Ave Fénix
Crónicas de la esperanza contra el coronavirus
VI
Un aplauso de millones y millones de españoles
José Antonio Iniesta
20 de marzo de 2020. Sexto día de este curso intensivo y a marchas forzadas de esperanza sin límites. Hace un tiempo surgió esa maravillosa moda de los abrazos gratis que tanto me encantó, y ahora estamos en la de los que son virtuales y fabricamos en la memoria, con el pensamiento y los gestos reproducidos hasta lo inenarrable en las redes sociales.
Se me fueron como por ensalmo las nubes negras que esta mañana se pusieron encima de mi cabeza, y eso que me cubre el techo de la habitación y un par de terrazas por encima, cuando mi gran amiga del alma, mi hermana de luz, Lolita Vargas Martínez, Malinalticitl, me envió el audio con una canción de sanación que me llevó hasta Dios sabe dónde, pero sin duda, por la visión que tuve, a una dimensión bien hermosa y agradable.
Esa cosa esférica con trompetillas se disolvió en mi insistente pensamiento como si fuera agua de borrajas, aunque siempre, claro, en la metáfora, porque soy consciente del inmenso peligro que nos busca por todas partes. Pero lo que tengo absolutamente claro, y ahora más todavía, es que esa palabra que empieza por mie y termina por do va a ser en toda esta prueba lo que más daño nos va a hacer como especie, pues sin duda es un terrible agresor de nuestro sistema inmunológico, dejándonos, si lo permitimos, más debilitados de cara a un posible contagio.
Además, entre tanta noticia chirriante se ha colado una muy curiosa, que seguramente pasa desapercibida entre tanta histeria colectiva, la de que hoy es el día internacional de la felicidad. Vale bien recordarlo, aunque apuesto porque hagamos de la felicidad nuestra enseña y bandera cada uno de los 365 días del año, y uno más cuando sea bisiesto.
Mi corazón está lleno de felicidad por saber que hay una legión de seres humanos, de benditos hombres y mujeres que están arriesgando su vida por nosotros en primera línea de combate.
Me emociona pensar que los pasillos de los hospitales, las habitaciones y oficinas, en urgencias y en todo tipo de dependencias, se han llenado de ángeles de la guarda, los héroes y heroínas de este ciclo de la historia que será recordado durante generaciones. De todos ellos seguirán hablando los habitantes de este planeta en el futuro, cuando cada uno de nosotros nos hayamos ido. Seguro que en muchas ciudades se levantarán monumentos en honor a quienes están sufriendo lo que no está escrito, no solo al ver que tantos ojos se cierran para siempre sin haber podido evitar el número creciente de fallecidos, sino al sentir ese nudo en la garganta, ese retortijón en la barriga, ese sudor perlado, al saber que lo más sagrado que tienen, que es su vida, está en peligro.
Son ya muchísimos los sanitarios contagiados, y tengo que decir, con inmenso dolor, que ya ha muerto el primero de ellos, una enfermera que dio la vida por nosotros. No tendremos nunca palabras para expresar lo que sentimos los españoles, incapaces de pensar cuántos seguirán sus pasos en los próximos días. Dios quiera que esa cuenta fatal se cancele hoy para siempre.
Tengo suficiente sentimiento como para expresar mi agradecimiento hasta el infinito a estos seres que están intentando evitar al máximo lo que ya parece inevitable, un incremento enorme de contagiados y fallecidos, por lo que España se ha puesta patas arriba con el fin de entregarse a la más duras de las batallas, en esta guerra contra una amenaza invisible que ya empezó hace muchos días. Los hoteles que fueron garantes del lujo en cada estancia se han convertido en hospitales medicalizados, a la vez que se construyen hospitales de campaña y todo el personal sanitario del conjunto de nuestra nación está alerta para cuando se incremente la refriega. Pero al mismo tiempo para manifestar mi mayor repulsa, mi rabia contenida, mi despreció más lacerante hacia una clase política que desde la incompetencia suprema, el robo sistemático de las arcas públicas durante años y años, el desparpajo más frío y calculador a la hora de convertirse en parásitos de todo un país por sus cuatro costados. Y sálvese quien pueda del color que sea, de las siglas en las que se mueva, ya que, a mi entender, y lo digo públicamente, ninguno de los responsables de este desatino, a lo largo de diversas legislaturas, ha dado la talla, porque no están a la altura de un pueblo que se está dejando el pellejo para salir a flote en esta tragedia colectiva. Siento vergüenza ajena al saber, y no solo por lo que nos muestran en la televisión, sino por lo que me cuentan muchos amigos que ahora son los protagonistas de esta triste historia, que están en las últimas desde hace muchos días, sin equipo adecuado con el que protegerse, sin mascarillas que renovar, pues muchos tienen que usar las mismas día tras día, si es que la tienen.
