Ave Fénix
Crónicas de la esperanza contra el coronavirus
IV
Estado de alarma y cambio de paradigmas
José Antonio Iniesta
18 de marzo de 2020. Y ya vamos por el cuarto día de confinamiento por estado de alarma provocado por una emergencia nacional, con la que está liando “el bicho”, como algunos lo llaman con todo fundamento, porque es un bicho, y de lo más rastrero, más finamente conocido como Covid-19 y coronavirus, por la coronita de trompetillas que usa con tanta eficacia y esmero para clavarlas en las células humanas y darles órdenes, que encima es chulo por naturaleza, para utilizar nuestros genes y así seguir reproduciéndose. Vamos, un okupa en toda regla al que hay que desalojarlo ya, pero ya, porque ya ha infectado a casi doscientas mil personas en todo el planeta, y se extiende por 162 países.
Pero de lo que no se habla tanto, porque esto no llama la atención cuando se pone en marcha la campaña del miedo, que se reproduce por sí misma, a diferencia del virus, es del contagio inmenso que se está produciendo en todo el mundo con intentos por cambiar la conciencia del ser humano con sensatas reflexiones sobre la necesidad de aprender de esta dura lección, esta prueba que a todos nos tiene más mareados que una perdiz, dando botes de aquí para allá dentro de una casa viendo las mil y una noticias de los informativos de todas las televisiones de nuestro hogar, los ordenadores habidos y por haber y tantos móviles como miembros de la familia se encuentren encerrados en este desatino de destino que ahora compartimos con el conjunto de los seres humanos.
Aunque seguro que siempre quedarán muchísimas personas, perdidas, o más bien dicho, encontradas, en lo más profundo de las selvas, de las cumbres heladas, en algún que otro remoto desierto, que gracias a Dios no tienen wifi para no contagiarse del más mortal de los virus, que siempre es el miedo.
No teníamos bastante a lo largo de la historia con la viruela, el sarampión, la gripe española (que encima se nos cargó el mochuelo del nombre de española porque frente al silencio impuesto en otros países, aquí se tuvo la dignidad y decencia de elaborar el primer informe por el que fue conocida), la peste negra en la Edad Media, el sida, la plaga de Justiniano, la llamada tercera pandemia, el cólera, el tifus, la gripe de Hong Kong, las gripes habidas y por haber, tanto pasmo y desconcierto sembrado por virus y bacterias, que ahora, además, nos invade este misterioso coronavirus, que parece un engendro biológico de pesadilla capaz de volver loco a un mundo entero. Ahora vemos que no hace falta ninguna guerra de los mundos para sembrar el pánico en bandeja de plata (para la élite bien pertrechada en sus mansiones de millones de euros y dólares será de oro), pues nos basta con algo tan diminuto que hay que meter el ojo en un microscopio y descubrir que parece una obra de arte moderno, con sus infames trompetillas como ganchos de barco de piratas dispuestos al abordaje.
Después de todo, cada ser vivo tiene el propósito de seguir viviendo, de utilizar a otros seres vivos para reproducirse, aunque sea a costa de seguir matando. ¿Nos suena esto de algo? ¿No es acaso lo que ha hecho siempre nuestra especie desde que apareció sobre la faz de la Tierra? Ah, me viene ahora a la mente lo que expresa el agente Smith en una de las películas de la trilogía de Matrix, refiriéndose a los seres humanos, cuando viene a decir, más o menos, que somos un virus que se extiende por toda la Tierra y que por eso la inteligencia artificial tiene que destruirnos. Vaya por Dios, siempre esa manía de “comer o ser comidos” que nos tiene tan entretenidos a la hora de pasarnos la vida, virus y humanos, o virus y virus humanos, destrozando todo lo que nos encontramos a nuestro paso.
Pero mira por dónde algo extraño y maravilloso está sucediendo ante tamaña tragedia, pues la pérdida de una sola vida siempre es una tragedia, así que no le quitemos importancia al proceso, aunque de momento sea muy inferior en número de muertes a las que se producen en España cada año a causa de la gripe normal y corriente.
