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Cultura| 5 Nov 2009 – 11:04 pm
La muerte del último gran pensador viviente
Por: Ricardo Abdahllah
Conocido en el mundo entero como el padre de la antropología moderna, el académico francés Claude Lévi-Strauss iba a cumplir 101 años.
Claude Lévi-Strauss, quien vivía en un edificio discreto parisino, era de una timidez intimidante, un melómano, gran admirador de la ópera y un apasionado por la civilización japonesa.
Tal como ocurrió hace un año, varias de las revistas culturales de Francia preparaban para su edición de noviembre, que aparece para la segunda quincena del mes, artículos sobre quien era considerado el último gran pensador viviente. No faltaban razones para un nuevo homenaje, el hombre que cambió la manera como Occidente miraba al mundo, cumpliría 101 años el próximo 28 de noviembre. Como pasa con los jefes de Estado en espera de su sucesión, su muerte se mantuvo oculta por algunos días. Las razones, por supuesto, eran distintas: “Quería un funeral discreto en su casa de campo”, dijo su hijo al New York Times.
Lévi-Strauss había prácticamente desaparecido de la vida pública durante los últimos cinco años y apenas había dado un mensaje de agradecimiento en medio de la nube de homenajes con las que el mundo académico y cultural le celebró su centenario. Fue en ese momento cuando el museo del Quai Branly, del que Lévi-Strauss fue inspirador y curador honorario, le dedicó una exposición personal retrospectiva. La primera en la historia del establecimiento en la cual se presentaba una muestra de las piezas que el etnólogo ha aportado al museo, cerca de 1.500 elementos que incluían esculturas rituales, objetos de uso cotidiano y máscaras transformables. También fotografías. Lo que no deja de ser irónico para el hijo de un retratista que se había quebrado con la llegada de la tecnología que además terminó por ser la herramienta a partir de la cual Lévi-Strauss iba a desarrollar la antropología cultural como disciplina.
Por supuesto esto no lo sabía en 1935, cuando después de sus estudios en la Facultad de Derecho de París y La Sorbona y bajo la influencia de las teorías de Émile Durkheim sobre las sociedades primitivas, que el sociólogo francés consideraba las más puras, aceptó un puesto como profesor en la universidad de São Paulo.
Es en su tercer año en Brasil cuando Lévi-Strauss toma la decisión de cambiar sus vacaciones en Francia, adonde regresaban todos sus colegas, por un viaje al Mato Grosso. El trayecto inicial lo hace a bordo de su Ford 34, conoce el terreno, pues no es su primera expedición en la región, pero esta vez, cuando el camino se acaba, renta un carro de bueyes y continúa avanzando con una línea de telégrafo como referencia. Es así como logra ponerse en contacto con la comunidad Nambikwara. El encuentro entre el académico y la tribu marcaría su vida y el pensamiento occidental.
Las 200 imágenes que Lévi-Strauss tomó durante ese viaje siguen siendo una referencia en cuanto al uso de la fotografía como elemento de estudio y le sirvieron quince años después, cuando por sugerencia de sus editores, que querían que hiciera “algo” con sus recuerdos de Brasil, retomó el libro que había comenzado como novela en São Paulo y que había abandonado porque “al cabo de unas páginas me di cuenta de que escribía como un mal Conrad”.
De su novela frustrada, Lévi-Strauss sólo conservó el título, Tristes trópicos, “Odio los viajes y los exploradores” fue su famosa frase de obertura. Para entonces Lévi-Strauss estaba de nuevo en Francia. Había dejado el país en 1941, cuando apenas regresaba de Brasil y el régimen colaboracionista de Vichy se dedicó entre otras cosas a complicar la vida de los intelectuales de origen judío. Los encuentros que lo marcarían durante sus años en el exilio comenzaron en el barco que lo llevaba a Nueva York, entre cuyos pasajeros se encontraba un cierto André Breton, que también escapaba de la guerra. En el plano académico su contacto con la lingüística estructural y la escuela de la antropología cultural americana marcarían la estrategia de trabajo con la que, en 1949, terminaría Las estructuras elementales del parentesco.
