AVE FÉNIX CRÓNICAS DE LA ESPERANZA CONTRA EL CORONAVIRUS VIII

Ave Fénix
Crónicas de la esperanza contra el coronavirus
VIII
Lo que ha cambiado nuestra vida en siete días
José Antonio Iniesta



22 de marzo de 2020. Octavo día viviendo una pesadilla, pero también un sueño hermoso de liberación de la especie humana. No hay prueba que no sea a la medida de nuestras posibilidades, ni camino a recorrer que no nos haya estado esperando a la vuelta de la esquina.
Ayer fue el día internacional de la poesía, y compartí un estremecedor poema de Mario Benedetti, “No te rindas”, que se hace intensamente impactante en estos días:

No te rindas, aún estás a tiempo
De alcanzar y comenzar de nuevo,
Aceptar tus sombras,
Enterrar tus miedos,
Liberar el lastre,
Retomar el vuelo.
No te rindas que la vida es eso,
Continuar el viaje,
Perseguir tus sueños,
Destrabar el tiempo,
Correr los escombros,
Y destapar el cielo.
No te rindas, por favor no cedas,
Aunque el frío queme,
Aunque el miedo muerda,
Aunque el sol se esconda,
Y se calle el viento,
Aún hay fuego en tu alma
Aún hay vida en tus sueños.
Porque la vida es tuya y tuyo también el deseo
Porque lo has querido y porque te quiero
Porque existe el vino y el amor, es cierto.
Porque no hay heridas que no cure el tiempo.
Abrir las puertas,
Quitar los cerrojos,
Abandonar las murallas que te protegieron,
Vivir la vida y aceptar el reto,
Recuperar la risa,
Ensayar un canto,
Bajar la guardia y extender las manos
Desplegar las alas
E intentar de nuevo,
Celebrar la vida y retomar los cielos.
No te rindas, por favor no cedas,
Aunque el frío queme,
Aunque el miedo muerda,
Aunque el sol se ponga y se calle el viento,
Aún hay fuego en tu alma,
Aún hay vida en tus sueños
Porque cada día es un comienzo nuevo,
Porque esta es la hora y el mejor momento.
Porque no estás solo, porque yo te quiero.

