Ave Fénix
Crónicas de la esperanza contra el coronavirus
XXII
Domingo de Ramos para estrenar esperanza
José Antonio Iniesta
5 de abril de 2020. Veintidós días de confinamiento de todo un país, y así cada uno a su marcha en todo el mundo. Los dos patitos (2-2) y en Domingo de Ramos, el más extraño que he vivido en mi vida. La procesión no pasa por la puerta de la peña “El Tambor” ni hay palmas doradas iluminadas por el sol, ni nazarenos celebrando la Semana Santa. El silencio es más espeso que nunca, si cabe, y a veces no termino de saber en qué realidad me encuentro.
Dice la tradición que “En Domingo de Ramos, el que no estrena se queda sin pies y sin manos”. Se refiere a que hay que ponerse algo nuevo, algo que estrenemos, igual que en otras grandes fiestas españoles se quema lo viejo, como símbolo de renovación. Estrenar también es renovarse, comenzar de nuevo, como siempre ha sido el comienzo de una Semana Santa. Como hoy no saldrá el paso de “La Burrica”, no me vestiré con traje de chaqueta, y estando como estoy, con bata y en pijama, no me apetece estrenar nada material como siempre hacía, se me ocurre que me gustaría estrenar una renovada esperanza.
Una nueva esperanza en la que a falta de liturgia, de símbolos religiosos y de túnicas de nazarenos de todas las cofradías y hermandades, nos sirva este silencio espeso que atonta al alma para recordar lo que realmente celebramos, la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo. Y se me ocurre pensar que por más que murió en la cruz y transmitió un mensaje de amor infinito, de entrega a los demás, de creencia en una vida eterna, me he pasado la vida viendo a gente llevar pasos que luego me confiesan que no creen en Dios, que se plantean incluso si Jesús existió, que si era o no era un símbolo solar, un mito o un arquetipo. He visto en tantas ocasiones a gente de golpe en el pecho, comunión tantas veces como se pueda y penitencia, más que penitencia, que luego esquilma cuanto puede y más, en el monte, en su barrio o en la nómina de un asalariado, que tal vez sea un momento muy especial, ahora que todo lo que era nuestra vida se ha dado la vuelta como una tortilla, para pensar que el maestro Jesús, el Cristo (y todavía me pregunto cuántos cristianos se han preguntado alguna vez qué significa la palabra Cristo), decía verdades como puños y por encima de todo quería que nos amáramos los unos a los otros como hermanos.
¿Pero qué hermanos somos cuando nos pasamos el día haciendo el primo, cuando hay incontables hijos que abandonan a sus padres, teniéndole más aprecio al florero que al ser del que nació, surgiendo de su vientre?
Nos aferramos tanto a los símbolos que comemos símbolos y nos acostamos con símbolos, pero el maestro Jesús ni llevaba una cruz al cuello, que nunca dejará de ser la recreación de un instrumento de tortura, ni se adornó jamás con joyas, ni tenía dinero alguno en paraísos fiscales, y para nada miró a otro ser humano con ansias de despojarlo de lo poco que tuviera.
La pasión y muerte de Jesús no terminó en una cruz, se proyecta con la misma dignidad que infinidad de maestros espirituales que desde que el mundo es mundo han venido para pedirnos que recobremos la memoria, que obremos en conciencia para ser mejores cada día.
Nos despoja el destino por un día de los símbolos y se nos cae el mundo, y empiezo por mí el primero, pensando que este silencio es excesivamente espeso, pero entre tanta desolación de muros derribados de una sociedad que ya olía a podrido, a pesar del sufrimiento, la falta de ánimo que me azota algunos días como a cualquier hijo de vecino, intento rescatar de las cenizas de todo lo que se está remoliendo un ápice de cordura que me permita recuperar los más noble que pueda encontrar en mi vida.
Y entre tanta desolación inimaginable hace unos días, que parece que ya fuera hace mil años, descubro que hay mil millones de palmas benditas levantadas como símbolo de esa manifestación de Cristo, como en otros lugares celebran a lo largo del año la llegada de sus mesías, de sus avatares, de todos y cada uno de sus guías espirituales.
Dios se reparte de muchas formas, no sabe de compartimentos estancos, ni le frenan las fronteras inventadas, ni las cárceles, ni los reformatorios. Incluso está en los relucientes despachos donde se planifican las tragedias futuras de los seres humanos, tratando de que se le caiga algún día la venda de los ojos a estos perversos engendros.
