Cuánto habré de agradecer a Dios lo que me han enseñado mis gatos, el tiempo concedido en brazos de un maullido, de una mirada de sol resplandeciente sabiendo lo que su alma enciende. Dirán que son animales de cuatro patas con ganas de masticar una raspa, y yo diré que he visto cómo sanan con su sonido mántrico, que me suena a música de las esferas, y en qué medida lloran por la muerte de sus hijos o cómo los buscan desesperados cuando no los encuentran.
Me enternece saber que siempre buscan echarse a dormir encima de mi enseres personales, porque así se duermen con mi olor, el que ellos entienden como un lenguaje, como la pura esencia de lo que soy y que apenas reconocen los humanos. Como nunca olvidaré las tantas veces que vienen a esperarme y despedirme, cómo me acarician con su frente y cómo se acurrucan entre mis brazos para que yo también los acaricie.
Los Shemsu Hor, en el Antiguo Egipto, sabían de su magia y sus prodigios, que he visto en una noche oscura convertida en chispas de luz en sus cuerpos refulgentes. Amor, amor sin nombre, es lo que siento por mis animales viajeros en espíritu desde el remoto Sirio, sabedores ellos del misterio del portal de Orión, que tanta vida y muerte ha traído al resto de la galaxia.
Dirán que son muy suyos, que son agresivos, que arañan tanto como pueden y más, que se defienden como gato panza arriba, y yo les diré que tengo una manada entera de gatos que jamás me han arañado, que son para mí como hermanos, que no he visto más que amor y más amor en ellos, que experimento duelos terribles cuando mueren, que me hunden en la tristeza más inmensa que pueda imaginar un ser humano.
Muchos los verán morir como animales vagabundos en cualquier rincón de una calle, pero yo tengo un paraíso de la naturaleza donde viven y un cementerio en un bosque inmensamente bello donde me despido de ellos hasta que, si Dios quiere, se me conceda un reencuentro con mis amigos del ensueño, y lo hago con inmenso amor, con pétalos de flores, cánticos y oraciones.
No sólo son la envoltura de un animal de cuatro patas, son espíritus escondidos, reservados, discretos, como los de los seres humanos, que hacen su tránsito por la vida como nosotros, con una inmensa sabiduría encriptada en la fantástica pupila de sus ojos, pues saben ver durante el día y durante la noche, como maestros iniciadores que son de la magia invisible del amor sin nombre…
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Fuente: Textos recopilados de las páginas web Luz de Ilunum y Sieteluces, además de los canales de youtube Luz de ilunum y Editorial Sieteluces, textos propios y/o recopilados por el escritor e investigador José Antonio Iniesta Villanueva.