Ave Fénix
Crónicas de la esperanza contra el coronavirus
XLVII
Todo es extraño en estos días
José Antonio Iniesta
30 de abril de 2020. Día número cuarenta y siete de confinamiento. Y aguantando todo lo que venga, que a ver si algún día termino de comprender el misterio de este encierro, lo que nos exige la vida entender a fuerza de tantas horas de vivir algo que, aparte de dramático, es tan surrealista.
Está más que comprobado que lo que es aburrido, cotidiano y cansino, no aporta enseñanza, adormece los sentidos e impide que aprendamos, nos mata aquello que es el motor del aprendizaje: la curiosidad.
Los tiempos que vivimos son tan aburridos como entretenidos, tan carentes de enseñanza como llenos de aprendizaje, según sean los ojos con los que se mire.
Parece como si los lánguidos días fueran todos iguales, llenos de sopor y hastío, con esta angustia en ocasiones de no saber qué será del futuro, y en otras con ese ímpetu que nos envuelve y hace que recobremos fuerzas, que es siempre el propósito del instinto, de las descargas de adrenalina que nos empujan a defendernos ante cualquier agresión que se manifieste.
Me asombra este equilibrio forzoso de trapecismo de circo en la cuerda, sin red, al estilo de las acrobacias de Pinito del Oro, a la que tuve la oportunidad de ver cuando era niño, acompañado por mi madre, cuando lo que está en juego es la vida. Por eso me maravilla y me emociona a partes iguales ver a un niño en Manila, Filipinas, que ha superado la enfermedad del Covid-19 con tan solo dieciséis días de vida. ¿Pero no habíamos quedado en un principio en que los niños no padecían la enfermedad, que solo eran vectores y la contagiaban? Pues no, ya sabemos desde hace mucho tiempo que también ellos están sufriendo su azote de diversas formas, y por eso me alegra que el espíritu de la vida se resista y venza en esta criatura que ahora tiene toda una existencia por delante. También me provoca una inmensa alegría ver a muchos ancianos que han resistido y han ganado la batalla, y hasta hay que lanzar las campanas al vuelo porque he visto saltar por encima del listón y escapar de la dama enlutada a alguno que otro que tiene más de cien años. ¿No es para sorprenderse y alegrarse todos los días, con esta batalla campal en la que cada uno que enferma lucha por su propia vida? Todo es una sorpresa y rara en estos días, porque ahora sabemos que los felinos, tanto tigres como leones, e incluidos los propios gatos, tan domésticos y caseros, también se contagian.
Así que no nos podemos aburrir ni debemos bajar la guardia porque ya sabemos que a este virus en concreto le gusta eso de salta de una especie a otra, y ya se nos va ampliando el catálogo más de la cuenta si escuchamos a los científicos hablar de sus hipótesis sobre murciélagos y pangolines, las comprobaciones empíricas en gatos, tigres y leones, el humano por medio, y ahora surge la preocupación de que pudiera alcanzar a primates, que como sabemos, comparten un elevadísimo porcentaje de genética con nosotros. Por eso ciertos monos se comportan como humanos y algunos que se consideran muy humanos, se pasan el día haciendo el mono, con todos mis respetos hacia los monos.
Sorpresas te da la vida en estos días, en los que ver la televisión es motivo a cada momento para elevar las cejas, poner los ojos como platos, rascarse la cabeza y quedarse con la boca abierta, a riesgo de que en cualquier momento se desencaje la mandíbula.
Hay gente que se aburre, y mucho, no es para menos, así que un fotógrafo se ha preocupado de hacer incontables fotos de todos los vecinos que alcanza con el objetivo en las más diversas actividades que realizan. Ha crecido como la espuma en estos días de pandemia el voyeurismo, esa obsesión tan clásica y humana de observar a los demás sin ser observado, que ahí está la gracia, y escrutar la realidad que nos envuelve, como en la película de “La ventana indiscreta”, dirigida por Alfred Hitchcock, con James Stewart observando escondido siempre tras la ventana, como antecesor de nuestro José Mota encarnando a “la vieja del visillo”.
Todo es raro allá donde uno mire. En algunos lugares del planeta los ciudadanos se han escondido como conejos en sus madrigueras, por ejemplo en España, haciendo lo que tenemos que hacer, salvo deshonrosas excepciones, por el simple hecho de que debemos defender nuestra vida y no poner en peligro la de los vecinos. Sin embargo, los ultraortodoxos judíos de Estados Unidos, que ellos parece que no fueran de este planeta, la han liado parda al congregarse como si fueran hormigas, pues eso parecía la muchedumbre, de hormigas negras, para celebrar un entierro. Así que tuvo que intervenir la policía para disolverlos.
Más tercos que una mula son, como comprobé hace unos días, que con esto del confinamiento, aparte de hacer cien cosas al día, me da tiempo para ver una película o capítulo de serie durante la comida y la cena, y me he visto la miniserie de “Unorthodox”, algo así como “poco ortodoxa”, que revela la rigidez, la intolerancia y el fanatismo de estos judíos, que se aferran a una mentalidad inamovible por los siglos de los siglos.
Sabíamos que el río Ganges, en la India, era uno de los ríos más sagrados del mundo, pero también más sucios y repugnantes para darse un baño, pues durante miles de años se han quemado cadáveres en sus orillas, que se arrojan al agua después de ser incinerados. Así que la sacralidad, de los más cierta, se une, no obstante, a un ritual que merece todos los respetos, compatible también con el baño de mucha gente en sus aguas, pero que desde luego no nos inspiraría mucha confianza a los que no formamos parte de esa religión y cultura. Pues esta mañana veía sus aguas claras como jamás se han visto. Así que hasta el Ganges se ha transformado con la pandemia, como las aguas de Venecia, en las que ya se habían visto toda clase de animales, pero recientemente se ha llegado a ver hasta un pulpo y un caballito de mar. Quizás sea raro saber que estos animales se mueven entre sus aguas claras, como nunca se vieron en los canales venecianos, sin góndolas y sin cantos, pero también sin la porquería que antes se arrojaba, o porque a falta de otras noticias, tengamos que saber que ha aparecido un pulpo y un caballito de mar en Venecia, donde sin duda el carnaval tuvo que propagar en su día también el contagio, como en su momento lo haría con la peste negra en la Edad Media.