No hay bellas palmas levantadas en las calles, pero hay palmas y palmas de aplausos incontables en las ventanas y los balcones, celebrando la vida, agradeciendo el inmenso esfuerzo de quienes sí se aprendieron ese nuevo catecismo de amar al prójimo como a uno mismo, aunque nunca hayan leído la biblia, ni les gusten las procesiones, aunque ni siquiera crean en Dios muchos de ellos. Más vale una persona que no cree en Dios y responde y ama a su prójimo, que mil millones de devotos exaltados que no hacen más que daño a sus semejantes.
Cuántas veces he visto a líderes mundiales cayéndoseles la baba al hablar de Dios, poniéndose la mano en el pecho, asistiendo a sermones que parecen de plomo, diez minutos antes de enviar a sus aviones para bombardear ciudades y acabar con la inocente vida de seres humanos. Extraño pulso el que tiembla conmovido por la grandeza de Dios y luego se mantiene imperturbable a la hora de dar las órdenes a sus generales para que arrasen la tierra de los más pobres.
Domingo de Ramos debería ser cada día del año. ¿No son nuestros símbolos en este día palmas y ramas de olivo, que reflejan en su esencia el anhelo de paz, de hermandad, de asumir nuestro vínculo con lo divino?
Como esta cuarentena que tendrá más de cuarenta días no nos revuelva la conciencia, no nos permita descubrir cuán falso es nuestro mundo como para llenarnos la cabeza de vanas promesas, de luchas intestinas, de calendarios cuyo nombre venía de calendas, de contribuciones, de adoración pura a don dinero, demostraremos por enésima vez que seguramente somos la especie más poderosa y astuta del planeta, la que tiene más capacidad de adaptación ante las adversidades, pero no la más inteligencia, porque de nada sirve desarrollar la más sorprendente tecnología, el cálculo del álgebra, un cubo de Rubik y escribir más libros que granos de arena tenga una playa, si no somos capaces de liberarnos de una vez por todas de ese miedo que nos atenaza, del gobierno de un personaje de pelo de color de paja, que no deja de ser un hombre de paja y dice la mayor cantidad de sandeces por minuto que alguien pueda imaginarse.
Los ritos son necesarios, leo en uno de mis libros favoritos desde hace muchos años, “El Principito”, y claro que son necesarios, porque nos perpetúan, como decía el experto en teoría de las religiones, Mircea Eliade, en el espacio y el tiempo sagrados, nos permiten volver a un origen, a un legado, a todo aquello que con tanto esmero y esfuerzo nos ofrecieron nuestros antepasados, porque ello provoca la catarsis para entender lo que somos. ¿Pero de qué sirve un rito si luego su mensaje no lo manifestamos cuando acaba la celebración, si no lo llevamos a la tienda de barrio, a cuanto hablamos y escribimos, a la cola para comprar el pan o cuando nos apretamos como sardinas en lata en la playa?
El zorro de “El Principito” enloquecería si se saliera de las páginas del libro y viera cómo los ritos se lo pasan por donde le conviene a la práctica totalidad de los seres humanos. Se dice a voz en grito “no robarás” como uno de los diez mandamientos, y se ha convertido en costumbre en la calle, en internet, en los palacios y en las grandes cumbres, porque mientras que un solo ser humano muera de hambre en el mundo, con tanta riqueza que se guarda en las arcas de todos los estados, no habrá dignidad, ni vergüenza, ni coherencia en esta especie que se considera tan suprema e inteligente.
Extraño Domingo de Ramos, triste a más no poder, que nos ofrece, como todo lo malo, la oportunidad para intentar saber qué es realmente lo bueno.
Esta pandemia nos está apartando del mundanal ruido, de las prisas enloquecidas para hacer más y más y más sin terminar de hacer nada, nos reúne en familia con tanta tristeza como oportunidad para mirarnos a los ojos y pensar cuánto nos habíamos dejado de decir, cuánto tiempo hacía que nos habíamos apartado los unos de los otros, embaucados todos de alguna forma por los cantos de sirena.
Los cantos de sirena, ninguna de bestiario mágico, son el extremo opuesto a las palmas de una palmera y a las ramas de un olivo. No son símbolos de paz, sino cautiverio y trampa, parte de esa esclavitud de la que me pedía que escribiera mi buen amigo José Campillo Andújar, y de la que alguna vez escribiré en profundidad, como se merece ese concepto opuesto a la libertad. Esclavos somos de las quimeras, de la saturación de la mente de tanto acumular datos que realmente no sirven para nada.
¿De qué les sirvió la religión y el amor por las procesiones a esas soberanamente tontas que se pusieron a hacer una procesión, vestidas de manolas, en plena calle, sin respetar la cuarentena, sin orden ni concierto?
