ARTÍCULOS DE SIETELUCES.COM: HE VISTO ARDER LOS MONTES DE MI TIERRA

He visto arder los montes de mi tierra, incontables seres vivos con una conciencia secreta que la gente conoce como árboles convirtiéndose en cenizas, y no hay forma de expresar cómo se puede llorar sin lágrimas, cómo se retuercen los dedos de las manos y hasta el hígado, preguntándome qué hemos hecho para merecer esto.



Nunca podré comprender el placer que sienten los pirómanos al recrear su mirada en las llamas que devoran con tanta crueldad la vida exuberante y latente, el ciclo de la armonía y la belleza en esa mansedumbre de existencia que refleja la naturaleza.

A mí me recordaba un puro infierno de desolación inexpresable, un crepitar de muerte que arrasa con todo lo que encuentra a su paso, el existir apacible de miles de especies diferentes que cantaban a la gloria de Dios, a su forma, en la rueda apacible de la noche y el día y en el abrazo amoroso de la Madre Tierra.

Me pregunto sin encontrar respuesta por los nidos interminables de las que iban a ser las aves del futuro, por los insectos maravillosos que se movían sin cesar en la urdimbre de una hermosura indescriptible. Intento imaginar, pero no puedo, las últimas horas de esos recios árboles que guardaban memoria de los tiempos pasados en una conexión con la Fuente que es inimaginable para los hombres y mujeres de un mundo en el que no hay ya más voces que las de los cantos de sirenas de los altavoces de los coches, del chicharreo constante como el de tirarles piedras a un bote de tomate en el que se ha convertido una sociedad enferma y decadente.

Una gigantesca llamarada surgió en dos frentes diferentes, y allí, en esa nada o vacío en el que se queda el pensamiento, de tanto dolor como se siente, me pregunté qué hizo posible que hubiera surgido la muerte con fuego en dos extremos opuestos, quemando en uno y otro sitio los entornos que me son más cercanos y amados.

Pero no hay respuesta para lo que no la tiene, pues se guardan en las manos asesinas que de tarde en tarde ofician la tiranía de un Nerón en los ratos libres en los que en vez de quemar Roma se incendia la propia tierra en la que vive.

Muchas veces, la mente enferma o demoníaca es la que más cerca se encuentra, incluso, a veces, la que ha sido elegida para recibir el honroso legado de la salvaguarda, la más afable y social, la que muestra con cara de ángel un espíritu más negro que un carbón convertido en brasa ardiente.

Se pierden las respuestas, queda el ánimo vencido, y en los montes que hemos disfrutado y amado desde la más tierna infancia un reguero de muerte. Siempre, desde que el mundo es mundo, son los más inocentes los que sufren la barbarie de los incendios, sea la buena gente de los barrios más humildes de Roma o una miríada de maravillas naturales que por desgracia ya han pasado a la historia.

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Fuente: Textos recopilados de las páginas web Luz de Ilunum y Sieteluces, además de los canales de youtube Luz de ilunum y Editorial Sieteluces, textos propios y/o recopilados por el escritor e investigador José Antonio Iniesta Villanueva.