Ave Fénix
Crónicas de la esperanza contra el coronavirus
IX
Riesgo y punto crucial-Crisis y oportunidad
José Antonio Iniesta
23 de marzo de 2020. En el novenario de una oportunidad única en mi existencia para reflexionar sobre lo que ha sido hasta ahora nuestra vida. En relación a China, donde surgió una circunstancia que está haciéndole pensar a un mundo entero, una nueva filosofía de vida que se extiende por la geografía planetaria y es compartida en las redes sociales, se dice popularmente que existen dos conceptos diferentes para los caracteres de la palabra crisis, que serían riesgo y oportunidad. Para los lingüistas, esta interpretación es errónea, pues no sería oportunidad lo que se asocia con crisis, sino términos como “punto crucial” y “crítico”. De cualquier forma, me permitiré el lujo de pensar que esta crisis que nos pone sin duda en un punto crucial del que depende nuestro futuro nos ofrece una gran oportunidad de cambio.
Los chinos, que desde tiempos inmemoriales han manifestado una gran sabiduría ancestral, una inventiva singular para encabezar la lista de grandes inventos de la antigüedad y han alcanzado logros en la arquitectura y en la disciplina personal que son incomprensibles para una mente humana en general, desde luego que han tenido una gran crisis, que ha generado la nuestra, y a pesar del riesgo, del inmenso riesgo, han tenido la oportunidad de superar el gran desafío que unos y otros países afrontamos conjuntamente.
Me he ganado a pulso la serenidad en estos días después de sentir que llamaba a la puerta de mi mente el miedo, eso que durante toda mi vida he desterrado de mi diccionario particular, junto con el aburrimiento y la casualidad. Quería entrar y no porque tenga miedo a la muerte, Dios me libre, que nunca he sentido tal cosa, consciente, desde siempre, de que más allá de lo que llamamos vida hay otra forma de ser y sentir, de estar y compartir, con la envoltura, el hogar y el camino más hermoso que existe, que es el de la luz espiritual, la del reino de los cielos.
Esa palabra innoble que tanto ha engañado a la humanidad desde que existe el ser humano, aunque también ha sido un mecanismo biológico y mental para la supervivencia, se ha convertido en la maquinaria más precisa y destructiva a la hora de impedir que volemos con la libertad que nos corresponde.
Lo que se acercaba a mi pensamiento en estos días pasados como sentimiento natural, propio de la condición humana, pero infame por sus efectos, era provocado por el temor a la pérdida de muchos seres que amo, que amo de verdad, con el corazón abierto, como se abrieron no hace mucho las flores de los almendros.
Pero he tenido que subirme a lo alto de mi propia atalaya, de mi etérico baluarte, para mirar al horizonte sin que los pinchos de las aliagas se me clavaran en los ojos hasta hacerlos sangrar con lágrimas en silencio.
Somos humanos, no se puede censurar a nadie que presienta que puede romperse la porcelana que ya luego, por más que se pegue, nunca volverá a ser la misma. No se puede criticar a nadie por el hecho de que su humanidad aflore, se manifieste con el vello erizado y los músculos en tensión, cuando la mandíbula se contrae y los ojos se convierten en espejos que reflejan una pesadilla. Soy capaz de comprender el pavor de tantos hijos que temen perder a sus padres, o al revés, que no están preparados para que un ser vivo microscópico arrase con los que llenaron de fotos maravillosas el álbum familiar, sembrándose para siempre la vida con semillas de amargura. Pero sí creo que hay que decir tantas veces como sea posible que esta crisis, soberana crisis, es un impacto emocional de proporciones históricas para la conciencia de los seres humanos, todos y cada uno de nosotros, que perdidos cada uno a su estilo, en la comodidad de lo que agarramos como si fuera nuestro, solo nuestro, hemos sido azotados a lo grande para que despertemos. Poco me importa en este instante en el que golpeo el teclado del ordenador y aparecen estas letras el origen de este desafío, porque sencillamente no hay respuesta que compartir, sino para guardar en el más profundo silencio, pero sí es de vital importancia para mí entender cómo puedo hacerme más digno en el futuro para que no tenga sentido en mi vida, en la de ningún otro ser humano, tener que sentir pánico, preocupación o como quiera llamarse, sabiendo que todo cuanto tenga que ser, será…
Creyeron los chinos en el pasado que toda crisis era un riesgo, un punto crucial, pero sin duda pensaron que sería una oportunidad para cambiar, para transformarse, para encontrar respuestas, para solucionar el problema y salir fortalecidos. Después de todo, es lo que han hecho a lo largo de miles de años de civilización, de magnífica cultura, de ir de la guerra al arte y del arte a la guerra. Han tenido incontables crisis y de cada una de ellas aprendieron, como lo han hecho ahora, a sobrevivir, a prosperar y a seguir evolucionando.
