Ave Fénix
Crónicas de la esperanza contra el coronavirus
XXVII
Después de la crucifixión viene la resurrección
10 de abril de 2020. Veintisiete días como si fuéramos ratoncillos en un laberinto de cartón, pero ni somos ratones ni nuestro hogar está hecho con cajas de zapatos. Y aun así me parece que somos un experimento de laboratorio, pero no me voy a referir ni por asomo a uno de Wuhan, China, faltaría más, que ya para eso están todas las conspiraciones habidas y por haber poniendo a caldo todo lo que se mueve en las redes sociales.
El laboratorio alegórico al que me refiero es el de la conciencia humana, el que siempre, a medio camino entre dos hemisferios cerebrales, llámese cerebro de homo sapiens, pone en tela de juicio lo que habíamos aprendido hasta el momento para seguir avanzando y no nos quedemos en la primitiva fase de primates.
La evolución va de esto, de superar toda clase de pruebas y obstáculos para seguir avanzando a través de procesos históricos que no son más que los dramas teatrales de nuestra apariencia y nuestras creencias de un siglo para otro. Y ahora parece ser que al ratón-homo sapiens le ha puesto el cruel destino una rampa de acceso para salir volando o romperse los dientes al caer al vacío. De las que no queda más remedio que saltar y asumir el desafío o quedarse convertido en un esqueleto de ratón miedoso en un laberinto de cartón, que en el imaginario popular algunos se lo estarán haciendo con tanto rollo de papel higiénico que les que tiene que quedar para reciclar con ese sonsonete absurdo de ser precavido por si se acaba el mundo.
Es Viernes Santo, nada más y nada menos, en una ciudad como Hellín, en tierras de Albacete y Castilla-La Mancha, que ha alcanzado la triste posición de tercera región de España con más contagios del más que nombrado y perseguido (para provocar su exterminio), Covid-19, que dicen los científicos de renombre que no es fruto de un experimento de laboratorio, sino de la mutación que de vez en cuando le da por ejercer a toda esta panda de virus maleantes de tres al cuarto, que lo mismo contagian a animales que a personas, pero que a veces se vuelven matones y ponen en cuarentena a todo un planeta. Seguro que no va a llegar a conseguir las muescas en su revólver de pistolero del Oeste que alcanzó la mal llamada gripe española, pero el pequeñajo se esmera y como mínimo ha provocado un terror sin límites en unas redes sociales que ni por asomo existían en 1918, más pendiente el mundo por aquel entonces de una guerra mundial que de cualquier otra cosa.
Viernes Santo en una ciudad que tiene una Semana Santa de las más famosas de España, un día en el que siguiendo la tradición tendría que haber subido con otros veinte mil tamborileros a un Calvario hasta donde habrían ascendido bellísimos pasos de imaginería religiosa, llevados por aguerridos costaleros y acompañados por nobles nazarenos de las más dignas cofradías y hermandades. Sin duda, uno de los más hermosos espectáculos que alguien podría ver en estas fechas en todo el país, si no fuera porque el dichoso bicho ha puesto carteles de silencio en todas las calles, y también en el camino de las columnas, provocando el vía crucis inexistente más frío y triste de toda una existencia. Jamás habían callado los tambores en Semana Santa, ni durante la Guerra Civil, y lo ha conseguido una cosa tan minúscula. Dios mío, quién lo diría, el mundo se ha convertido, por enésima vez lo escribo, en una tortilla al revés, en una sinrazón, o toda ella, quién sabe, en un mazazo a la cabeza para los siete mil quinientos millones de hombres y mujeres que se mueven en uno y otro confín de la esfera que conocemos como Tierra.
Ni escribo ya sobre la desolación que sentimos en Hellín, como la que podría sentir un catalán cuando de pronto se da cuenta de que le han robado la Sagrada Familia, o un romano, no de la conquista de las Galias, sino de la Roma turística de hasta hace pocos días, si de pronto viera que ha desaparecido el Coliseo, lugar de energía terrorífica, por cierto, donde los haya, que una noche tuve la ocurrencia de ir tocando en completa soledad todas y cada una de sus puertas.
Me entenderán los valencianos si les digo que es como lo que han sentido al quedarse sin fallas, o los sevillanos al perder sus procesiones. Aunque sin tanto folclore popular, es para millones de españoles como el trauma de que les hayan cerrado los bares, que a ver quién mide la desolación de cada uno, si es tan relativa la escala de valores.
Pero como los seres humanos siempre sacamos algo en claro hasta de las más terribles tragedias, que en eso nos parecemos a los virus y a las bacterias, aunque solo sea para no salir más locos de lo que ya estamos, habrá que pensar que hay un designio divino en todo esto, un misterio inapelable que nos ha convertido por culpa del virus, pero también de la propia necesidad de experimentación de la especie humana, en ratones de un laberinto de ciudades colmena, todos asomados como animales curiosos a los balcones y las ventanas.
