Paraje singular, de pura fuerza telúrica, fue el que vi con mis ojos emocionados en ese vórtice de energía de la geografía española donde se enclavó el Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, pero ahora en la lejanía de esta obra monumental, desde donde se dice que el propio rey contemplaba la evolución de las obras, aunque no deja de ser una mera leyenda.
En lo alto de la montaña hay una oquedad, incuestionablemente hecha por la mano de seres humanos, que según la leyenda es “la silla” donde el monarca veía cómo iba avanzando el proyecto de una de las construcciones más grandiosas de todo el país y del mundo, que se convertiría con el paso del tiempo en concilio de grandes personajes de la ciencia de la época, inmensa biblioteca, gigantesco relicario, cúmulo de obras de arte del imperio, reservorio del conocimiento ancestral de la época y puro archivo de lo más mágico que podía encontrarse por aquellos y otros muchos lares.
Por una parte, estaba la belleza del monasterio, considerado por muchos como la octava maravilla del mundo, y por otra, la enigmática “silla” de piedra en lo alto de ese cúmulo gigantesco de granito, pero donde sentí una energía muy intensa fue junto a aquella enorme roca, que se sostiene al borde del vacío, pues nada más ver el entorno percibí que ese lugar había sido un enclave mágico, de reunión para quién sabe qué prácticas arcanas de un remoto pasado.
Nada más verlo sentí, con la difusa forma de la percepción, que era un lugar de poder, un vórtice energético que en su día atrajo a seres que realizaron rituales con una herencia de símbolos y propósitos que se perdía en la oscura noche de los tiempos. Supe, me lo dijo el corazón, que era un auténtico altar para ofrendas, donde se habían realizado ceremonias durante siglos. Y todo ello lo palpé a flor de piel, como un impacto visual de tiempos pretéritos en mis ojos, antes de saber, tiempo después, que algunos investigadores consideran que era un lugar de culto prerromano, donde se harían sacrificios y ritos adivinatorios.
Más allá de la realidad de lo que hubiera sido en el pasado, en verdad que sentí con todo mi ser la fuerza de los iniciados en aquel lugar, la poderosa energía del granito, con esas rocas gigantescas, como la que corona el que posible fue realmente un soberbio altar, también la de los robles, pues todo allí es un inmenso bosque, el de la Herrería, por la cantidad de vetas de hierro que existen en ese paraje como de cuento de hadas.
No puede ser más intensa la aureola mágica, que se atribuye a los vetones, uno de nuestros pueblos ancestrales celtas, que especialmente se ubicaron entre los ríos Duero y Tajo. Abundantes manantiales, el roble, árbol sagrado de los druidas, la abundancia de caída de rayos en esa zona y hasta setas que pueden provocar estados alterados de conciencia, en una tierra antaño poblada en abundancia por el oso y el buitre leonado, la propia talla de “la silla”, hacen de este lugar un enclave más que probable para el rito milenario, el paso a otros umbrales, a otras realidades, que en esta ocasión visité de la mano de mi gran amigo Domingo Díaz. Es, sin duda, uno de los grandes expertos en Felipe II y los misterios de San Lorenzo de El Escorial, incluso en la mística de Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, además de todo aquello que tenga que ver con los procesos de iniciación y canalización que ha vivido el ser humano a lo largo de su historia.
Algunas semillas de roble me traje en los bolsillos, incontables fotos para mi álbum de más de un millón de imágenes de todo el mundo, como siempre, y un tramo más recorrido en esta infinita escalera invisible que me lleva constantemente a través del cruce entre el reino de la Tierra y el del Cielo.
Enlace: https://www.sieteluces.com/el-enclave-magico-de-la-montana-donde-se-encuentra-la-silla-de-felipe-ii/
Fuente: Textos recopilados de las páginas web Luz de Ilunum y Sieteluces, además de los canales de youtube Luz de ilunum y Editorial Sieteluces, textos propios y/o recopilados por el escritor e investigador José Antonio Iniesta Villanueva.