Como un almendro en flor tiene que ser la expresión de la vida, una fuerza incontenible que se manifiesta con la luz y el aroma, en esa explosión de vitalidad y belleza que ilumina el vuelo de las abejas.
Mi viejo almendro, el más grande que he visto en toda mi existencia, me recuerda con su manto florido que siempre hay un aliento adormecido en la madera retorcida, a la espera de que el aroma a miel que me embriaga cada año se una al zumbido de las abejas que me envuelven por todas partes.
Es uno de los momentos más hermosos del año, el maravilloso regalo de unos instantes que propician el éxtasis. Entre sus abigarradas ramas, materialmente llenas de flores, me estremece el cuerpo, la mente y el espíritu esa fragancia que se une a la belleza que resplandece en el arco de la luz en mis pupilas, al tiempo que miles de abejas liban el sagrado elixir de la supervivencia para llevárselo a la colmena, en el ritual de la naturaleza y del vuelo consumado, de la sabiduría ancestral de una comunidad que sabe cómo reflejar en sus panales la geometría sagrada. Y todo ello en entera paz conmigo mismo, sin importarles que esté viviendo la gloria a centímetros de sus alas. Ninguna hace el más mínimo intento de atacarme, con ellas entro en comunión con una de las infinitas formas de manifestación de la Madre Tierra.
¿Hay momento más sublime en esa catarsis de sentir la energía de un árbol más que centenario, llenarme los ojos con una lluvia incesante de pétalos de flores, oler la fragancia más exquisita que alguien pueda imaginarse y, al mismo tiempo, escuchar el coro celestial de los zumbidos de las abejas?
Así de grandiosa es la naturaleza cuando nos dejamos abrazar por ella, sintiendo el corazón inmenso de un planeta que nos ama sin medida ni tiempo…
Fuente: Textos recopilados de las páginas web Luz de Ilunum y Sieteluces, además de los canales de youtube Luz de ilunum y Editorial Sieteluces, textos propios y/o recopilados por el escritor e investigador José Antonio Iniesta Villanueva.