¿Cómo puede calificarse la miseria humana de una clase política que ha mermado los servicios de los hospitales durante años y ahora lo sigue haciendo en plena crisis, cuando lo que es justo y necesario, y tendría que estar a la orden del día, por carencia provoca la improvisación de que se tengan que hacer protecciones con bolsas de basura, cuando los ciudadanos están creando talleres de confección en casa para fabricar artesanalmente las mascarillas con las que se puedan salvar vidas? ¿Somos habitantes del primer mundo, o del tercero, cuando desde los hospitales se pide que los ciudadanos hagan gafas con el plástico de los portafolios? Se les debería caer la cara de vergüenza a los que han desarmado la sanidad pública estos últimos años hasta el extremo de provocar esta falta de recursos. Ojalá, ahora que tanto se pide la caída de la corona, de las dos coronas, que cuando pase esta trifulca con el bicho mutante seamos capaces de crear una revolución capaz de echar de una vez por todas a esta trupe de inútiles que son, y lo serán siempre, los auténticos enemigos del pueblo, los que llaman a las urnas con los cánticos de sirena, encandilando con promesas y utopías, para dejar después abandonados a los que más lo necesitan.
Nunca entenderé a toda esta gente, que se durmió en los laureles sin hacer nada para evitar la primera oleada, y ahora lo sigue haciendo cuando tiene a su disposición, con el estado de alarma, la capacidad de poner fábricas y más fábricas a su servicio. Pero no, para eso está el pueblo, con su artillería de máquinas de coser, la gente como soldados en sus casas haciendo gafas de plástico y las bolsas de basura para evitar el problema que no son capaces de solucionar los que presumen de tener tres carreras.
Así que, con mi suspenso para los políticos, le doy un diez a todos los sanitarios de España, los que harán con su voz más que digna que los hospitales jamás vuelvan a ser viveros de virus y de escasez de medios para salvar vidas humanas. Y con ellos, aunque muchos se quedarán en el tintero, a los sufridos camioneros, que nunca sabremos cuántos kilómetros están recorriendo para que las industrias y los comercios no estén desabastecidos, para que los ciudadanos tengan todo lo que necesitamos. Y con ellos los valientes de los comercios que tienen que estar abiertos por las disposiciones del decreto de estado de alarma, y los responsables de tener las estanterías llenas de alimentos para seguir viviendo, que encima han tenido que sufrir la invasión de los más bárbaros, incapaces de comprender que lo que es necesario, es necesario para todos, que la avaricia rompe el saco y que antes de llenar diez veces la despensa hay que pensar en tanta gente que por falta de dinero, de salud o de medios, apenas ha tenido tiempo o posibilidades para llenar la cesta diaria de la compra.
Sin excepción alguna para toda esa buena gente, desde el policía municipal o nacional, protección civil, guardia civil o militar, que tienen que estar dando la cara en cada esquina, calle y carretera para que este país se mantenga en pie, se evite el contagio y la moral siga dando la batalla. A todos y cada uno de los seres que sostienen los pilares de esta sociedad, los que confinados o no están aportando todo lo que se les ocurre para que alcancemos la victoria.
Este país silencioso es un clamor de voces que se escuchan para ofrecer ayuda para cuidar niños, ancianos, para atender a tantos seres desfavorecidos por la vida que se han quedado refugiados en sus propias islas perdidas de la vida.
