Ave Fénix
Crónicas de la esperanza contra el coronavirus
III
Resistiré
José Antonio Iniesta
17 de marzo de 2020. Tercer día de confinamiento en casa por pandemia a nivel mundial con más once mil infectados en España y acercándose a los quinientos fallecimientos del último recuento. El ejército desplegándose cada vez por más ciudades, pero también una legión de voluntarios a tiempo completo para que resurja la esperanza a cada momento. Un día en la totalidad de mi existencia en el que en ocasiones sacudo la cabeza y me pregunto si lo que estoy viviendo es real o todavía no me he despertado. Pero está sucediendo, y encima no estoy viendo una serie de Netflix. Lo primero que veo al abrir la ventana es de nuevo a uno de esos tordos que parece como si me estuvieran vigilando. A la derecha están las palomas con su hermoso zureo. Pero me pregunto a quién narices se le ha ocurrido la idea de apretar el botón de Matrix y configurar tan espantosamente la realidad que ahora percibimos. Es un juego de palabras, una metáfora, pero quien me conoce sabe que hay un mensaje más profundo en todo lo que dejo en el aire.
Ahora, eso sí, me preocuparé el resto de mi vida por saber de dónde procede todo este detonante que ha creado la campaña de histeria colectiva más grande que he visto en toda mi existencia.
Y aun así, celebro la vida, y encima, porque soy capaz de estar diez segundos sin respirar, que ya parece el test supremo del kit de supervivencia. Gracias a Dios, al menos en España se hacen colas y hay tensión para llevarse el papel higiénico, pero no para armarse hasta los dientes como ya están haciendo en Estados Unidos.
Qué fácil es inventarse apocalipsis en vez de reflexionar profundamente sobre lo que podemos hacer ahora por quienes nos rodean, por los más vulnerables en este avance a mordiscos desesperados del Covid-19, que parece el nombre de un robot de limpieza casero, pero es tal vez el abanderado de un Nuevo Orden Mundial que habrá que arrojar a la basura tan pronto como intenten implantarlo.
El juego de las metáforas, que es gratis, como el miedo, que cada uno agarra cuanto puede, me gusta más que el pánico generalizado que veo reflejado en rostros, bueno, los que veía, porque ahora el mundo que conocía está al otro lado de un puñado de pantallas, del ordenador, del móvil, de la televisión, y los sonidos de mi pueblo han desaparecido y tengo que conformarme con el de los tordos y los palomos de todos los días, mis vecinos del tejado.
Hace un rato, en la entrevista de mi gran amigo Manuel Guerrero para Radio Hellín, por supuesto daba ánimos para salir adelante, pero me salió el guerrero que llevo dentro, y no de apellido como el de Manuel, por más que me mordía la lengua, dejando caer al vuelo mensajes relacionados con las reflexiones que me hago a cada momento sobre el origen de esta bestia parda e invisible a simple vista, que vista con el microscopio es, sin embargo, inmensamente bella, como lo es un grano de polen, una partícula mineral o un copo de nieve. La naturaleza es así de hermosamente bella y compleja al mismo tiempo, porque es un ser vivo, solo por eso, que no tengo ninguna certeza de que esta amenaza sea un diseño y propósito de la naturaleza.
También pienso, ¿cómo no?, en que corremos y temblamos cuando nuestra vida está en peligro, nuestra calidad de vida se ve perjudicada, parece que podemos perder la relajada y placentera vida que llevamos, pero no se estremeció el mundo, ni le tembló el pulso a la ONU, ni palideció la OMS, cuando empezamos a saber que se estaba cometiendo un genocidio en el Amazonas, por obra y desgracia de Bolsonaro. No se ha puesto el mundo en pie de guerra contra todos aquellos que están provocando un ecocidio como quien sale de merienda al campo, ni se ha revuelto ningún país para tratar de impedir la matanza sistemática de indígenas de uno a otro confín del planeta.
