AVE FÉNIX CRÓNICAS DE LA ESPERANZA CONTRA EL CORONAVIRUS XVI

Ave Fénix
Crónicas de la esperanza contra el coronavirus
XVI
El ingenio que surge de la tragedia
José Antonio Iniesta



30 de marzo de 2020. Dieciséis días ya preguntándome por qué estoy viviendo este mal sueño. Hay muchas respuestas, pero me las guardo todas en el silencio…
Tiene la adversidad, la polvareda del caos, el ruido estrepitoso de lo que consideramos una tragedia, la prodigiosa capacidad de unirnos ante lo que es inevitable. Alienta nuestra imaginación y obra esa maravilla inexpresable de sacar fuerzas de donde sea para levantarnos y enfrentarnos a cualquier tipo de desastre.
No me queda más que expresar mi admiración por todo un país que está sufriendo con tanta entereza lo que parece inadmisible, preguntándonos lo menos cien veces al día si es real lo que estamos viviendo, ¿por qué esta aparente condena que nos ha sido impuesta, este temor al ver que por todas partes nos cerca la muerte?
Y entre tanta desolación sin nombre, que nos llevaría toda una vida escribir libros para contarla, surge ese espíritu que tanto amo y honro, que es el de la solidaridad, la entrega desinteresada. Es verdad que a la legión de bichos rastreros siempre hay que incluir algún que otro energúmeno que se salta un control y atropella a un guardia civil que no tenía bastante con jugarse la vida por nosotros que encima va un desalmado y lo deja en estado grave tras provocarle un traumatismo craneoencefálico y fractura de tibia. Es cierto que los ciberdelicuentes están haciendo su agosto antes que de llegue el verano y también que hay trupes de gaznápiros, por decirlo suavemente, que cuando la gente se está dejando la vida en los hospitales, unos por el riesgo y otros porque se la dejan para siempre, se van de parranda como si esto de la pandemia no fuera con ellos y les da igual tres que ochenta que ya sean 7340 las almas que el coronavirus se ha llevado al cielo y 12298 los sanitarios contagiados, que es una cifra que reclama justicia, justicia, justicia, en los tiempos venideros.
Quitando el mínimo porcentaje de indeseables que siempre existirán mientras que el mundo sea mundo, hay que alabar la impresionante conducta de todos los españoles que saben que confinados salvan vidas sin moverse de su lugar de encierro, los que haciendo de tripas corazón, que ninguno es tonto para saber lo que nos estamos jugando, desarrollan la imaginación para entretener a su familia y hasta al vecino del tercero.
Sean mis palabras un elogio sincero para todos los que han empezado a murmurar por dentro comprendiendo, con más dolor que si nos diéramos un martillazo en los dedos, que mucho tiene que mejorar el mundo para que en el futuro no tengamos que lamentar lo que ahora estamos lamentando.
Y en este caos que siempre derriba fichas de dominó antes de tiempo surge por obra de un principio universal de acción y reacción el orden, orden puro de conciencia limpia y manos generosas, de corazón vibrante de caballeros y doncellas andantes, como de novela de caballería, que tienen que realizar la correspondiente hazaña para saber que su honor se preserva sin tacha alguna.
Y ahí está ese ejército bondadoso de gente del campo que ha cogido los tractores y los ha tuneado con depósitos con los que fumigar al bicho, que dirán en ambientes rurales, donde más pura se conserva en ocasiones la conciencia, esa forma de sentir al vecino de al lado como uno más de la familia.
Qué primoroso primer mundo que, arrojado a la condición de tercero, y hasta pareciera que de cuarto, por tanta supina incompetencia, tiene que hacerse EPIs que nunca podrían recibir este nombre con bolsas de basura que se inventaron para eso, para llenarse de basura. Pero ahí está el pueblo sano, el que realmente sostiene a una sociedad, no los que prometen islas llenas de flores y no son capaces luego ni de dar una margarita. Ese es el pueblo español que ha superado mil y una crisis a lo largo de la historia, el mismo que padeció las grandes pandemias de tifus y de cólera, y hasta de la mal llamada gripe española, que será capaz de vencer con esta entrega sin límites también al Covid-19, ese bicho con forma de esfera y trompetillas que por hermoso que parezca a la vista del microscopio tiene una mala leche que no veas…
Lo que me hacen llorar estos sanitarios cuando aplauden cada vez que extuban a un enfermero con más pasión que si les hubiera tocado la lotería. Lo que me hacen llorar cada vez que reciben el aplauso desde millones de balcones abiertos a ese regalo merecido de la esperanza.