Y me vino esta mañana una chispa de luz que me ha dado mucha esperanza.
Fue duro, como lo fue Miércoles Santo, tocar diez minutos el tambor esta mañana en lo alto de mi segunda terraza, y sentir si cabe más tristes a los tambores en esta Tamborada simbólica con redobles que brincaban por encima de los tejados y en los más recónditos corrales. En nuestro Viernes Santo de siempre, el Calvario se queda colmado de imágenes religiosas, de tamborileros y tamborileras, y como no puede ser de otra forma, de incontables empanadas, pero hoy estaba vacío, completamente vacío. Y entonces me pregunto yo, aunque ya no sé si esto es o no Semana Santa, pues no celebramos nada, no sacamos nada a la calle que nos recuerde que es Semana Santa, ¿no son los símbolos la verdadera estructura del rito en nuestra alma? ¿Acaso no tenemos la capacidad de sentir que no puede pasar un año sin que sintamos que además de que ha llegado la primavera, también rememoramos la pasión y muerte de un mesías, del maestro Jesús, el Cristo? ¿No es hoy cuando lo crucifican en nuestro sentimiento, aunque lo hicieran realmente hace unos dos mil años? ¿No dicen que vino a sufrir por nosotros, no vino a mostrar que siendo hijo de Dios, como lo somos todos nosotros, fue capaz de asumir tanto sufrimiento y tormento, que acabó con tres clavos perforándole las manos y los pies, una corona de espinas en la cabeza y una lanza atravesándole el costado?
En mi silencio espeso de todo un día, incapaz de saber en ocasiones en qué realidad me encuentro, pensaba yo en la grandeza de dejarse prender y crucificar un ser que era capaz de caminar por encima del agua, de multiplicar los panes y los peces, de sanar a los enfermos y de resucitar a los muertos.
Podría haber llamado Jesús a una legión de ángeles que se habrían liado a golpes con los centuriones romanos, remoliendo a toda la guardia pretoriana, y hasta ponerle por montera a Poncio Pilato la palangana con la que se lavó las manos, pero, sin embargo, con un “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” se encomendó a Dios y asumió la parte que le correspondía en el drama cósmico. Pero no lo hizo pensando que con el paso de los siglos íbamos a sacar pasos llenos de flores con imágenes ni ruidosos tambores, sino porque estaba en su destino, porque había un designio cósmico cuyo propósito divino era dar una enseñanza del espíritu a los seres humanos, una clase magistral desde las aulas del Cielo para que el ratón de laberinto de cartón y aventurero homo sapiens descubriera cómo afrontar un nuevo salto cuántico en su imparable carrera hacia el reino de los cielos, subiendo un escaloncito más en la resplandeciente escalera que nos lleva hasta el Séptimo Cielo.
“Después de la crucifixión viene la resurrección”, me vino esta mañana a la mente de ratón que es parte del gran experimento y supe que había recibido la señal que ahora me lleva a unir estas frases de cada día, hilvanadas a la vez que escucho música chamánica en el Spotify que tanto me consuela.
Y en verdad debía ser una señal certera, porque después me llegaron unas frases de mi gran amiga Sagrario Mendoza, Sun Woman, desde las tierras de un Ecuador en las que se cumple de forma estremecedora el sueño profético que tuvo hace diez años, cuando fue en busca de la visión a Colombia, y que reflejé en la crónica número 13, sagrado número maya. Le he pedido permiso para compartirlas y aquí las reflejo, siempre siguiendo el juego mágico de las sincronicidades, que tan importantes han sido para mí, y justo ahora que, como confirmación de estas señales, empieza a escucharse una melodía que siempre me remueve las entrañas, una de mis canciones favoritas, que en muchas ocasiones empieza a sonar cuando se abren las puertas: “Yeha Noha”, de Sacred Spirit.
“Ayer fui donde una vecina acá en el campo donde vivo, salí por primera vez en muchos días, ya no quiero contar, justamente anoche comentaba con mi hija que comenzó su último ayuno de cuaresma, lo profundo de la meditación de Jesús en el huerto de Getsemaní, me pidió que le hiciera una lectura de Mateo y escogí esa. Realmente toda la fragilidad humana y toda la trascendencia hacia la voluntad Divina, se encuentra en ese pasaje, el miedo por la incertidumbre y el sentimiento de abandono y luego la aceptación de lo que puede controlar, aceptación de la fragilidad humana en una sola frase: Padre, hágase tu voluntad.
