente estalla de tanto sufrimiento, se dice que duele el corazón, que duele el alma, pero es la memoria atrapada por las pesadillas la que pinta de negro, vayamos donde vayamos, las paredes de todas las moradas de nuestra vida. Porque cuando la amargura echa el lazo y te convierte en prisionero, se borran de la paleta de colores las frecuencias elevadas con las que se pinta un cuadro. Y el verso, que antes era incandescente, con una fuerza inmensa para emocionar o dar consuelo, se apaga y ya no tiene el espíritu de la poesía.

>>El alma es eterna, es el regalo más hermoso para los tiempos infinitos, para ser y estar presente en la vida o después de la muerte, con la capacidad de atravesar con salvoconducto los umbrales de todas las dimensiones habidas y por haber, los reinos de la luz, que son muchos y muy diferentes. En el viaje interminable de la vida no hay cuerpo físico que no tenga alma, pues entonces sería un muerto viviente, y ya hay demasiados “muertos vivientes” que, estando vivos, parecen serlo porque dejaron de sentir hace mucho tiempo la fuerza de su alma.

>>Por eso se creó el aroma de las flores, para avisarnos de que somos seres sintientes, con la capacidad de convertir algo tan sencillo como oler un compendio de colores en un milagro diario, al alcance de cualquiera de los mortales. Y así vino el horizonte, allá donde nos encontremos, para recordarnos que al otro lado hay un paisaje diferente. El prodigio de lo sencillo es aparente, a veces se revela como una senda de misterios donde otros no ven más que la fuente interminable del aburrimiento. Pero hay entradas a muchos mundos allá donde se pose la mirada, paraísos al alcance de la mano y tesoros escondidos muy cerca de nosotros mismos.

>>Y es el alma la que permite ver lo que es invisible, sentir que siendo tan pequeños, somos infinitamente grandes, que no hay nada que escape a nuestros sueños cuando realmente lo queremos y no hay nadie que nos ciegue la mente o bloquee nuestro organismo, si recordamos que somos libres para experimentar la vida o la muerte, la luz o las tinieblas. Al otro lado de ninguna parte nos espera el amor a nosotros mismos que en tantas ocasiones nos hace falta para que el alma se libere y obre la maravilla de fundirse con el resto de las almas.

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Fuente: Textos recopilados de las páginas web Luz de Ilunum y Sieteluces, además de los canales de youtube Luz de ilunum y Editorial Sieteluces, textos propios y/o recopilados por el escritor e investigador José Antonio Iniesta Villanueva.