Lo escribo tal como lo he encontrado, espero que la transcripción se corresponda lo más fielmente posible con el poema original del brillante escritor, dramaturgo y periodista uruguayo. Qué exaltación del ánimo y la esperanza, con esa frase preciosa, que tantas veces he escrito en estos días, “Celebrar la vida”, que, además, en perfecta sincronicidad, tiene la misma filosofía de vida que una de mis canciones favoritas, de Axel, “Celebra la vida”…, el propósito y esencia de estos artículos que voy escribiendo día a día, confinado ante la amenaza que le está dando la vuelta, como si fuera un calcetín, a la caduca sociedad que nos ha mantenido en el delirio de uno a otro rincón de este bellísimo planeta.
Cuánto ha cambiado la vida desde que un estado de alarma hizo que nos refugiáramos en casa, ante el peligro invisible que nos ha dado un golpe sin miramientos en el cogote, al grito de ¡despierta! Y es verdad que estamos despertando, cada uno como puede y sabe, pero seguramente preguntándonos todos si lo que estamos viviendo es real o solo un sueño.
No tengo la menor duda de que nos abocamos a un cambio de paradigmas que, como nunca antes en esta generación, salvo por la caída de las Torres Gemelas, hemos tenido la oportunidad de ver. La vida da muchas vueltas y ayer se cayó una torre, hemos recitado desde niños, y a todos se nos ha caído la torre ciclópea de estructura monolítica de cuanto nos enseñaron, o más bien nos adoctrinaron. Nadie nos enseñó, ni nos preparó, para asumir así por las buenas que una película de ciencia-ficción se convirtiera en la pura realidad de nuestros hogares, que habitara con forma de presagios en la salita de estar, en espejo del cuarto de baño y el diario que está encima de la mesilla, cuaderno de bitácora de navegantes que a veces pueden estar tentados a sentir que van a la deriva.
Me parece fascinante, sin embargo, el inmenso derroche de imaginación que, por cada uno de los barrios de España, y ahora ya del mundo entero, se va desplegando, un puro acto creativo que está reestructurando nuestro cerebro a marchas forzadas, haciéndonos decir una y otra vez aquello de “esto es surrealista”. Pero qué es la irrealidad sino un nuevo campo de conciencia inexplorado, otra realidad paralela a la nuestra. ¿Cuántas veces agitamos a diario la cabeza pensando que estamos viviendo un mal sueño?
Una película se cruzó anoche frente a mis ojos, mientras intentaba alejarme de la sobresaturación de noticias de los informativos. Acababa de ver “El hoyo”, una dura película de Nétflix, magnífica, ópera prima de Galder Gaztelu-Urrutia, impactante y notable en todos los sentidos, que refleja con crueldad, pero con justicia en la alegoría, la sociedad en la que vivimos, en la que los que están en el nivel más bajo se alimentan de los desperdicios de los que se encuentran en la cima, siendo todos, las víctimas de un sistema social opresivo. La interpretación de su protagonista, Iván Massagué, es sencillamente impresionante. Y al terminar apareció “Virus” en la pantalla, una producción de Corea del Sur, que muestra la dantesca situación producida por un brote vírico de influenzavirus A H5N1. Dirigida por Kim Sung-Su en 2013, se ha convertido en la película de Netflix más vista en estos días a raíz de la expansión del Covid-19. A un nivel inmensamente más terrible que lo que vivimos en España, su espectacularidad me hacía reflexionar con los ojos abiertos de par en par, pues salvando las distancias en cuanto al número de afectados y fallecidos, esa agitación de mascarillas y guantes, ese bloqueo de carreteras, el pánico incontrolado, con la histeria colectiva en los supermercados, era idéntico al que ahora estoy viviendo en mi país y en mi pueblo. Aquella película futurista ya está cobrando forma en Corea del Sur en estos momentos, y con lo lejos que está de Hellín, llega al último rincón de mi barrio.
La globalización nos vincula con libros y películas, con honores y deshonores, y este virus nos recuerda que todos estamos más cerca de lo que creemos los unos de los otros, que todos somos vulnerables, como parte de una misma especie y con un futuro compartido, sea cual sea.
Cuánto ha cambiado nuestra vida en una semana. Se preparaba España para celebrar nuestra Semana Santa, para que majestuosas imágenes en lujosos tronos recorrieran las calles. ¿Quién nos iba a decir cuando nos mentalizábamos para hacerlo, que los pasos serían miniaturas que, al ritmo de improvisadas marchas, del himno nacional surgiendo de un equipo de música colocado en un balcón, se desplazarían a través de cuerdas cruzando calle tras calle?
Nadie, absolutamente nadie, habría imaginado que con muñequitos se escenificaría el paso de las bandas de cornetas y tambores. Todo lo que habíamos preparado en peñas tamborileras se quedó parado en el tiempo, cofradías y hermandades dejaron quietos sus cristos y sus vírgenes, tanto santo con la mirada perdida en el artesonado de un templo. ¿No es acaso esto un mazazo a la humanidad para que despierte?
