10 de julio de 2004. Covetes dels Moros, Bocairent, Valencia, España. Fue una excitante experiencia recorrer el laberinto de agujeros de un queso de gruyère de miles de toneladas en la pura roca, uno de los conjuntos de galerías subterráneas más asombrosos que he visitado en mis andaduras, que no son pocos los vistos hasta la fecha, destacando entre ellos Cueva Allá, en mi propia tierra, las ciudades bajo tierra de Capadocia, Turquía, o un túnel iniciático recorrido en completa oscuridad en Sacsayhuamán, Perú, entre otros muchos lugares del planeta.
Bocairent tiene el aspecto de un pueblo surgido de la niebla de la oscura noche de los tiempos. Siempre me llamaba sin voz cada vez que pasaba por la carretera y lo veía a lo lejos, con la silueta de un decorado de película al estilo de “Juego de Tronos” o “El Señor de los anillos”, hasta que decidí dejarme atrapar por su magia y sumergirme en las puras entrañas de la tierra, como es sin duda la escalpada montaña, de pared vertical, en la que a alguien se le ocurrió abrir la entrada a un auténtico laberinto de túneles que suben y bajan, que se tuercen y se vuelven a torcer, llevándote hasta oquedades en las que el horizonte se dibuja en los ojos de forma bellísima, pero donde también reina cierto temor a caerte en cualquier momento a un abismo insondable. Es como recorrer las galerías perforadas por un gusano en una manzana, tan firmes e indestructibles que así continuarán durante millones de años, pues el lecho de piedra es pura raíz de la Madre Tierra. Pero hay que agarrarse con firmeza, como yo hacía, descalzo, para no despeñarme por alguna de esas chimeneas o por las balconadas que se abren al puro vacío.
Nada más verlo me pareció un cenobio, que había sido construido por eremitas, como lo hicieron en mi sagrada tierra, en el Eremitorio del Camarillas, el de la Encantada, “La Camareta”, un lugar misterioso y bello hasta lo inexpresable, donde los graffitis de las más lejanas épocas, culturas y religiones, dan testimonio de quienes por allí pasaron, y en el que comprobé en primera persona que la famosa leyenda de la aparición de la encantada en la madrugada del día de San Juan es muchísimo más que una leyenda. Pero ahora, mira por dónde, los arqueólogos quieren interpretar aquel lugar paradisíaco de Bocairent como una red de silos donde se guardaba el grano. Serían, según estas investigaciones, de época andalusí, de comunidades de origen bereber, cuyo modelo de construcción vendría del norte de África, como por ejemplo de los tazaghin del Alto Atlas, y se habrían hecho entre los siglos X y XI d. C.
Me cuesta creer, conociendo como conozco la esencia de los pueblos de España, trabajadores a más no poder, pero también conscientes de la necesidad de no gastar más energía de la cuenta, pues la necesitaban para los más diversos menesteres, que hicieran el gigantesco esfuerzo de subir pesadas cargas de grano hasta una entrada a ocho metros de altura en una pared vertical, para luego recorrer un enorme laberinto de más de cincuenta estancias, que a mí me costaba lo suyo ir de una a otra agarrándome a las paredes como si fuera el hombre araña, y así durante horas y horas hasta llegar al lugar adecuado, al mismo que luego tendrían que regresar para recoger el grano cuando les hiciera falta, dedicando similar esfuerzo y tiempo en tanto trajín de grano de un lado para otro. Porque incluso subiéndolo con cuerdas hasta lo alto, moverlo de un lugar a otro es un trabajo extenuante y aparentemente absurdo.
Más parecen viviendas trogloditas con los mínimos recursos para ermitaños, como huecos de colmena de otro mundo, y desde luego de otro tiempo, en el que la comunión con Dios era una práctica frecuente, hábito y oficio, entrega absoluta y para siempre, sin existencia de redes sociales ni medios de comunicación, totalmente incomunicados los eremitas, salvo cuando lo necesitaran, del mundanal ruido, de la gente normal y corriente sin éxtasis ni visiones celestiales que quedaba a varios metros por debajo.
De hecho, para otros se trata de una comunidad anacoreta, un cenobio, que es lo que pensé que era desde el primer momento. En los alrededores se han encontrado cuarenta y ocho enterramientos de época visigoda, que guardarían relación con estos habitáculos. El vínculo entre visigodos y eremitorios, que es tan conocido para nosotros en mi tierra, me encaja muchísimo más con lo que aquí se respira, el motivo de hacer las cuevas a elevada altura y al tiempo tan pequeñas que apenas se puede estar erguido, siempre con la mirada puesta en el bello paisaje, en el corazón de la piedra, en soledad y pobreza, el cielo en las pupilas y “el vivo sin vivir en mí” y “solo Dios me basta” de los místicos cristianos y precristianos.
Me introduje sin recato alguno, dando cabriolas, volteretas, sujetándome con pies y manos para no caer por alguno de esos túneles verticales que comunican una estancia con otra en el interior de la montaña horadada, como si fuera un fruto lleno de gusanos que hacen galerías, pero que antaño fueron hábilmente perforadas en la roca a fuerza de paciencia, sudor y seguramente sangre de vez en cuando, para que la Madre Tierra, en su vórtice de energía del interior de la piedra, diera alojamiento, seguramente de por vida, a quienes querían encontrar el cielo buscando en su interior, alejados de la fama y de la riqueza, del lujo y las comodidades, pero también de esa veleidad del ser humano que no le conduce a ninguna parte, o en ocasiones, al precipicio de no encontrarse a sí mismo.
Y si fueron graneros, pues bendita labor y paciencia para preservar bien airado el sustento para seguir viviendo en épocas en las que se podía morir de hambre, de una plaga, en una hoguera por herejía, o ser violada la mujer por derecho de pernada o llevado el hombre a la batalla, aunque no lo quisiera.
El miedo o el afán de un reino de los cielos, que siempre ha sido gratis, ha creado estos laberintos de cuevas en toda la faz de la Tierra, para mantenerse una comunidad lejos de hordas de bárbaros que lo saqueaban todo. También he visto esas cuevas, aunque a nivel del suelo, muy cerca de casa, en Alborajico, y allí el grano se escondía, inteligentemente, en la propia roca, pero no a la vista de los saqueadores, sino bien sellado, tapando el agujero de entrada y el orificio de salida.
Muy cerca de este enclave absolutamente mágico, declarado Bien de Interés Cultural y Monumento histórico-artístico que pertenece al Tesoro Artístico Nacional, se puede ver la silueta de Bocairent. Este antiguo pueblo es bello por naturaleza, gracias a la propia tierra de la que surge y a la mano del ser humano, que fue levantando casas de tapial y teja árabe en retorcidas calles donde se contaban leyendas de brujas al calor de la lumbre. Una gente de noble que corazón que, como en el resto de pueblos de España, supo acomodarse desde tiempos inmemoriales a la hermosura y la placidez del puro equilibrio entre los hombres, las mujeres y las montañas.
Fuente: Textos recopilados de las páginas web Luz de Ilunum y Sieteluces, además de los canales de youtube Luz de ilunum y Editorial Sieteluces, textos propios y/o recopilados por el escritor e investigador José Antonio Iniesta Villanueva.