Crece la preocupación, bien lo sé, que estoy todo el día con tres pantallas que me saturan de noticias, pero también una oleada de luz que espero que no haya ya circunstancia humana, por tentadora que sea, que la detenga. Ya es tiempo de abrir los ojos, de comprender que hay que cambiar por completo la sociedad en la que vivimos, que si enfermamos también es un reflejo de que vivimos en una sociedad enferma.
Ahora que hemos creado puentes en las ciudades colmena, en la comunidad de los balcones, sabremos cómo construirlos cuando podamos caminar por las calles. Seguro que nos costará olvidarnos de agarrar de forma extraña el pomo de una puerta, que un abrazo nos recordará que hubo un día en que no podíamos darlo, y que de alguna forma quedará la obsesión de que un peligro nos acecha en el hierro del banco de un parque o al otro lado de la farola. Pero entonces vendrá la terapia colectiva para reinventar los encuentros, hacer de la solidaridad una costumbre, no una moda pasajera provocada por un bicho que nunca fue invitado a ninguna fiesta.
Anhelo el tiempo del desafío, cuando las ciudades se llenen de gente, de muchedumbres, y los bares de jolgorio, y nos volvamos a sentar en el cine, uno junto al otro, y haya abrazos en bola, ceremonias agarrados de la mano, juegos populares para acabar tirados por los suelos, uno encima del otro.
Elevaremos cánticos a la alegría, tal vez crearemos un día para celebrar la victoria conseguida. Aunque ya nunca nos arrancaremos de la memoria ese nombre del que ya no quiero acordarme, seguro que cada vez que intente colarse entre nuestras neuronas nos dará un latido más intenso el corazón para recordarnos que estamos vivos, que nos conjuramos para ser más felices a partir de ahora. Contaremos las horas como el que guarda monedas en una hucha con forma de cerdo, ahorrando el tiempo para dedicarlo sin prisas a lo más hermoso que tenemos.
Será el tiempo del esfuerzo colectivo, a buen seguro para desterrar mercados llenos de animales enjaulados, abiertos en canal y cubiertos de sangre, que son aullidos silenciosos de quienes son encarcelados por la vil depredación humana. Será un buen momento para mandar a tomar paseo a aquel olvidadizo que se le ocurra pronunciar esa asquerosa frase de “el tiempo es oro”, pues ni el oro tiene grandeza alguna, ni hay que comparar el sagrado tiempo que se nos concede con lo que es símbolo de la codicia humana.
Tendremos a gala la imaginación, recordando lo valiosa que fue cuando estábamos confinados, “cada mochuelo a su olivo”, “hogar, dulce hogar”, y la utilizaremos para dibujar en sueños que se hacen realidad los modelos de futuro que cada uno de nosotros queremos. Y observando el mundo con otros ojos, veremos como un ideal de persona al sanitario que nos encontremos a nuestro paso, será diferente el tendero, el que se las vio y se las deseó para contener a una trupe y horda que no era de bárbaros del norte, ni de Atila y los hunos, ni tampoco de jenízaros turcos, sino de sus propios vecinos, que por una vez en la vida perdieron la cabeza todos juntos y convirtieron sus casas, de forma incomprensible, en almacenes de papel higiénico, por no decirlo de otra forma, con la que habría cogido más ritmo y melodía el final de la frase.
Escribo sobre un futuro, como si hubiera llegado, ahora que esperamos el temido pico de contagios que, con su maldad implícita, no deseada, será a la vez la puerta de salida para esta pesadilla. Ese momento que nos turba, como cuando nos van a clavar una aguja, que sabemos que tiene que llegar para que al final nos olvidemos de la aguja.
Ahora es el momento de que no nos tiemble el pulso, de afrontar con valentía lo que viene de camino, porque sea lo que sea, ya está escrito en nuestra línea de tiempo, ya se va forjando como nuestro destino. Quede el amor sin límites ahora que podemos expresarlo. Dios quiera que quede un mañana para los seres que tanto amamos y para los que no sabemos quiénes son y nunca lo sabremos. Todos unidos venceremos…
Fuente: Textos recopilados de las páginas web Luz de Ilunum y Sieteluces, además de los canales de youtube Luz de ilunum y Editorial Sieteluces, textos propios y/o recopilados por el escritor e investigador José Antonio Iniesta Villanueva.