En Hellín se nos agitaba el corazón pensando en que un año más celebraríamos la Tamborada más grande del mundo, con más de veinte mil tamborileros haciendo que se estremecieran las calles, y ahora lo hacemos en lo alto de esta ciudad colmena, golpeando el parche con los palillos en patios, terrazas y balcones.
Nunca se vio tamborada más extraña, y espero que no se vea jamás, como raros e incomprensibles son los pasos procesionando a través de una cuerda en el vacío, tal como la humanidad hace trapecismo en la cuerda floja sin saber hacia dónde nos conduce el futuro.
¿Cómo es posible que un ser vivo que no puede ser visto con los ojos haga que el corazón se le salga del pecho a siete mil setecientos millones de seres humanos, una especie que siempre se creyó que era el ombligo del mundo, el espécimen del reino animal más evolucionado?
¿Se nos enseñó la historia tal como debía haber sido contada, que todos los seres vivos de este mundo estamos unidos en un plan común de evolución y que nadie debería dañar a la madre que nos ha parido, ni a la Madre Tierra gracias a la cual existimos y sobrevivimos?
Muchísimas personas abandonaron a sus padres, recluidos en una soledad angustiosa, y ahora me consta, por lo que me cuentan, que muchos lloran, arrepentidos de haber dejado en determinados lugares a unos padres que ahora van muriendo sin poderlos abrazarlos siquiera. ¿No es toda desolación un ejercicio de aprendizaje, una escuela recia de “la letra con sangre entrega”? ¿Acaso no está surgiendo con esas lágrimas de arrepentimiento una depuración del alma, una unión que no existió del todo entre los que ahora se lamentan y los que vivieron toda una vida en un valle de lamentaciones?
Todos y cada uno de nosotros tenemos nuestra propio y simbólico descenso a los infiernos, el cúmulo desbordante de reflexiones, como ácido subiendo por la garganta, que nos permite reconocer lo que nunca supimos valorar, lo que no agradecimos cuando debíamos, lo que perdimos y ya no podremos recuperar.
Pero reniego de la desazón y me afianzo en la esperanza, sabiendo de la fuerza incontenible que está surgiendo de esta creatividad sin límites. Cuántos vídeos y memes que antes nos parecieron chorradas, nos arrancan ahora sonrisas después de las lágrimas, convirtiéndose en una terapia fundamental para el alma. El humor es pura vitamina del espíritu, una balsa que se hincha justo cuando estamos a punto de naufragar en un océano sin límites. Todo un país colabora en una catarsis colectiva. Al fin y al cabo, sabemos aquello de que “el que canta, su mal espanta”. Se decía en España, con este gracejo y desparpajo que nos caracteriza, “échale mierda al pito”, cuando alguien osaba ponerse a tocar un instrumento musical de viento en la ventana, y ahora se aplaude el intento, por mucho que desafine el artista aficionado, y a al momento aparecen tambores, la flauta comprada en un viaje a Perú, media docena de cornetas, el saxofón si lo hubiera y hasta la batería sonando con cajas destempladas.
Y como en los viejos tiempos de mi infancia, que esto sí que me emociona hasta la médula, toda la calle se convierte en una charanga, todos se van conociendo a medida que se prolonga el confinamiento, cuando antes cada uno de ellos era una sombra desdibujada al otro lado de los cristales de la ventana.
Qué milagro se está obrando, Dios mío, para que entre tanta desdicha haya cien mil tontadas que nos provocan la risa, interminables consejos para aprovechar el tiempo y no morirnos de aburrimiento. Qué grandeza la de los que han perdido el miedo al ridículo para animar a quienes los van a ver para seguir resistiendo.
Algo tan absurdo y banal como un rollo de papel higiénico me ha hecho reír hasta lo inexpresable en vídeos que he visto, y eso que tenía frente a mí, en la pantalla, una especie de recordatorio de lo que fue Europa en el siglo XIV durante la Edad Media.
Los seres humanos somos animales de costumbres y ahora se han roto todas las que teníamos para dar paso a otros hábitos, insospechados, y todo tan rápido que cada una de las neuronas de nuestro cerebro se está adaptando a toda prisa a configurar la realidad tal como ahora la percibimos, lo que dejará una huella indeleble en la especie humana por los siglos de los siglos.
Alguien escribía con fundamento que, si después de todo lo que estamos pasando, la especie humana no cambia, entonces no habrá servido para nada.
Por eso recordemos y grabémonos a fuego, en la piel y en el alma, todo lo que estamos sufriendo, para que esta prueba tan dura nos arranque de una vez por todas la venda que algún día nos pusimos nosotros mismos. Dios quiera que de esta desolación sin límites salga un espíritu renovado de conciencia humana, de homo sapiens con más capacidad de amar a la Tierra y de saber entender el misterio de las estrellas. Creo en los tiempos futuros, en esta cosecha que se avecina, después de sembrar tantas semillas de luz en un presente incierto.

Fuente: Textos recopilados de las páginas web Luz de Ilunum y Sieteluces, además de los canales de youtube Luz de ilunum y Editorial Sieteluces, textos propios y/o recopilados por el escritor e investigador José Antonio Iniesta Villanueva.