La oleada de animales salvajes que llegan a todas las ciudades del mundo ya se está convirtiendo en una epopeya histórica. No solo es que las más variadas especies animales están sintiendo la tentación constante de recorrer los espacios urbanos de una forma cada vez más masiva, sino que parece, por imaginar que no quede, como si respondieran a una llamada colectiva de imponer su presencia en esos territorios que los humanos habíamos conquistado, que se los habíamos arrebatado. Y lo más curioso es que parece como si adoptaran los propios hábitos de la humanidad, de los hombres y mujeres de este mundo, lo que me desconcierta. Después de ver grupos de monos bañándose en lujosas piscinas de complejos de apartamentos, saltando por los balcones, la cebra de París, la fauna ibérica recorriendo nuestras calles españoles y hasta los chacales en un parque de Tel Aviv, entre otros muchos sucesos, ahora se ven hasta cocodrilos por las calles en ciertos lugares del mundo, como meros transeúntes, lagartos de un más de un metro con el consabido baño en la piscina en Tailandia, una manada de búfalos, también de Tailandia, cruzando justo por un paso de cebra, una oveja saltando en una cama elástica, cóndores golpeando los cristales de un edificio a gran altura y más ovejas, en esta ocasión un rebaño, amontonadas a la entrada de un McDonald’s, que ya es el colmo de los colmos.
Por cierto, los humanos comparten gustos con las ovejas, porque otra de las cosas que ha desconcertado en estos días son las interminables colas que hacen las personas que se libran del confinamiento para llegar hasta un McDonald’s, como si eso fuera la salvación del mundo. Es inconcebible todo lo que ocurre, una de las pandemias más letales de la historia de la humanidad recorre el mundo y miles de personas no piensan más que ir a comerse una hamburguesa, como si fuera lo último que pudieran comer en su vida.
Y ahora que, sabiendo que nos vamos a quedar sin vacaciones como Dios manda, podemos cantar aquello de “vaya, vaya, aquí no hay playa”, podemos decir bien dicho que aquí no hay playa, costa, carretera y callejuela que no se libre de ver especies animales que jamás imaginamos que veríamos tan alejadas de su entorno natural, como una buena cantidad de tiburones que han aparecido en la costa de Vilanova y la Geltrú. Ansia vivan tienen los humanos de invadir las calles, y ansia viva tienen los animales de adoptar las costumbres que antes eran de los humanos. Desde que vi a un cuervo cogiendo con un pico un platillo de plástico, llevárselo a lo alto de una colina llena de nieve, subirse a él y bajar rodando por la pendiente, ya puedo estar preparado para ver cualquier cosa. Mi admirado Félix Rodríguez de la Fuente estaría admirado, como auténtico amante y defensor de los animales, de ver tantas especies diferentes cruzando por los pasos de cebra, haciendo una gira turística para ver a sus vecinos los humanos en sus propios zoos acristalados y recogiendo provisiones con todo descaro, como he visto hacer a un elefante de la India, entrando a un mercado de frutas para llevarse una sandía, y hasta tres osos metiéndose en el interior de un coche para arramblar con todo lo que encontraban a su paso.
En el mundo al revés se ha convertido la Tierra con la pandemia. Tantos millones de seres humanos que iban a los lugares más remotos de safari, para ver animales libres en la selva o en cautividad en los zoos, que recorrían los más vastos y alejados territorios para investigar la fauna autóctona de cada lugar, ya no lo hacen, y todos esos animales que huían de esa bestia de dos piernas, ahora intentan meterse en las casas, se quedan parados en la puerta, o de forma pasmosa se atreven a recorrer incontables carreteras sin miedo alguno, como si no tuvieran el más mínimo temor a que les hagan daño.
Algo debe estar pasando que se nos escapa, cuando el vicepresidente de Estados Unidos hace una visita a enfermos sin mascarillas, como si esto del coronavirus no fuera con los políticos, y al Bolsonaro de siempre, ante el incremento de muertos en Brasil, se le ocurre decir que se llama Mesías, pero que no hace milagros.
Por eso, si he visto a un hombre tailandés vestido de Spiderman con mascarilla negra tapándose la nariz y la boca, con riñonera en la cintura y vendiendo flores a los que conducen, en plena pandemia llena de disfraces por las calles, bienvenida sea la ilusión desmedida, porque este planeta tiene ardid, tontería, ingenio, imaginación y capacidad de supervivencia para sobrevivir hasta cayéndonos una lluvia de meteoritos sobre la cabeza.
Me quedo, entre tanta cosa rara que me desconcierta todos los días, que me daría para trescientas crónicas, con que hay gente que recién nacida y con toda una larguísima vida por delante es capaz de plantarle cara al matón de barrio del Covid-19 y seguir viviendo. Y eso para mí es soltar lágrimas de emoción y celebrar una y otra vez, como canta Axel, la vida, siempre la vida…
Fuente: Textos recopilados de las páginas web Luz de Ilunum y Sieteluces, además de los canales de youtube Luz de ilunum y Editorial Sieteluces, textos propios y/o recopilados por el escritor e investigador José Antonio Iniesta Villanueva.