Aunque menos conocida que Tristes trópicos y lejos de la monumentalidad de Mitologías, esta obra presentaba ya el método estructuralista, que sería uno de los grandes aportes de Lévi-Strauss a las ciencias humanas. Tal como De Saussure lo había hecho con el lenguaje, para Lévi-Strauss era posible abordar las sociedades como estructuras con reglas comunes. En su investigación particular, la gran regla era la prohibición universal del incesto, que obligaba al intercambio de mujeres entre familias. Ese “trueque”, manifestado de muchas maneras, constituía la base a partir de la cual se formaban las sociedades.
Su siguiente gran obra puramente científica (Tristes trópicos escapa a cualquier clasificación), se llamó El pensamiento salvaje y apareció en 1962. En ella Lévi-Strauss defendía el pensamiento de los pueblos primitivos como un sistema estructurado que a pesar de no funcionar como el pensamiento científico, aborda y resuelve problemas igualmente complejos. Su conclusión fue que no sólo los grandes avances de la humanidad se habían hecho bajo ese sistema “salvaje”, que había sido la regla general hasta los griegos, sino que éste seguía rigiendo varios aspectos humanos, empezando por el arte.
Así, el método estructuralista había producido tres obras maestras y a partir de él, o contra él, se construirían buena parte de las ciencias sociales de la segunda mitad del siglo XX. No habría habido Derrida, Foucault ni Lacan de no ser por Lévi-Strauss y ellos serían los primeros en admitirlo. La ecología en el sentido moderno debe mucho a los textos de Lévi-Strauss, que a la vez atribuye la idea de ecología a los aborígenes brasileños, y sin Tristes trópicos, el movimiento altermundialista habría perdido una de sus biblias.
Pero la gran obra de Lévi-Strauss apenas empieza a publicarse en 1964, cuando aparece Lo crudo y lo cocido, primer tomo de lo que sería Mitologías, un cuarteto al que algunos estudiosos añaden a manera de epílogo La alfarera celosa. En los cuatro (o cinco) libros, Lévi-Strauss aborda 816 mitos de culturas de Norte y Suramérica y usa las herramientas del estructuralismo para encontrar los puntos comunes. Tomando de nuevo prestado un término del estudio del lenguaje, esos motivos a partir de los que se construyen los mitos, serían según él como el léxico a partir del cual se construyen las frases en un idioma.
La tarea de establecer las reglas de la gramática y la sintaxis de esa lengua universal, en la que Lévi-Strauss avanzó enormemente, continua hoy en día. “El donquijotismo, creo yo, es en esencia un deseo obsesivo de volver a encontrar el pasado en el presente. Si por esas cosas de la vida alguien se molestara en entender quién fui yo como personaje, le ofrecería esa clave”, dijo Lévi-Strauss hablando de su trabajo.
“Tengo setenta y cinco años, lo que espero de la vida es vivir unos cuantos más y escribir un par de libros”, contestó en 1983 a una pregunta acerca del futuro.
Dos décadas y media y cinco libros después, Lévi-Strauss murió discretamente. Nunca quiso volver a Brasil por miedo a ver a los indígenas que había amado “vestidos como campesinos pobres y pidiendo limosna al lado de las autopistas”, según confesaba en una entrevista donde también, a pesar de maravillarse por la empresa, lamentaba que la última gran conquista del hombre fuera un lugar “tan vacío y tan triste como la Luna”.
Fuente: Textos recopilados de las páginas web Luz de Ilunum y Sieteluces, además de los canales de youtube Luz de ilunum y Editorial Sieteluces, textos propios y/o recopilados por el escritor e investigador José Antonio Iniesta Villanueva.