Para el paso de los años quedarán en la memoria las vueltas y más vueltas en la gigantesca noria, el látigo, los caballitos, el tren del miedo, los “coches cucones” y, finalmente, los fuegos artificiales que daban por terminada una feria que volvería al año siguiente con su mundo de ilusiones, sus personajes socarrones o grotescos, las fichas de colores para montar en todo lo que nos apetecía, las bombillas resplandecientes y el laberinto por unos días de una ciudad que aparecía como si fuera por encantamiento, y de igual forma se iba, desapareciendo como si todo hubiera sido un bonito sueño.
Durante años, entre el tropel inagotable de miles de escritos, fui elaborando artículos para los distintos especiales de feria de los diarios “La Tribuna de Albacete” y “La Verdad de Albacete”, entre otros medios de comunicación, que escribía con mucho cariño, con fina alegoría y rezumo de magia y encantamiento, teniendo siempre como referencia mis propios recuerdos y los que grababa con emoción al hacer partícipes a mis hijos de esa ilusión con la que ellos se iban contagiando.
Cómo pasa el tiempo, cómo alegra la vida y al mismo tiempo la entristece, recordar todo lo que vivimos tan maravilloso, pero que ya se fue para no volver a ser nunca más. Quedan muchísimas escenas, como cuando mis padres me llevaron a ver el peligroso y arriesgado trapecismo de Pinito del Oro, balanceándose cabeza abajo a tan elevada altura, que a mí me dejó sin respiración, o las cabezas que creía que no tenían cuerpo y motos que parecía que rompían la ley de la gravedad en aquella jaula esférica en la que los motoristas se jugaban la vida. Por todas partes había una conexión fortuita y temporal con lo prodigioso, con lo que aviva la imaginación, y sobrecogimiento, como el que sentí cuando vi a una mujer que pesaría cientos de kilos y que hoy no dejaría de ser más que la vil exposición y vejación de la condición humana,pero que en aquella época de mi infancia era la tradición mantenida de los que llamaban monstruos de feria, que tanto habían llamado la atención a finales del siglo XIX y principios del XX, sometiendo a la incredulidad, pero también a la mofa y al escarnio, a seres humanos que no tenían otra forma de subsistir más que la de alimentar el morbo del público, más el desprecio que la admiración de cuantas personas iban a verlos.
La Feria de Hellín, famosa en toda la provincia de Albacete, valorada por los feriantes de toda España desde hace tantas décadas, es uno de los grandes entretenimientos de los niños del pasado, del presente y del futuro, por lo que he querido reunir algunos de los muchos artículos periodísticos que he escrito a lo largo de los años y algunas fotos que he podido recopilar después de muchísimos años de investigación de las más diversas tradiciones de Hellín.
La feria de nuestra infancia sigue maravillándome al recordarla, infinitamente más de lo que lo hace en el presente, porque es el niño interior que siempre estará en mí el que la recuerda con su corazón limpio, su mente inocente, con la fascinación de una criatura que al recorrerla parecía que viajaba por otro mundo.
Que esta magia impregne ahora estas páginas para acercarnos a lo que para todos los hellineros y hellineras forma parte de lo más hermoso que hemos vivido, lo que de alguna forma ha forjado nuestra esencia, la forma de entender la vida, disfrutando de lo real y lo imaginario sin diferenciar una cosa de la otra en algunas ocasiones.
Y como decían los antiguos feriantes: “Pasen y vean…”.
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Fuente: Textos recopilados de las páginas web Luz de Ilunum y Sieteluces, además de los canales de youtube Luz de ilunum y Editorial Sieteluces, textos propios y/o recopilados por el escritor e investigador José Antonio Iniesta Villanueva.