ARTÍCULOS DE SIETELUCES.COM: ACARICIANDO EL AIRE XII

En Caminante del Cielo Cristal Rojo.



Entre el cielo y la tierra no hay distancia, cuando ambos mundos se unen en el mismo propósito, el de la reconciliación que nos ofrece la Totalidad del Cosmos.

Décimo segundo día de mi onda encantada del Viento.

Acariciando el aire
XII

José Antonio Iniesta

Luna Galáctica

El viajero de tantos mundos, que había puesto sus ojos en la esfera de cristal acuático del rocío, que había disfrutado del aroma de los incensarios de los templos, pensó que en cada momento se encontraba ante dos pilares, uno de la tierra y otro del cielo, que todo viaje interior era para atravesar ese umbral invisible, pues está en las ramas de un roble, en el interior de la crisálida en la que la vida se transforma, en las hojas de las adelfas que nacen a la orilla del río y en sus aguas se contemplan.

Los mundos tienen puertas por todas partes, para ir de un sitio a otro, para revestir de gozo la pena de tantos días sin alcanzar un destino añorado.

La magia de caminar está en dejar de vez en cuando una huella en un perdido camino, y en no dejar huella alguna en los senderos luminosos que van de una estrella a otra. Porque el viaje es incesante, interminable, en el hogar de abajo y en el de arriba.

El caminante del cielo tiene un lecho de luz en las estrellas,

una estancia eternamente iluminada por el candil de sus sueños.

Nunca se acabará la senda para el que quiere aprender

que nuestro destino es el conocimiento supremo.

Un millón de galaxias se reflejan en los pétalos de una margarita,

un Universo entero se manifiesta en el grano de arena.

Tejer un sueño a cada momento es compartir la maestría de la Madre Araña,

rozar con la punta de los dedos el Gran Misterio.

El camino siempre empieza con uno mismo,

no hay más destino que aquel en el que encontramos consuelo.

Hay que aferrarse al báculo de la entrega, de la voluntad que nos conmueve, que nos mece, que nos zarandea, para surcar los retorcidos laberintos de la mente, y recordar que nunca estamos solos, que las alas de miríadas de seres invisibles nos abrazan para que la mirada de los ojos se ilumine.

Cuánto encierra el corazón de sabiduría oculta, marcando con su latido las emociones que saltan desde el otro lado de un paisaje. Cuánto amor se cimbrea en las hojas de la caléndula, en el regazo somnoliento del malvavisco o de la mágica ruda.

Caminar por el cielo no es un artificio,

sino la maestría suprema del equilibrio.

Todo se contiene en el Vacío…

Se revelan así los jeroglíficos trazados por las constelaciones,

la alegría inmensa de una supernova que cumple con el propósito divino.

A veces es más fácil atravesar un agujero negro

que cruzar la puerta de la casa de nuestro vecino.

Bienaventurados son los que descubren que así es arriba como es abajo, que nada se mueve en la tierra que pisamos sin que se produzca una repuesta en la infinidad del vasto Universo que contemplamos.

Benditos son los que comprenden que el diseño magistral de la existencia en la Tierra procede de un lejano lugar en las estrellas.

Agradecidos han de estar los que reconocen, de una vez por todas, que somos semillas estelares destinadas a germinar, al servicio de una humanidad que ha de encontrarse con el más luminoso de los resplandores.

Aunque pequeños como puro polvo cósmico, somos luz de estrella, soles en miniatura, capaces de brillar en la más densa oscuridad que nos atenace. Auténticas llamas de una vela interminable con la capacidad de arder con vida eterna.

Al que camina por la Luz le nacen alas… y vuela…

Enlace: https://www.sieteluces.com/acariciando-el-aire-xii/

Fuente: Textos recopilados de las páginas web Luz de Ilunum y Sieteluces, además de los canales de youtube Luz de ilunum y Editorial Sieteluces, textos propios y/o recopilados por el escritor e investigador José Antonio Iniesta Villanueva.