Se preocupa, y mucho, la señora del esparto, una gran amiga mía, en que toda palabra que surja de la boca, que se refleje en una pantalla del ordenador, que se publique, sea solamente para elevar frecuencias, para crear paz y nunca incertidumbre, aportando migas de pan con las que salir de este laberinto. Porque en verdad, como comprobé de la forma más descarnada en muchas ocasiones, es energía creadora, pura fuente de vida y manifestación. Y todos en estos días, por causas más que justificadas, por temor o por rabia al ver que personas que se están jugando la vida por nosotros han sido desprotegidas, absolutamente desprotegidas, hemos caído en la trampa del dolor manifestado, o del contagio del miedo, mostrando en los ojos desesperanza cuando no tendríamos que haber mostrado más que pura, luminosa, tierna, bella, emocionante y bendita esperanza.
¿Habríamos visto la ejemplaridad de todo un país a la hora de dejarnos confinar en nuestros domicilios, tan poco dóciles y disciplinados como somos los españoles, con tanta altanería y juerga de oreja a oreja y ganas de bares y jarana que nos acompaña, pero también virtud de la fiesta y el mar de abrazos, besos y risas, si no fuera porque un minúsculo ser vivo nos ha llamado al orden, nos ha puesto firmes, y a nosotros, que nos creíamos, no ya España, sino el planeta entero, los reyes del mambo, el pináculo de la evolución, el ombligo redondo y lustroso del mundo?
Ahora estamos cayendo del guindo, y no suavemente, sino de golpe, a plomo, descubriendo que tenemos una tendencia casi obsesiva a defender lo nuestro, lo que está dentro de los límites de una casa, de una finca, de una caja fuerte, de nuestro cerebro, sin darnos cuenta de que desde hace miles de años hay millones de seres humanos que lo están perdiendo todo, que las enfermedades por virus y bacterias, que las muertes por hambre, las sequías, los devastadores incendios, la masacre de indígenas, los está poniendo al borde del precipicio y arrojándolos por él de vez en cuando. Que toda esa desolación que nos arrincona en un sofá alimentándonos de preocupación al ver la tele ya existía, y mucho más intensa todavía, recorriendo los desolados poblados de África, los arrabales de ciudades cubiertas de mugre. Sí, la gente moría y morirá de ébola, son incontables los que fallecen por malaria, por culpa de numerosas enfermedades contagiosas, que hay incontables niños con la barriga inflada, y no precisamente por estar hartos de comida. Pero para muchos, desprenderse de unos pocos euros con los que colaborar con una ONG era privarse de un café de vez en cuando, en una sobreabundancia que nos está cebando a todos como cerdos, cuando hay niños en los más diferentes lugares del mundo que sencillamente se levantan sin poder desayunar, no pueden comer y se tienen que acostar sin llevarse un trozo de pan a la boca.
Nadie con sentido común, con una pizca de corazón, quiere que esto suceda, tampoco nos consideramos culpables de esas mortandades. Lo que quiero decir, con profundo pesar, es que el coro de lamentos que ahora escuchamos en nuestros hogares se está oyendo desde siempre en casas de adobe, en cabañas de paja y barro, en favelas donde la gente vive hacinada y no sabe si estará viva mañana.
Mi hogar, mi pueblo, mi país, el mundo entero, no se merece este sufrimiento, lo hacemos nuestro como corresponde, pero entre tanto pesar se nos está dando la oportunidad de abrir los ojos, de sacar fuerzas de donde no parece que existan, para salir de esta tragedia colectiva con más fuerza, para que nunca vuelva a repetirse lo que ahora lamentamos, para que nunca podamos carecer de lo que sabemos que es más valioso, pero también para que nadie sufra como nosotros estamos sufriendo, sea cual sea el motivo, porque todos esos seres que agonizan sin recibir ayuda tampoco merecen lo que les está pasando. Y no tienen ni siquiera una tienda de barrio a la vuelta de la esquina, ni tanta ropa para vestirse como nosotros, que revienta los armarios. Ahora nos sobra todo porque pensamos en los abrazos, ahora no sabe a nada el lujo, cada vez que pensamos en los ancianos que en tantos rincones siguen estando solos. Se nos parte el alma, decimos, pero el alma no tiene carne ni es de hueso, es luz y la luz no se quiebra ni se deforma. El alma es ese algo invisible en lo que creemos, que se moldea, se alimenta, se adiestra, se educa, para tener más conciencia. Y no hay oportunidad más grande, en una crisis tan descomunal como la que tenemos ahora, para darle de beber a la conciencia con un inmenso amor por todos los que siempre han sufrido y que por desgracia seguirán sufriendo mañana.