Muchos reclamábamos a voz en grito, o con el silencio relajado de los escritos, un cambio de la conciencia humana, porque el desatino colectivo en los últimos años, como en las últimas décadas, no nos conducía y no nos conduce más que a la desaparición de gran parte de la especie humana, ya que como todo virus, que diría el agente Smith, siempre sobrevive, aunque sea en escala reducida, para luego volver a la carga. Y como siempre nos cuesta hacer las cosas por las buenas, parece que de una forma drástica se nos ha puesto a prueba, por las malas, modificándose nuestro destino, aunque con el tiempo habrá que descubrir qué o quién lo ha retorcido, quién ha cambiado la línea de tiempo, quién le ha dado sin querer, o queriendo, con el dedo, al botón de reconfiguración de la Matrix, marca ACME, creadora de nuevas realidades.
De una forma que jamás habríamos imaginado hace unos pocos días nuestras vidas han cambiado por completo. Me niego a darle crédito al apocalipsis, por naturaleza y principios, aunque realmente lo parezca como guión enloquecido de una película que se ha salido de la pantalla del televisor para tomar posesión de las calles. Pero sí que la vida nos está apretando las clavijas, y aunque duele lo suyo, ver las orejas al lobo ha generado de forma maravillosa una oleada imparable de generosidad sin límites. Ya vendrá un capítulo entero, como se merece, para todas aquellas personas que en primera línea de combate contra el coronavirus se están jugando la vida o se la están quemando, desde el personal sanitario y los benditos camioneros que hacen más kilómetros que pelos tienen en la cabeza, hasta los que tienen que soportar en un supermercado las avalanchas de esas hordas que no son de vikingos arrasando aldeas, ni zombis en busca de gargantas, ni el caballo de Atila, que por donde pasaba no crecía la hierba, sino humanos, seres humanos, como la tímida vecina del tercero, el meticuloso fontanero que nos arregla el grifo y ese joven tan modoso que antes era tan educado y ahora se entretiene en pegar saltos como un basilisco entre los carros de la compra para alcanzar el “Exin Castillos” del papel higiénico. A este paso, más de uno va a terminar como una regadera…
Casi sin darnos cuenta, como nos pasó con la caída de las Torres Gemelas, como sucedió mucho antes cuando alguien vio caer un rayo y se le ocurrió la gran idea de preservar el fuego para evitar ser devorado por las fieras y asar un buen pescuño del animal que había cazado, se ha modificado una línea de tiempo de la humanidad. ¿Alguien se había dado cuenta de eso? Seguramente que de una u otra forma todos. Pues eso es lo que nos está sucediendo, en los momentos en los que pensamos que lo podemos perder todo, lo más sagrado que tenemos, que es nuestra familia y nuestra propia vida, todo lo que antes era realmente insustancial, imprescindible, carece de valor. Lo sencillo cobra un valor inmenso, y se activa el piloto automático de la adrenalina, del instinto de supervivencia, nuestra herencia ancestral de homo sapiens que ahora es hombre que piensa más que nunca, pero también el amor encendido, la entrega más honrosa a quienes sufren con nosotros, porque entonces se rompen los muros invisibles que nos separaban de los vecinos anónimos que de vez en cuando surgían como fantasmas en las otras ventanas y balcones. Ahora somos pueblos de colmena, en las alturas, y aunque hace mucho tiempo que nuestros antepasados bajaron de los árboles, ahora nos hemos subido a los edificios, con serias dificultades para tocar el suelo y caminar por las praderas, sean de hierba o de asfalto, como no sea que nos salve un perro al que sacar de paseo. Ahora se ha obrado un milagro asombroso, que cada vez se pone más de manifiesto. Se está produciendo un cambio de paradigmas, porque bien sabe Dios que de lo que hagamos ahora dependerá el futuro de la especie humana, con un virus tan peligroso, lo haya empujado la Madre Tierra para darnos la mayor lección de nuestra vida o sea fruto del delirio malvado de unos científicos en un laboratorio. Ya habrá tiempo para saberlo, si es posible, pero ahora sí que es el momento de descubrir que ante la adversidad nos hemos unido más que siempre, que reconocemos que no nos queda lejos México o Siria, Indonesia o Sudán, que sufrimos por los que sufren, en cualquier lugar del mundo, que todos los que no conocemos en otros países lamentan lo que ahora estamos sufriendo en España, que es lo mismo que cada uno empieza a vivir en su propio país. Somos más hermanos que nunca de Italia, en el fondo un mismo pueblo, amamantados todos por la antigua Roma, bañándonos unos y otros por las aguas del Mediterráneo, pero también somos uno, en cuerpo y alma, con el lama del Tíbet, con un granjero de Arkansas y con un hombre que además de todo lo que nos está pasando, tiene el corazón lacerado por una tiranía que se reproduce también como un virus en Venezuela.