Me emociona un pueblo que en vez de hacer figuritas en impresoras de tres dimensiones las está poniendo al servicio de toda una nación para hacer piezas con las que sacar rendimiento a respiradores, esas máquinas de las que tanto se habla ahora, imprescindibles para que un enfermo utilice como Dios manda sus pulmones.
A besos me comería a todas esas costureras, la legión de ángeles escondidos en sus casas que han sacado las máquinas de coser para salvar vidas haciendo mascarillas.
Qué tiempos horribles, y de alguna forma gloriosos, que nunca hubiéramos imaginado, en los que las tamboradas serían en los balcones, sin poder pisar la calle, que las máquinas de coser se pondrían a disposición de un ejército de seres humanos para enfrentarse a un enemigo implacable que a ver quién comprende el propósito que tiene, si es que es así de retorcido el virus o es que de una vez por todas ha venido a quitarnos la paja de los ojos, las espesas vendas y hasta las vigas de obras, para que de una vez por todas veamos lo que no está pasando como especie, que algo tenemos que aprender ya de una dichosa vez para no tener que estar tantas veces en guerra, sea contra un virus, toda una comunidad de vecinos o un ejército cuando el dictador de turno, sea demócrata o no lo sea, quiera que la gente se mate en un campo de batalla.
Se me estremecen las carnes al ver tanto ángel de la guarda cosiendo en la buhardilla, en el salón, en el patio o en la terraza, esos héroes anónimos que hacen mascarillas porque la vida les va también en el empeño.
Albricias, la humanidad entiende que cuando la muerte golpea con saña la aldaba de la puerta hay que ponerse en jarras y mandarla a paseo, que hay que celebrar la vida y sacar la imaginación de paseo, ya que no lo podemos hacer nosotros salvo que sea con un perro.
Benditos los perros que siempre estuvieron a nuestro lado y ahora hacen posible que nos corra el aire, aunque no sea más que dando la vuelta a unas cuantas calles del barrio. Grandiosos los artistas de todas las disciplinas que están poniendo al servicio de la esperanza sus instrumentos musicales, sus composiciones, sus escritos, diseños, vídeos, cantos y poesías, corazón y pluma, lienzo y pincel, para que se multipliquen hasta el infinito los sueños que nacen, crecen y se reproducen, para parir a diestro y a siniestro, a destajo, más y más sueños.
Quién me iba a decir que me iba a poner los ojos escocidos ver tantos uniformes por las calles, mil gracias y una más si cabe a todos aquellos que velan para que este mundo que ya era inestable de por sí no se vaya al carajo.
Los que siempre fueron necesarios, vestidos como bomberos, de protección civil, sean policías de todas las clases, soldados y guardias civiles, nos han demostrado por enésima vez que además de cumplir una misión, como es propio de su oficio, son seres humanos, y que algunos de ellos ya han pagado tanto celo y entrega con su vida.
Así que me quito el sombrero, aunque no lo tenga, por todos ellos, y sé que su sacrificio jamás será olvidado, que algún día se hará un monumento con sus nombres grabados en la piedra, pero que aún durarán mucho más grabados en nuestra memoria.
Benditos ángeles de la guarda que surgen por todas partes, como la persona que viene de la farmacia y le pone el medicamento a mi hermana en una cesta que cuelga del balcón donde ella mira al cielo con esperanza en esta dura cuarentena, que creo que añadirá a su nombre alguna que otra decena más por desgracia.
Todos mirando a la pantalla mirando a ver si llega el dichoso pico, como quien juega al parchís y tiene una crisis de ansiedad esperando a que todas sus fichas entren en el cuadradito del centro, que esto de ver si vas a vivir al día siguiente es algo muy serio.
La imaginación al poder, construyendo nuestro Plan Marshall particular, ahora que la Unión Europea nos ha dicho aquello tan feo de “si te he visto no me acuerdo”, por lo que habrá que plantearse algún día de qué nos sirve todo ese cacareo de sentirnos europeos. Sin pelos en la lengua habrá que cantar las verdades ahora y siempre, reclamando, para empezar, que el día de mañana los sanitarios vean los cielos abiertos y no tengan que vivir ni en mil vidas ningún otro infierno.
Los médicos están recibiendo como agua de mayo los respiradores que los veterinarios estaban utilizando para reanimar a los cerdos. Señor, qué sueño más extraño, en el que nada es como fue siempre, cuando hasta se piden gafas de bucear para salvar vidas y plástico de portafolios o de encuadernaciones para hacer gafas con las que proteger los ojos.
Ante la adversidad el ingenio, millones de corazones latiendo a no sé cuántas pulsaciones por minuto. Antes se perseguía a los talleres de confección ilegales, ahora se convierten en tablas de salvación con las que hacer mascarillas y trajes de protección, por obra y gracia de las costureras de ahora y siempre. Las que han demostrado la habilidad de hacer ganchillo, de zurcir calcetines, que ya hacían remiendos en la posguerra y hasta hace poco, túnicas para los tamborileros, le han quitado el polvo a la Singer y nos demuestran que no tiene precio un país unido.