Cuando resurjamos de nuestras cenizas, que son el abono para que cobre forma una sociedad con más decencia, con menos avaricia para acumular materia y energía, con más intención para mirar por los demás y no siempre por uno mismo, tendremos que levantarnos para pedir más dignidad y seguridad para quienes ahora, en los hospitales, se están jugando la vida por nosotros, entre los que se encuentran 3910 sanitarios que ya se han contagiado. Pero también tendremos que evitar que esos indigentes que de forma tan honrosa han sido refugiados en centros, donde son excelentemente atendidos, no tengan que volver nunca a dormir entre cartones en la calle. Y ahora que tantas personas dicen arrepentirse por haber hecho tal o cual cosa con sus padres, que luego los abracen, los cuiden, los acompañen, les den mimos, porque son lo más sagrado que tienen.
Que no venga, por Dios, ese feo viento del olvido, esa sucia brisa del “si te he visto no me acuerdo”, que no nos engañe el espejismo de que todo vuelve a ser lo mismo, porque entonces, entonces, entonces, nada habremos aprendido, de nada nos habrá servido el lamento, volverían a ser pura utopía y sueño vano nuestros deseos, ahora expresados de tantas formas, de que todo esto sirva para crear una nueva sociedad, con más medios para enfrentarnos a posibles pandemias, pero también para luchar desesperadamente contra el hambre, la avaricia, las guerras, los paraísos fiscales, la corrupción, ese hábito tan repugnante de mirar hacia a un lado para no ver cómo grita la selva, cómo huyen los animales para no morir en un voraz incendio, la mirada de un niño caído en el suelo, que a su vez está siendo observado por un buitre que está deseando comérselo.
A ver si tanto dolor que no queremos, que rechazamos, que no debería habernos llegado, sirve para que seamos más humanos, para que de verdad comprendamos de una puñetera vez que tenemos un maravilloso planeta, bello hasta el tuétano del carbono, del hidrógeno, del nitrógeno y del oxígeno, poblado por bellísimas criaturas, un vergel con todo lo que necesitamos para tener una plácida existencia y que antes de que surgiera la amenaza ya estábamos a punto de destruirlo.
La contaminación se ha reducido de forma extraordinaria en todo el planeta, aguas que eran oscuras ya son cristalinas, la vida llama a la vida y los animales campan a sus anchas por los pueblos de España, ¿Y todo por qué? Porque una esferita de vida microscópica nos está poniendo en jaque y eso ha hecho que nos refugiemos en casa, dejemos de montar en coche, tirar basura a destajo por los parques y montes que ahora no visitamos, porque este extraño animal racional, maravilloso, pero también pérfido, que es el ser humano, ve cómo se va paralizando su maquinaria invasiva, conquistadora, explotadora, avariciosa, con casas con muebles con cajones que están tan llenos que ya no cabe la punta de un alfiler, con despensas repletas de alimentos.
Crisis y oportunidad, una oportunidad para abrir los ojos y no cerrarlos nunca, porque si un enemigo invisible puede sumir a todo un planeta en el caos, ¿qué podría hacer una amenaza caída del cielo o surgiendo de los volcanes, de los mares, de cualquier otra manifestación de la naturaleza o del cielo con estrellas que vemos cada noche? ¿No habrá que estar sano, bien alimentado, pero todos, para unir fuerzas ante cualquier agresión, venga de donde venga?
“Arrieros somos, y en el camino nos veremos”, nos enseña nuestro sabio refranero popular. La voz de nuestros ancestros nos habla desde todas partes, nos enseña el camino de amar a la Madre Tierra, porque es el único hogar que tenemos. Es esta una gran señal para nuestra generación, a nivel global, entre otras muchas que ya hemos visto, y en verdad no se nos caía la venda como parece que ahora se nos está cayendo, porque ahora sí que nos aprieta el zapato.
Sea la luz con todos nosotros, que como siempre he dicho, es amor y conocimiento: luz para amar a nuestros semejantes, conocimiento para ver con claridad lo que nos está pasando. Somos capaces de hacerlo, de superar esta tribulación, lo que algunos ya querrán ver como el preludio del Armagedón, pero que yo veo como una oportunidad, única entre todas las que hemos tenido a nuestro alcance, para visualizar un bendito futuro que nos pertenece a todos. Ahora mi corazón está en paz, la tristeza por los que sufren sigue estando, pero en paz me muevo, en paz me sostengo, porque es mi propia contienda con el miedo para dejarlo fuera de mi hogar y de mi corazón, porque en mi verdadera morada solo hay amor y esperanza, solo un puñado de semillas de luz para sembrar sin descanso. Mañana, sea cual sea el mañana, seguro que darán una buena cosecha…
Fuente: Textos recopilados de las páginas web Luz de Ilunum y Sieteluces, además de los canales de youtube Luz de ilunum y Editorial Sieteluces, textos propios y/o recopilados por el escritor e investigador José Antonio Iniesta Villanueva.