El humano pretende controlarlo todo y no permite que la Gran Obra se manifieste en Él, hace falta esa aceptación de Jesús, que nos enseña a soltar y confiar frente a lo que no podemos manejar. Es la primera Semana Santa en el mundo que no se celebra en las iglesias. Ni siquiera en la antigüedad pasó algo así. Entrado ya formalmente en la era de Acuario, al filo del nuevo sol, se anuncia un ciclo nuevo, que no sabemos cómo va, ni ricos, ni pobres, ni ignorantes, ni científicos, ni letrados. Padre, hágase tu voluntad, frente a lo que como humanos no podemos controlar, doblar humildemente las rodillas y aceptar y confiar, sobre todo confiar.
Y ahora, con la lectura ayer noche de Mateo, la agonía de Jesús y su meditación en el huerto de Getsemaní, me di cuenta de que al mismo Jesús en ese momento le tocó aceptar su humanidad, aceptar la voluntad divina, ser su plan en la Tierra, le tocó aceptar y confiar. Aceptar y confiar es la clave para que se realice la Gran Obra en nosotros. Y le tocó aceptar tres veces, en tres diferentes planos: físico, mental y espiritual”.
El ser humano se cubre de piedad para recibir las grandes enseñanzas reveladas desde los planos superiores y tuvo que venir esa frase a mi mente y recibir este hermoso mensaje de Sagrario para que se hilvanara el relato del pasaje del drama cósmico que entre anoche y hoy se representa, de tal forma que muchos podríamos decir aquello que Jesús dijo en la cruz con tanta amargura: Elí, Elí, ¿Lama sabactani? (Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?). Porque en su divina humanidad, en su humana divinidad, igual que sudó sangre en el huerto de los olivos, en ese Getsemaní del que me escribía Sagrario, y pidió que se apartara el amargo cáliz de su destino, también sufrió, experimentó el más atroz dolor, se sintió abandonado ante un desafío sobrehumano que tenía que aceptar y que acabó aceptando.
Y no fue un lecho de rosas lo que le llevó de nuevo al paraíso, sino una dura flagelación, un llevar a cuestas un madero para ser crucificado, con las espinas de una corona infame que se le clavaban en el cuero cabelludo y en el cráneo, para ser posteriormente crucificado, una tortura horrenda entre la más horrible de las torturas.
Pero fue lo que sentí cuando me llegó esa frase que da título a esta crónica, y que cada uno la entienda como quiera entenderla, sea religioso o no lo sea, sea creyente o ateo, que todo lo contempla el Creador como posibilidad de existencia después de darnos el mayor de los regalos que se puede ofrecer a un ser humano, se considere ratón de laboratorio, homo sapiens o pura chispa divina, como es el libre albedrío, que nos permite ejercer el derecho a experimentar sin medida alguna, eligiendo el camino que nos corresponde para alcanzar una enseñanza tras otra. Pues, al fin y al cabo, sea cual sea el sendero que cada uno elijamos como probabilidad de futuro, en nuestra particular línea de tiempo, tengo la certeza absoluta de que todos llegaremos al mismo lugar-punto de inflexión-dimensión, lo que entre otros muchos nombres puede llamarse el reino de los cielos.
Y es que después de la crucifixión viene la resurrección en esta extraña celebración virtual del sentimiento que es la Semana Santa más extraña que jamás hemos vivido. Jesús fue torturado y crucificado, pero al tercer día resucitó y llegó al reino de los cielos. Y es la gran enseñanza del destino que a cada uno de nosotros nos toca asumir, ni más ni menos, porque es lo que sucede, lo que nos llega, unas veces dulce como la miel, y otras amarga como la hiel, entregándonos a la divina voluntad de Dios, que es también la conciencia de la Totalidad, lo que en conjunto es siempre lo mejor para seguir experimentando en el proceso de la evolución. Este pasaje de la historia de la humanidad nos recuerda que estamos viviendo nuestro sacrificio personal, la simbólica crucifixión por un destino que no asumimos, que rechazamos, porque va unido a la desolación y a la muerte, pero más tarde o más temprano llegará el tiempo de la liberación, el momento de elevar un nuevo vuelo como seres humanos, rescatando de tanta agonía para guardarlo en el alma todo lo que hemos aprendido.
Resurrección de este confinamiento, de tanta flagelación y cruz a cuestas del cuerpo, de la mente y del espíritu, para renacer de nuestras propias cenizas como especie. Es un símbolo, es una metáfora, es otro sueño de estas crónicas que pretenden remover lo más profundo del alma de quien las lea. En ese libre albedrío que nos fue concedido está la libertad de sentir estas palabras como cada uno las considere, como un viaje a través de un relato en el que se han juntado letras o como una senda del aprendizaje que haga más liviana esta pesarosa travesía por el Mar de los Sargazos de nuestra propia conciencia…
Fuente: Textos recopilados de las páginas web Luz de Ilunum y Sieteluces, además de los canales de youtube Luz de ilunum y Editorial Sieteluces, textos propios y/o recopilados por el escritor e investigador José Antonio Iniesta Villanueva.