El misterio lo ponen tus ojos, la forma en que miras, el intento prologando y activo de ver lo mejor que te puede aportar la vida, la búsqueda de un misterio allá donde todos ven la miserable rutina. El misterio va en la cadencia de la voz, en el latido de tu propio corazón y en los pies con los que caminas, cuando quieres que el otro lado de la existencia te descubra y te estremezca cada palpitar, crujido y viento, puro viento, de la naturaleza.
Todo es diferente cuando se ve con ojos diferentes al del común de los mortales, saltando si hace falta en el interior de un charco o riendo a carcajadas cuando los demás tiñen de gris cada una de las esquinas. Al mar tiempo, buena cara, dicen los sabios ancestros con la enseñanza del refranero, que vuela como el viento a través de la tradición oral que nos salva de esta esclavitud de los calendarios.
El tiempo es otra cosa, un estado interior de conciencia. El tiempo no es oro, por más que lo prediquen los agoreros del “tanto tienes, tanto vales”. El tiempo es arte para disfrutar de cada jugoso instante de la vida, esa escuela pública en la que no hace falta que te sientes en un pupitre frente a una pizarra, pues te ofrece un gigantesco horizonte y múltiples posibilidades para descubrir lo que empieza a tejer el destino tan pronto como venimos a este mundo.
Allá donde estés, tu calzado medirá el suelo que pisas, paso a paso. Somos seres errantes en un laberinto gigantesco en el que nos metemos para buscar la salida. Y todo aprendizaje es necesario, pues el agua que se estanca muere y no genera vida. Arrieros somos y en el camino nos veremos, navegantes de lo insólito, porque cada segundo después del que ya hemos vivido es siempre un misterio. Enigmas son las respiraciones, señales asombrosas de que estamos vivos.
Los cielos se abren si lo pretendemos, amigos surgen si nos damos de lleno, y vienen flores a cada momento, en los jardines y en los lienzos, para recrear la vista de quien se considere un peregrino. El viaje interminable sabe de la tierra abierta por el calor sofocante, pero también de la arcilla húmeda en la que habitan, silenciosas, las lombrices. En todo hay infinito en el que navegar si no se nos ha muerto la mirada de tanto cansarnos de hacer siempre lo mismo.
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Fuente: Textos recopilados de las páginas web Luz de Ilunum y Sieteluces, además de los canales de youtube Luz de ilunum y Editorial Sieteluces, textos propios y/o recopilados por el escritor e investigador José Antonio Iniesta Villanueva.