AVE FÉNIX CRÓNICAS DE LA ESPERANZA CONTRA EL CORONAVIRUS X

Ave Fénix
Crónicas de la esperanza contra el coronavirus
X
Ancianos, salvadores y ángeles en nuestras vidas
José Antonio Iniesta



24 de marzo de 2020. Décimo día de tristeza y esperanza, décimo día confinado en este surrealista episodio de la existencia de toda una humanidad sufriente, convertida en un manojo de nervios, una carrera loca para acumular comida y, al mismo tiempo, una oración tan grande que nunca se ha visto tanto deseo de que esto pase y la vida se renueve, y nos dé la oportunidad, tras las más duras reflexiones, de hacer que el mundo sea una tierra de prosperidad y belleza donde podamos vivir a partir de ahora sin sobresaltos como los que estamos teniendo a cada momento.
39673 contagiados y 2696 fallecidos en España, 514 más en tan solo veinticuatro horas, nos recuerda la crónica negra que aparece a cada momento en la pantalla del televisor, esa caja acristalada que nos provoca los latidos más intensos de toda una existencia.
El miedo es gratis, también la esperanza, y yo me quedo con ese elixir de ilusión por un futuro mejor que es el único bálsamo que me puede serenar en estos momentos. No dejo de pensar en todos esos ancianos, que siempre han sido la debilidad de mi vida, uno de los grandes pilares de mis amores más profundos, que a cada momento se están marchando al reino de los cielos, dejando para siempre sus camas llenas de vacíos, de interminables esperas. Me duele como si atravesara una alambrada de espinos esta injusticia del destino. Los grandes seres que fueron víctimas de una guerra civil, las penurias de una posguerra, las mil y una tribulaciones para sacar adelante a los hijos cuando apenas se tenía nada, que luego sufrieron en sus carnes incontables enfermedades, para luego ser acosados por el maldito alzhéimer, y que encima en muchas ocasiones fueron abandonados por el fruto de sus entrañas, intentando comprender por qué recibían como pago a sus desvelos el frío, la distancia, la falta de caricias, ahora, para más suplicio, mueren en ocasiones solos en residencias, o en grises habitaciones a las que fueron relegados por culpa de la cuarentena.
Se me llena la pantalla del ordenador de amor, el teclado, mis manos, mi corazón por entero, pensando en ellos y sabiendo (al menos eso me consuela), que ya han dejado de recibir las penas inmerecidas, que ya se acabó toda la espera, que ya no hay llagas, ni artrosis, ni pérdida de memoria que atormente su cuerpo y su alma. Ahora regresan al reino de los cielos, el de la Luz, en la que siempre he creído, y tienen el merecido descanso que se ganaron a pulso. Ahora son llevados por los mismísimos ángeles. Hasta su muerte, como lo fue su vida, es una lección ejemplar para millones de seres, culpables o no de lo que sufrieron, una señal sublime para tantas personas a la hora de pensar en lo que tuvieron y no disfrutaron, para comprender, con el desgarro más profundo, que ya no se recupera lo que se pierde.
Estos ancianos son mis héroes y heroínas más especiales, los que nos han dado la lección más intensa con su vida y con su muerte, como lo son los sanitarios que se están jugando la vida para que España siga siendo un país donde podamos pensar en la palabra futuro. Me conmueve su hazaña. Nunca tendremos palabras suficientes los escritores para contar esta gesta. No es el guion de una película, ni el relato de un libro que leemos tumbados en el sofá, junto al fuego de la chimenea, es la cruda realidad y la miseria para quienes su vida depende de un simple EPI y de una mascarilla. 5400 sanitarios contagiados hasta el momento, un elevadísimo porcentaje de los que ya están sufriendo este azote biológico en toda España, es una tasa altísima para que no se nos estremezca hasta la última célula, todavía sana, de nuestro cuerpo, y también para apretar el puño reteniendo la rabia, esperando a que cuando todo esto pase se haga justicia y se sepa realmente qué ha provocado tan exagerado nivel de contagio.