Alabo el humor de quienes, para no volverse locos, crean miniaturas de nazarenos y de pasos en el interior de sus casas, la creatividad es un prodigio de la mente en estos días, y para ello son de nuevo los símbolos los que se utilizan, pero no la estupidez de un padre y un hijo que se echaron a la calle vestidos de nazarenos para inmortalizar tamaña tontería en un vídeo que durará hasta el final de los tiempos.
Claro que son importantes los ritos y los símbolos. Al fin y al cabo, he dedicado toda mi vida a registrarlos, recopilarlos, investigarlos, pero he descubierto que, como todo en lo que pone sus manos o sus zarpas el ser humano, termina convirtiéndolo en moneda de cambio, en máscara y espejismo, en fraude consentido.
Me quedo con el símbolo de este día en el silencio de mi corazón, con la esperanza de que el año que viene, al recordar lo que ahora está pasando, nuestra mirada al ver una procesión sea más hermosa, más piadosa, que en el próximo Domingo de Ramos veamos a Jesús montado en la burrica como un hijo de Dios, pero que no olvidemos que son hijos de Dios los que llevan el paso, los que observan desde las aceras, pero de igual forma los que nada saben de Jesús y los que profesan otros credos, los de guante blanco y los que no tienen para comprarse ya no unos guantes, sino un trozo de pan para no caerse al suelo muertos.
Se me ocurre a mí pensar que las palmas que anunciaban la llegada de un maestro espiritual a nuestras vidas hace aproximadamente dos mil años deberían ser suficiente rito y símbolo como para recordarnos que todos somos un puente directo de comunicación con Dios, sin necesidad de mediadores, al que yo le añado lo de Padre-Madre, porque a ver quién me va a decir a mí que Dios solo es energía masculina y no femenina, que Dios solo tiene una parte de la energía de la totalidad que Él mismo genera?
Tal vez si en nuestro país, un puñado de seres entregados a la rapiña, que poco a poco han sido juzgados, no se hubieran entregado al canto de sirenas de la avaricia más despiadada, habríamos tenido mucho más material en los hospitales para salvar vidas, y nos habrían caído mascarillas, EPIs y respiradores como maná del cielo. ¿Pero a qué esperar milagros bíblicos en estos tiempos cuando el afán de poseer consume a los que más tienen? ¿Será que acuñaron aquella frase del “tanto tienes, tanto vales”, porque a fuerza de no valer nada, ni una perra chica, tenían que arroparse con la codicia porque no salía ni un rayito de luz de sus oscurecidas almas? ¿Será que eso de amontonar riqueza es una enfermedad provocada por un primo tonto del coronavirus, que nadie ha descubierto?
Y dice el ser humano que es el pináculo de la escala evolutiva, el macho-hembra alfa en un biotopo que no va más allá de sus atrofiadas neuronas, sin enterarse todavía de que nadie se lleva una caja de caudales al otro mundo. El alma no se puede llevar a cuestas el cofrecito de las joyas, ni los grandes corruptos que en este país han sido, son y serán, se pueden gastar, aunque quisieran, tantos millones de euros con los que otras personas podrían salvar su vida.
“Miseria y compañía” debería ser el nombre de las empresas de todos aquellos que no predican con su ejemplo, gobernantes de todas las naciones que hablan del eje del mal que siempre es el del otro. Me asombra cuando dos contendientes en la guerra de las palabras, que se juegan el mundo como si fuera un monopoly, consideran que a cada uno de ellos le asiste la razón y están amparados por Dios, como si Dios se partiera entre los oscuros polos opuestos del mismo Equipo de Dirección Mundial encubierto, al que, por cierto, le encanta utilizar a su antojo y a su medida el triangulito del ojo de Dios como adorno de lujo para un Nuevo Orden Mundial que ya se lo podrían meter por donde yo les diga…
Domingo de Ramos. Qué poder del rito de la imaginación y del símbolo del latido del corazón que nos permite sentir que aun dentro de nuestras casas lo estamos celebrando, que hoy las palmas anuncian igual que hace unos dos mil años que un maestro espiritual vino a decirnos que todos somos iguales, que somos hijos de un mismo Dios, y por lo tanto hermanos. Por ser coherente con su mensaje fue crucificado, tan solo por querer decirnos que todo ser humano es templo de Dios, donde habita la divina conciencia.
Fuente: Textos recopilados de las páginas web Luz de Ilunum y Sieteluces, además de los canales de youtube Luz de ilunum y Editorial Sieteluces, textos propios y/o recopilados por el escritor e investigador José Antonio Iniesta Villanueva.