El cambio de conciencia ha llegado, esperemos que se quede para siempre, que no volvamos a caer en el error, tan propiamente humano, pero inhumano, de olvidar lo que hemos aprendido porque de nuevo nos hipnotiza el mundo de los ruidos y las prisas.
Las familias, a fuerza de decreto, vuelven a ser como antes, están en casa horas y horas compartiendo risas y lágrimas, radio patio ha crecido hasta límites insospechados, muchedumbres se comunican a través de ventanas y balcones. Ahora empiezan a darse cuenta de quién es, cómo siente y vive la persona que antes era una sombra con la que te cruzabas en el ascensor, que se llenaba de silencios, evadiendo la mirada.
El ingenio se multiplica para hacer reír a todo quisque viviente, aunque sea haciendo el soberano ridículo mientras te graban en tu casa para que el vídeo llegue al mundo entero. Se desempolvan los libros que estaban en las estanterías, millones de personas se dedican a pintar su casa, redecorarla, hacer manualidades, dar consejos a los demás a través de las redes sociales para soportar la cuarentena. Se abren los hogares no solo a través de las ventanas, sino por medio de tantos medios tecnológicos, de forma tan espontánea, que están pasando tantas cosas nuevas que en ocasiones siento esta realidad como una pesadilla, y otras como una auténtica maravilla.
Todo me parece surrealista, todo, porque en el fondo, a nuestra mente le cuesta procesar cambios tan drásticos de un día para otro, este efecto dominó que de pronto hace que se nos abran los ojos, incapaces de comprender lo que está sucediendo. Que los militares patrullen por las calles de las ciudades y al mismo tiempo los memes más graciosos lleguen a una velocidad de vértigo a nuestros móviles, que te hablen del apocalipsis y toda una comunidad de vecinos juega al bingo y con un montón de metros de distancia entre unos y otros, que una pandemia ponga en pie de guerra a todo un planeta, pero a la vez los trabajadores de la luz, los maestros de sabiduría y chamanes, entienden que se están abriendo las puertas a una nueva conciencia, es, aparte de muchas otras cosas, algo único que está cambiando a una velocidad de vértigo nuestra percepción de la realidad, lo que está poniendo a prueba nuestro equilibrio de cuerpo, mente y espíritu.
Sin duda, es un cambio de paradigmas, una nueva línea de tiempo que nos conduce a aquello y solo aquello que nosotros pretendamos que sea, pero todo el planeta, como mente colectiva, en vínculo y comunión con la Madre Tierra. Desde luego, a partir de ahora, el mundo ya no será igual, nuestra sociedad ha sido puesta a prueba, como una nueva oportunidad de supervivencia como especie, para transformarnos para bien, para dejar atrás todo lastre que impide el salto cuántico que de infinidad de formas ha sido reflejado en todo tipo de creencias y profecías, el que vendría o vendrá después de un proceso muy duro para la humanidad. Quiero quedarme con ese final de paz y armonía. Quiero creer en ese futuro maravilloso para toda la humanidad. Lo veo ya, quiero verlo, es presente en cada célula de mi ser, donde no quiero que se aloje un okupa que tome control de mi genética, que fue diseñada, como la de todos los seres humanos, para seguir evolucionando hacia un nivel más elevado de conciencia. El futuro es nuestro, y siempre está en blanco para escribirlo con cada una de las palabras que salgan de nuestro pensamiento y de nuestro corazón.
Fuente: Textos recopilados de las páginas web Luz de Ilunum y Sieteluces, además de los canales de youtube Luz de ilunum y Editorial Sieteluces, textos propios y/o recopilados por el escritor e investigador José Antonio Iniesta Villanueva.