Una escuela de imaginación y reciclaje que habrá que poner en práctica en lo que nos queda de vida, para que esta generosidad de un tiempo necesario no se quede después en agua de borrajas, aunque solo sea para enhebrar la aguja de los sueños, coser esperanzas y tejer a destajo y sin descanso allá donde solo había desgarros de mundos perdidos, nunca abandonados por la mano de Dios, pero sí por los grandes gobiernos de la Tierra, a los que nunca les queda presupuesto para evitar que la gente se muera de hambre porque todo se lo gastan en armas de destrucción masiva y en estupidez que no tiene nombre.
Emociona hasta ver a los periodistas que, con guantes de látex en la mano, la mascarilla en el bolsillo y un micrófono alcachofa envuelto en plástico, se echan a la calle con el mismo temor que cualquier hijo de vecino, y todo ello para ofrecernos la información que necesitamos, pegados a la pantalla de un televisor como las ventosas de un pulpo del Mar Mediterráneo, esperando un día y otro a que llegue el pico, el dichoso pico.
Quién nos iba a decir que esperaríamos el máximo nivel de fallecimientos de este advenimiento del sufrimiento como señal de que a partir de ese momento serán menos los que tengan que dejarnos para siempre.
Que no nos falle nunca la memoria, que grabemos a fuego todo esto que nos hace sacudir la cabeza y preguntarnos si nos hemos dado un golpe en la cabeza o si es que seguimos durmiendo, si es una pesadilla lo que estamos viviendo, porque cuando salgamos de esta deberíamos celebrar las fiesta más grande del mundo, pero no para tirar la casa por la ventana, ni para gastar nuestros ahorros de toda una vida, si es que nos queda algo después de esto, lanzando petardos y majestuosos fuegos artificiales, sino para traer a todo los ancianos a nuestro lado para que celebren la vida. Y aprenderemos a observar quién sufre, recordando que ya nos tragamos cien tutoriales de penas y congojas, de amarguras y los más duros lances.
Será el tiempo de los monumentos a los héroes y las heroínas, como símbolo para los tiempos futuros, para los que vendrán después y no sabrán cuántas lágrimas cayeron en las tostadas del desayuno, pero también de honrarlos a diario, ya no más con cuentos de campañas electores, sino con hechos y más hechos. Un futuro cada vez más cercano para que cada vez que nos crucemos con un camionero por la carretera le enviemos un beso, por más recio que sea el camionero, que a todos hay que agradecer en lo que nos queda de vida lo que ahora están haciendo.
Madre mía, cuánto tiempo nos queda hasta que nos muramos para seguir aprendiendo de nuestros recuerdos, para no bajar la guardia y no dormirnos en los laureles como siempre hacemos, y para saludar a los tenderos como si fueran viejos amigos, aquellos que sufrieron la pesadilla de ser protagonistas por unos días de la película “Guerra mundial Z”, que encima no tuvieron ni siquiera a Brad Pitt para que les salvara de tanto zombi que cambiaba su vida por un miserable rollo de papel higiénico.
Ahora que estamos poniendo al máximo nivel de resistencia nuestras neuronas para ver cómo salimos de esta, convirtiéndonos en maestros del reciclaje y aprendices de todo a la hora de ir aprovechando el tiempo, será bueno que no olvidemos nunca que la especie que es capaz de hacer más cosas diferentes es la del ser humano, y que sería bueno, y ya creo que imprescindible, que todas estas facultades se empleen exclusivamente a partir de ahora para lo que sea absolutamente bueno. Reciclemos también el día de mañana nuestra forma de ver a los vecinos de los pueblos colmena, el tiempo necesario para estar con nuestros hijos y con nuestros padres y abuelos. Hagamos prodigios como ahora para que se salve la mayor cantidad de vidas humanas, sin olvidar que también se mueren cada día muchas personas, sin tener que hacerlo, en los más remotos lugares del planeta, que es de igual forma la nave maravillosa con la que viajamos en el espacio, sin que nunca nos haya pedido que paguemos nada por hacer tan largo vuelo. En este duelo colectivo como pueblo, que ni siquiera eso podemos hacerlo como siempre se ha hecho, mi corazón está con todos…

Fuente: Textos recopilados de las páginas web Luz de Ilunum y Sieteluces, además de los canales de youtube Luz de ilunum y Editorial Sieteluces, textos propios y/o recopilados por el escritor e investigador José Antonio Iniesta Villanueva.