“Todo esto tiene un plan, todo es perfecto, nada se escapa a los ojos de Dios”, escribía anoche entre otras muchas anotaciones, cuaderno de bitácora de un confinado por estado de alarma a causa de una emergencia nacional por pandemia mundial. Esa frase es parte de un audio que me enviaba una de las personas más bondadosas, más dulces, con más conciencia espiritual, que he conocido a lo largo de mi existencia. Con tan sublime dulzura, tan excelsa entrega a la humanidad, que cuando la conocí, a punto de comenzar una conferencia que iba a dar en Sevilla, para presentar mis tres libros de “La biblioteca de las maravillas”: “Senderos de Luz”, “Voces del amanecer” y “Cruzando el arco iris”, sentí una de las vibraciones más elevadas que he percibido en un ser humano. Prometo por lo más sagrado que sentí la energía de un ángel, lo sentí hasta en lo más profundo de mi corazón y supe que era eso tan extraño que cuento nada más verla, pero a la vez, entendía que no tenía sentido, porque lo que estaba viendo era una mujer, un ser de carne y hueso que, además, era totalmente desconocida para mí. Llevaba en sus manos unos dibujos, un mensaje que me traía en nombre de otra persona. Ni siquiera en ese momento imaginaba que con esa misteriosa entrega daría comienzo la investigación más importante de toda mi vida, sin duda la más importante, que ahora cobra forma en un libro inédito de más de mil doscientas páginas en texto de word, que al ser publicadas algún día serán muchísimas más. Con el tiempo lo comprendí. En verdad, aunque ella es absolutamente humana, la presencia angélica se manifestaba a su lado, de ahí mi percepción, como nunca antes, ni después, he sentido. Era el ser o los seres que la acompañaban lo que percibí, que por activa y por pasiva he comprobado que la tutelan y siempre están a su lado.
Además, por eso la traigo a estas crónicas de la esperanza, es enfermera y conoce los riegos a los que se expone en estos días, más todavía ahora que sabemos que más de cinco mil sanitarios como ella se han contagiado. Y teniendo la preocupación que todos tenemos, pensando en sus hijos y en el riesgo que se cierne sobre su madre, consciente de que tiene cara a cara cada día una amenaza maligna, me confesaba su estado de emoción, de sublime emoción, por algo que presiente que está más allá del terror que recorre las calles, una conexión mística, revelación, como quierea llamarse, de algo que de igual forma, pero con pura luz, se está manifestando entre nosotros sin que nos demos cuenta. De ahí su temor como ser humano, pero al mismo tiempo el arrebato de gloria manifestada que hizo que expresara lo que estaba percibiendo con una frase que me tocó en lo más profundo de mi alma¨:
“Todo esto tiene un plan, todo es perfecto, nada se escapa a los ojos de Dios”.
Pocas veces se estremece alguien como me estremecí yo anoche al escuchar estas palabras de alguien que sabe que va a realizar su trabajo en un hospital en el que la muerte ronda por los pasillos.
Bendita enseñanza la de tantos ancianos que nos están dejando y la de una enfermera que sabe con certeza que hay un plan superior del que esta pandemia solo es una pieza de un gigantesco rompecabezas.
Ella forma parte de una inmensidad de seres que conozco, no solo de España, sino de los más lejanos rincones del mundo, que alimenta la esperanza de un cambio de conciencia que veo que crece a pasos agigantados. O eso, fortalecer la hermandad como especie, afrontando con alegría un salto cuántico que nos lleva a un nivel de frecuencia que merecemos para seguir siendo felices, o tendremos que enfrentarnos una y otra vez al espejo de los más crueles desafíos.
Precisamente desde lejanas tierras me llegan los audios con los que otra mujer ejemplar, entregada en cuerpo y alma a propiciar la hermandad de los seres humanos, me revela cómo ha recordado un sueño profético que tuvo hace años, en el que se le mostraba con todo detalle no solo el azote de esta pandemia, sino el motivo por el que está sucediendo y la forma más refinada, aparte de la pura supervivencia, de disolver este coro de lamentos.
Mi whatsapp parece como si ardiera, llenándose de súplicas, temores, consejos y confesiones, y entre cientos de mensajes que voy cruzando desde que me levanto hasta que me acuesto, vienen los más especiales, los de todos aquellos canales, seres humanos con disposición para acceder a las más complejas realidades, que me van comunicando las maravillosas experiencias que van teniendo, aunque ninguna de estas personas ha dejado de ser humana y todas y cada una de ellas saben como los demás lo que está sucediendo. Es otro flujo de información, internet del Cielo, en la que nunca surge el miedo, ni el alarmismo, ni la percepción del sentido trágico de la vida, sino la certeza de que todo lo que está pasando, sea cual sea su origen, es el resultado de la conciencia grupal de todo un planeta, de las súplicas y temores del ser humano, de lo que nos da miedo, pero también de lo que hemos reclamado para que de una vez por todas cambie todo. En cada una de esas personas hay piedad por los que sufren y mueren, hay lágrimas en silencio, pero lo que más abunda es una inmensa ternura y una esperanza ciega en el mejor de los futuros. Es asombrosa la diversidad de esas visiones, de lo que se percibe y es revelado, todo un plan maestro que se irá manifestando a pesar de los ataúdes y el colapso económico al que nos avecinamos. Hay toneladas de esperanza si pudiera pesarse en una báscula, millones de kilómetros de horizonte lleno de luz, como es propio del más bello de los amaneceres.
