Hilvanar el tejido sutil de la conciencia de tantos seres humanos, moverse por la Red de Indra, que es la confluencia en la que en cada punto hay un ser humano entre los filamentos luminosos del espacio y del tiempo. Geometría sagrada de la chakana por la que se asciende y desciende en todos y cada uno de los procesos de una vida, desde el nacimiento a la muerte, y luego volver a empezar, en la primera casilla del juego cósmico de la existencia en la rueda de las encarnaciones.
Volver a aprender y olvidar, olvidar y aprender, aunque parezca que estamos aquí por primera vez, por más que creamos que es la única vez en la que nacemos en los terrenos sagrados de la Madre Tierra, aunque hayamos sido tantas veces en lugares diferentes de la geografía del arcano. Bien vigilados de cerca por los guardianes de la Matrix para que nunca nos demos cuenta de que todo es parte de una ilusión necesaria para el aprendizaje, un gigantesco decorado del más grande de los videojuegos creados antes de que existiera la más mínima tecnología.
Y seguir navegando en la programación de los vigilantes, los amos del mundo, que en ocasiones se creen que somos más tontos de lo que realmente somos. Porque entre tanto ir y venir, de tanto juego lúdico que es al mismo tiempo dramático, empezamos a darnos cuenta de que hay decorados que se falsean, que se vienen abajo, que aparecen mirillas por las que también aprendemos a observarlos a ellos, a riesgo de que intenten borrarnos de la programación de sus tableros de mando. Y así nos acostumbramos a memorizar los laberintos que están detrás de las candilejas, fuera del alcance de las cámaras con las que nos graban, descifrando entradas en los ángulos muertos para descubrir, después de tanto tiempo, el juego sucio que han creado desde la oscura noche de los tiempos.
Y entonces aprendemos a abrir boquetes en el escenario para cuatro días, entre los muebles de mes y medio, en los paisajes de algún que otro milenio, para respirar a pleno pulmón otra realidad que nos parecía incomprensible, hasta alcanzar esas dimensiones de la luz que escapan al manejo turbio de los rastreadores, de los de dos piernas y de los de cuatro patas, alcanzando así los templos etéricos, las catedrales de los ángeles, los santuarios de los espíritus que han desencarnado y se preparan para cumplir nuevas misiones en las futuras vidas.
Es el juego interminable, el tablero infinito, la batalla inacabable, y todo por el arte supremo del aprendizaje…
Enlace: https://www.sieteluces.com/el-juego-cosmico-de-la-existencia/
Fuente: Textos recopilados de las páginas web Luz de Ilunum y Sieteluces, además de los canales de youtube Luz de ilunum y Editorial Sieteluces, textos propios y/o recopilados por el escritor e investigador José Antonio Iniesta Villanueva.
