En Semilla Eléctrica Amarilla.
Para el sembrador que reconoce el valor de la semilla, que habrá de germinar en el servicio a la humanidad.
Tercer día de mi onda encantada del Viento.
Acariciando el aire
III
José Antonio Iniesta
Luna Galáctica
Por más que se endurezca la piedra bajo mis pies no me reclamará más llagas, ni hará que crezca en mí el miedo a las heridas. Se endurecieron con el tiempo, de tanto recorrer las cimas de las montañas y las dunas de los desiertos.
No fue concedido el ánimo para palidecer al menor requiebro,
ni me fue entregado un cántaro de agua para desperdiciarla.
El saquito de las semillas de luz tiene paciencia
hasta que germinen en los fértiles terrenos de la memoria.
Porque vendrá el recuerdo un día, y borrará de un soplo, como viento huracanado, esa amnesia colectiva que arrancó los carteles de las entradas al paraíso. Y hasta el murmullo de las flores, cuando se abran, nos recordará el nombre que siempre hemos tenido, por el que siempre nos llamaron, día y noche, sin escuchar nada, cuando estábamos dormidos.
Viene el jilguero y pone luz de vida en sus ojos,
y el roble milenario,
de tan sabio como es,
guarda silencio.
El agua del río acaricia la umbría
y hasta el musgo,
tan suave,
invita a arrebujarse
entre sus brazos de seda inmaculadamente verde.
El viajero que se busca a sí mismo mira a su alrededor, y se reconoce en cada uno de los lugares que contempla, pues sabe que habita en el nido del ruiseñor y en el agua que se remansa entre los cañaverales. Y es piel misma en la corteza del sauce que ya dejó de llorar y algodón de azúcar en la nube misionera, que nunca más regresará, con la forma que ahora tiene, al lugar del que procede.
No sé quién puede ser incapaz de sentir
el deleite de ser uno con todo lo que fluye,
de mecerse en los instantes que van y vienen,
en un reloj del Cosmos sin esfera ni minutero.
No sé cómo puede haber ojos que no lloren de emoción
al ver que hasta el barro nos sigue el juego
para recoger la memoria de nuestro paso.
Y sin embargo, habrá silencios en muchos corazones,
olvidos capaces de quitarle la vida al sueño de las hadas,
al suspiro de los duendes en los trigales.
Quien puede acariciar una amapola sin destrozarla
sabe reconocer el aliento divino que la envuelve…
Fuente: Textos recopilados de las páginas web Luz de Ilunum y Sieteluces, además de los canales de youtube Luz de ilunum y Editorial Sieteluces, textos propios y/o recopilados por el escritor e investigador José Antonio Iniesta Villanueva.