Hace un rato me entrevistó de nuevo mi gran amigo Manuel Guerrero, para Radio Hellín, y mi voz se elevó con entusiasmo, a pesar de que esta mañana sentí el plomo de la carne, el peso del cuerpo cuando no puede sostenerse, al ver la estadística del día, que hace que escuezan los ojos. Así estamos todos, con subidas y bajadas, tratando de darnos ánimo a nosotros mismos, aunque sea buscándolo debajo de las camas, en cualquier rincón del patio, en la foto de mis padres, que se fueron hace tiempo para siempre, pero que siguen estando.
Escucho una melodía siempre que escribo, un mantra o un canto chamánico, y hay una dulzura inexpresable que surge de mí, en el mismo día en el que parece que me fuera a desmayar de tanto dolor que siento.
Qué extraño peregrinaje de la conciencia, que raro e incomprensible viaje por un valle de lágrimas en el que, sin embargo, están floreciendo las más bellas flores. Qué música más bella la que escucho en estos momentos, que fue compuesta en el pasado para llenar el alma de alegría, tan diferente a la del devorador de energías que es el cúmulo de noticias que a cada momento nos llegan.
Misterio y más misterio es la vida, y más todavía cuando podemos perderla. Qué atroz es este no saber qué será de nosotros mañana mientras acumulamos, sin embargo, esperanza y más esperanza para darla a manos llenas, a espuertas, como siempre decimos, para llenar carros y carretas.
Bendita sea esta humanidad que ha elegido, de forma colectiva, aunque cree que no lo desea, esta experiencia que nos está dando la vuelta por completo a nuestra vida, como cuando lo hacemos con una tortilla, que nos hace preguntarnos cien veces al día si en realidad lo estamos viviendo o es una pesadilla. Pero no, estamos despiertos, vivimos un acontecimiento histórico, tristemente histórico, como en su día otros seres humanos sufrieron la gripe española, la peste negra, la viruela o el cólera, como muchos padecieron desde épocas muy lejanas el sarampión o la plaga de Justiniano. Vino el sida con su campaña del miedo, la gripe A y ahora lo hace esta esfera con trompetillas, empecinada en ser mortal. Y, sin embargo, vista al microscopio, es absolutamente bella.
Cuántas paradojas nos ofrece esta pandemia, cual si fuera una danza cruel entre eros y tánatos, la vida y la muerte, una tragicomedia griega en la que se funden los más refinados y opuestos sentimientos.
Viene un tiempo de desazón, pero también de grandes cambios, un flujo de conciencia sostenible, de cauce de voces que nos llamarán desde muchas partes, un espejismo tras otro que se irá quebrando dando paso a certezas que ahora nos serían incomprensibles.
Futuro es la palabra, como siempre lo ha sido, un viento de palabras para escribir sobre nuevos pergaminos, el retorno a la naturaleza como nunca lo hemos concebido. Un No Tiempo en el que todos los extremos serán consentidos.
La paz, la inmensa paz de una prueba que sacará de nosotros lo peor y lo mejor que hemos sido, el deseo como llama ardiente de cambiar para siempre, de volver al tiempo en el que las quimeras y las utopías, los sueños más locos, pueden ser realidades supremas.
Amor, siembra de amor, por cada tierra, por desértica que sea, para que una especie nueva, renovada, se vista de gala para recibir la memoria de los tiempos pasados, aquellos en los que ciencia y espiritualidad formaban parte de un todo, de un conocimiento ancestral en el que el ser humano estaba vinculado al Universo por entero.
Tecleo estas palabras como si estuviera dormido, pero al mismo tiempo muy despierto, mientras se escucha la música de un piano que pone los acordes en mi ser de una forma que parece como si me acariciara la piel e hiciera que flotaran mis dedos. Escribo con mis manos como si tocara un piano, una partitura con música de una nueva octava, canción del alma que sabe del Infinito, pero que en el presente se ancla.
Mi amiga y hermana de Sevilla descubrirá por enésima vez las melodías musicales que en el fondo son mis palabras, este ritmo de solfeo del que muy pocos se dan cuenta, pero que sienten, porque les llega el susurro que alcanza los oídos y les habla como si fuera la vocecita de un hada.
Viene un tiempo de luz acrecentada, y entre el ruido de los sables, de los chirridos de los informativos, de las cifras de la angustia que son un tormento, surge una música secreta e imprecisa que solo podremos escuchar si verdaderamente estamos en silencio, el silencio del alma.

Fuente: Textos recopilados de las páginas web Luz de Ilunum y Sieteluces, además de los canales de youtube Luz de ilunum y Editorial Sieteluces, textos propios y/o recopilados por el escritor e investigador José Antonio Iniesta Villanueva.