Ahora la ola virulenta de dos virus terribles, el coronavirus y el miedo, se extiende por el mapamundi de tantos colores, como lo veíamos en la escuela, poniendo circulitos rojos allá por donde pasan.
Tal vez, solo tal vez, los que siempre han disfrutado generando miedo, el gran elemento de control de la especie humana desde sus orígenes, se estén frotando las manos, pero como siempre digo, seguro que no conocen la naturaleza humana, capaz de cosas tan extrañas como salir a la calle en estos días disfrazado de tiranosaurio rex, y de Batman repartiendo papel higiénico a los vecinos, porque delirios hay hasta cuando se vocea el apocalipsis, que recordemos que nunca significó fin del mundo, sino revelación, pero también la grandeza humana de resistir con honor y con humor hasta en las más duras tragedias.
Y aquí, España, como nuestros hermanos de Italia, ahora más que nunca, se lleva la palma de la resistencia. De una forma asombrosa, observo que el mundo responde ante el miedo de la misma forma en que reflejé en uno de mis libros, “Los barrenderos del miedo”, donde ofrezco con la apariencia de la metáfora, pero a destajo y sin tapujos, las claves para comprender quién domina nuestro mundo con ese miedo que paraliza la conciencia humana, y hasta su carne y sus huesos en ocasiones, para que no eleve su frecuencia y así no experimente el salto cuántico que todos nos merecemos como especie.
Me he quedado maravillado al ver cómo aquello que anuncié se refleja con tanta exactitud en estos días, como control oscuro de los seres humanos (y no lo digo, por supuesto, por los que quieren ayudarnos), pero al mismo tiempo, cómo estos mismos seres humanos despliegan su talento y creatividad para liberarse de esa pandemia sin soporte orgánico que es el miedo, que para eso tenemos clarinetes, tambores, pinchadiscos de balcón, animadores de comunidades de vecinos, bingos y juego de los barcos, además de aplausos a lo grande para los auténticos héroes y heroínas de estos días, a los que cuando pase todo este embrollo habrá que hacer un monumento de grande como un hospital, todos aquellos hombres y mujeres que con la carita casi tapada por una mascarilla tienen unos ojos chispeantes, de la pura luz que se enciende cuando alguien se juega la vida por los demás en un gigantesco criadero de virus con el alma bien grande.
Bendita grandeza humana, que encima, con la cachaza propia de los españoles (y que se jodan los que siempre han querido amargar la vida a la especie humana), ahora tiene un himno que no es el patriótico y oficial, sino el que nos sale de las narices, el del pueblo, de las ventanas y los balcones, que son la mirada al infinito y a la esperanza, el mismo que yo escuchaba en mis años mozos, el de “Resistiré”, del “Dúo Dinámico”. Mira por dónde, una canción española es el himno del pueblo en la resistencia contra el miedo en 2020, veinte años después de que nos dijeran que se acababa el mundo por el supuesto colapso de los ordenadores, ocho años después de que se empeñaran los agoreros en atribuirle a los mayas una profecía del fin del mundo que nunca ha existido. Que no, que no se acaba el mundo ni se va a acabar, que este mundo es una gran esfera de vida, con conciencia, con inteligencia propia, con propósito y destino, y que para más fundamento lleva a cuestas, en un viaje formidable, siempre dando vueltas, a una incontable variedad de especies, en concreto una que ahora, aquí en España, canta con la letra del “Dúo dinámico”. Bendita la música española, con la que tantos ideales se forjaron, en la esperanzadora visión de un mundo que ya se preocuparon en manchar con hollín los de siempre, los que se fuman el tiempo, los grises a pie de calle, y los otros grises, que son más feos todavía, los que están empeñados en llenar el mundo de hormigón y los dos hemisferios cerebrales con miedo, terror, pánico, espanto, histeria colectiva, acojonamiento general, como se entendería en España, todos ellos sinónimos de la misma mugre que no nos pertenece.
