Conversaciones de Nana Runiak con su espejo
I
El regreso
José Antonio Iniesta
Nana Runiak sintió que tenía que regresar al mundo de los vivos, o al menos lo parecían, aunque muchos se habían dejado el alma en el camino porque nunca la habían tenido en cuenta. Él venía con su propia muerte a cuestas, con ese dolor infinito que le había tenido alejado del mundanal ruido tantas lunas. Y, aun así, no quería encontrarse más de la cuenta con los seres de dos piernas. La amargura lo había devorado por completo y apenas era una sombra de lo que siempre había sido. Con infinita tristeza descubrió que a veces, la recompensa por darlo todo, la infinita luz que siempre guardó su espíritu, era el daño que desgarra, que deja una herida abierta que nada ni nadie podrá cerrarla. Le había sucedido muchas veces, y cuanto más amor entregaba, con más intensidad llegaba la legión de los arcontes y pedía a sus emisarios humanos que le dieran caza y le quebraran los sueños y las esperanzas.
En el mundo de la soledad que se había creado para sí mismo, en el que absolutamente nadie entraba, una estancia que era como un átomo y al mismo tiempo tan grande y desolada como el infinito que no acaba, se sentó en el suelo frente al viejo espejo donde surgía su conciencia para explicarle lo que su naturaleza humana no entendía.
—Espejo de mis luces y mis sombras, ¿cómo es posible que pueda surgir tanta maldad de la condición humana, convirtiendo en presa entre sus dientes a la propia humanidad de la que forma parte? ¿Por qué me duelen tanto las heridas, incapaz de soportarlas, deseando día y noche regresar a no sé dónde y dejar de existir en esta vida?
El espejo, que era más extraño que cualquier otro, no reflejaba nada, sino que mostraba una luz flotando en la sala, en el espacio en el que Nana Runiak se sentaba. Guardaba silencio, más de la cuenta, pero al final habló con las palabras que nadie, salvo quien preguntaba, podría haber escuchado.
—Mi yo mismo, tú que eres en mi esencia, y a través de mí hablas, vida de mi vida, el miedo es lo que empuja a los humanos a dañarse unos a otros, incapaces de ver la luz que habita en todos ellos. Qué triste es el olvido de sí mismos, la ausencia de candor en quien aprende en algún momento de su vida a endurecer el corazón y tener una mirada fría. Sé de tu muerte, tan profunda, esta enésima noche oscura que se alarga más de la cuenta, el motivo por el que te alejaste tanto como podías de la especie humana, buscando dormir para no sentir que estabas vivo, cansado ya hasta de sentir tus propios latidos. Sé de la profundidad de tus llagas, de las lágrimas que has derramado en todos estos días, pero he decirte, porque a través de mí, como espejo de ti mismo, te lo dices a ti desde lo más profundo de tu alma, que no te queda más remedio que renacer como lo hiciste tantas veces cuando te arrancaron la vida, y el suspiro, y la mirada, y la luz apaciguada, porque para eso viniste a este mundo, a experimentar la completa integridad de la naturaleza humana.
—Pero es horrible, mi conciencia, ser dañado por aquellos que tanto amas y que toda la paz que entregas te sea devuelta como guerra. Mi espíritu se tambalea, perdí las fuerzas, las ganas de estar en este mundo que se entrega sin medida a la caída al más profundo de los abismos.
—En verdad es insufrible lo que sientes, realmente esta especie se arroja al precipicio sin darse cuenta ni de que lo hace. ¿Pero no has visto, igualmente, las lágrimas de amor de todos aquellos que saben que te has estado muriendo sin decir nada? ¿No recuerdas las palabras de dulzura de los que te han echado de menos durante tanto tiempo? ¿No merecen los que te aman, porque se lo han ganado a pulso, y los que te odian, porque están más que perdidos, que incluso te arrojes a ese vacío si es posible rescatar a alguien antes de que llegue a un punto de no retorno? ¿No recuerdas tu promesa, el viaje interminable que te trajo a este mundo? Qué más da cuántas veces mueras o te maten, si cada una de tus palabras se convierte en el comienzo de un verso, si de pronto sonríes y se alegra el universo, si tu alma vuelve a brillar y alguien en cualquier rincón del mundo resuena contigo y siente una música diferente entre tanto ruido.
Nana Runiak seguía llorando. Los seres de luz le habían dicho muchas veces que dejara de hacerlo, que todo el firmamento era un gozo inexpresable de Dios para compartirlo con los seres humanos, que se merecía ser feliz y disfrutar plenamente de lo que había venido a hacer en esta enésima encarnación que lo tenía de aquí para allá dando volteretas en las líneas del tiempo. Pero de momento no podía liberarse de ese dolor que le destrozaba por dentro y por fuera. Tenía el alma desgarrada y se preguntaba, sin poder evitarlo, de qué había servido tanta entrega a los demás, tantas noches de desvelos, si todo lo que había creado con tanta pasión se estaba quemando en la hoguera de su desaliento.
—El tiempo lo cura todo, y el amor cuando uno se da en cuerpo y alma sin esperar nada a cambio —escuchó que decía su conciencia al otro lado del espejo.
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Fuente: Textos recopilados de las páginas web Luz de Ilunum y Sieteluces, además de los canales de youtube Luz de ilunum y Editorial Sieteluces, textos propios y/o recopilados por el escritor e investigador José Antonio Iniesta Villanueva.