“Resistiré” se escucha en balcones, ventanas, terrazas, patios, de toda España, al grito de millones de personas que saben lo que tienen que hacer, que se protegen en intenso confinamiento, pero tejen hilos de luz para construir el mañana.
Ay, grises rastreros, qué poco entendéis que la especie humana es indomable, que tiene más vidas que un gato y tantas ganas de irse de bares, comer garrapiñadas, abrazar a los árboles, danzar bajo los robles, comerse un sobao de Cantabria en un parque y tocar el tambor en Semana Santa, como hacemos en Hellín, que no habrá fuego, ni gripes a las que se les cambie el número de serie, ni 5 G encubriendo alteración de ondas cerebrales, que pueda acabar con un “resistiré”, las fallas de Valencia, la Tamborada más grande del mundo, las procesiones, el fútbol o lo que a cada uno se le antoje.
Ante los servicios de inteligencia, los experimentos de laboratorio, las guerras ocultas entre países, la mala leche de los grises patizambos y los que terminan siendo elegidos como presidentes de gobierno, siempre estará el “Dúo dinámico”, Manolo Escobar y que viva España, y hasta María Jesús y su acordeón con “Los pajaritos”, si hace falta.
Un pueblo que tiene empanadas de Hellín, la tortilla española y el vino de tonel, que canta cuando su mal espanta, que se ríe de sí mismo y saca los pasos como en Sevilla, pero en miniatura, por los pasillos, y es capaz de invadir las redes sociales con más memes casi que virus hay, partiéndose de risa cuando le han puesto un cepo a su sonrisa, siempre podrá disfrutar del más grande de los futuros.
No podrán con nosotros, con los seres humanos de todo el planeta, y eso, aunque algunos se empeñen en hacer procesiones por las calles, como en España, o beban orina de vaca como en la India. Me han llegado mandalas para protegerme del virus, rezos a todos los santos habidos y por haber, chistes de perros agotados porque todo el mundo quiere sacarlos ahora para escabullirse por las calles sometidas a un estado de alarma, las recetas más peregrinas. Pues bien, el talento y la locura, la sensatez y el disparate, es precisamente lo que nos hace fuertes, fuertes, fuertes, porque el humor, que rima con amor, es una poderosa luz en las tinieblas. Y eso hace tan fuerte al ser humano, pues como los electrones en movimiento, no hay quien lo agarre ni entienda lo que va a hacer a cada instante. Es una especie maravillosamente loca, absolutamente loca, y con un corazón tan grande como todas las naciones. Y ríe, ama y sufre, pero vuelve a reír y amar, y es capaz de dar la vida cuando menos se lo imagina. Los grises, los grises de todas las partes, nunca sonríen, son amargados por naturaleza, no tienen las narices de vestirse de dinosaurio ni de Batman repartiendo papel higiénico. Eso nos hace diferentes y únicos en toda la galaxia. Y siendo así, dinosaurio y Batman al mismo tiempo, prehistóricamente rudo, pero al mismo tiempo héroe de cómic, no hay quien pueda con nosotros, ni una bolita con trompetillas de lo más contagiosa, ni todas las plagas de Egipto que vinieran.
El amor nos unirá en el dolor, la risa seguirá resurgiendo por encima de la tristeza, y de esta pesadilla, que es otra forma de percibir la realidad, saldremos fortalecidos. Ahora somos tan conscientes de todo lo que podemos perder, que a buen seguro nos lo pensaremos dos veces a partir de ahora a la hora de dañar a un mundo entero, Madre Tierra, Gaia, Pachamama, en la que todos estamos juntos, en la que todos dependemos los unos de los otros. Que el humor y el amor sean con nosotros…
Fuente: Textos recopilados de las páginas web Luz de Ilunum y Sieteluces, además de los canales de youtube Luz de ilunum y Editorial Sieteluces, textos propios y/o recopilados por el escritor e investigador José Antonio Iniesta Villanueva.