Regreso de un lugar remoto en mi consciencia
José Antonio Iniesta
Regreso de un lugar remoto en mi consciencia, del origen de todas las conciencias, de un mandala vistoso e increíble, nacido de sí mismo, perpetuado en su exacto orden y movimiento.
¿Qué suspiro podría describir, manifestar, descubrir, este viaje inmenso al que me he entregado?
Tres semanas me concede el tiempo después de la gloria para continuar experimentándome a mí mismo a cada instante en esta sucesión del prodigio que es la de renacer de nuevo…
¿De qué tiempo, espacio o dimensión provengo?, sino de aquella en la que un niño contempla, absorto, un mundo que pisa con sus pies de espíritu, tan lejos de su cuerpo.
Corto queda el mandala de una rosa, el ojo del huracán proveniente de la mar revuelta, el tornado que recorre a una velocidad de vértigo la arena de un desierto. Allá donde estuve, la espiral se torna infinita, convertida en puro cristal, en danza inconcebible de fractales cuyo movimiento es el puro vaivén de la divina dualidad, de la polaridad suprema, del flujo y reflujo que siempre persevera.
Geometría era la pura esencia de todos aquellos perfectos reinos, habitados por millones de seres a los que nunca podré concederles un nombre. Cada uno hereda ahora el sentido de un enigma propio, multiplicado hasta la saciedad en esta carencia de un diccionario auténtico que pueda describir el suceso, el movimiento por el arcano revestido de colores.
Sólo queda la verdad de la mirada de un niño, que se quedó hechizado contemplando los inmensos abismos a sus pies, las elevadas columnas de luz irisada, los frenéticos mundos que se iban generando. Yo estaba allí, aunque al mismo tiempo estaba sentado en una silla de madera, con una pequeña libreta en mi mano izquierda, que a cada instante se transformaba en puro nácar y proyectaba inmensos rayos de luz dorada.
Estaba Dios por todas partes, se constituía en el modelo geométrico del Universo. Nunca como entonces comprendí aquello del Arquitecto Supremo. Todo en Él, en la manifestación de su esencia secreta, está ordenado a través del trazo perfecto, del número sagrado perpetuándose a cada instante.
Allí estaban las espirales interminables, prolongándose hasta cielos lejanos, mientras yo, empequeñecido hasta lo inconcebible, comprendía que había llegado al reducto último del puro átomo, y aún más lejos, a esencias o fogonazos de luz en los que habitaban mundos enteros, viajando por el vasto universo a una velocidad de vértigo.
Caminaba, sin dejar de mirar hacia un lado y otro, por la creación expansiva, por la danza de todas las formas y colores, en el interior de una pura célula, de una molécula que se transformaba sin cesar, de un grano de polvo que sería tan grande como el mayor de los planetas del Sistema Solar.
Estaba encendido como una mecha ardiente, con la misma luz que me envolvía por todas partes, mientras la construcción de la materia tenía lugar a una velocidad enorme, con ese gigantesco mecano que unía pieza tras pieza, de vivísimos colores, para que la estructura de la vida tomara cuerpo.
Contemplé el abismo a mis pies, una y otra vez, sin poder evitar el vértigo de la inmensa altura, mientras el cielo se extendía a lo lejos con aquellos espesos líquidos que ascendían por conductos transparentes que jamás olvidará mi memoria.
Pequeñito como nunca lo fui, gigantesco como nunca podría haber llegado a imaginar, caminé entre los campos inmensos donde la geometría se expandía, por plantaciones inmensas que unidas todas, a buen seguro cabrían en la punta de un alfiler.
Era el puro microcosmos, tan vasto e inexplorado como el mayor de los continentes, donde los enormes valles alojaban a millones de almas con consciencia, puros fotones o fracciones ínfimas de fotones que daban cabida a ciudades más pobladas que las más grandes creadas por los humanos de la faz de la Tierra.
Nunca vi algo más complejo en su sencillez, nada más sencillo en su complejidad. Allá donde mirara, el mundo crecía con tal maestría que me sentía dentro del más fascinante de los calidoscopios.
No era el milagro de unos alcaloides, sino la maravilla inconfesable del espíritu vital que habita en el interior de una liana y de unas hojas de la profundidad de la selva brasileña. El viejo tesoro ancestral me había sido concedido para descubrir que el arquetípico Santo Grial, en su más pura esencia, corría ahora por mis venas, y yo por las venas del mundo jamás explorado por la mente racional, vetado para siempre a la mente llena de prejuicios y de miedos.
Sólo el espíritu libre era capaz de acercarse a aquel vacío inmenso, a las serpientes de luz que recorrían sin cesar el interminable sendero del flujo y reflujo, para mostrarme con un fogonazo, con la sencilla esencia de un instante eterno, la respuesta a mis más aventuradas preguntas sobre los seres de luz que instruyeron, en cada uno de los tiempos, a los seres humanos.
Desde la totalidad alcancé el corazón interior, que también era un juego de luces y colores, de formas perfectas, de ideogramas suspirados por la Esencia Primera, cuyo juego interminable era el de la geometría sagrada.
Era un lenguaje bello e interminable, tanto que mi sonrisa parecía eterna, como la del niño que descubre el paraíso en la sencillez de cualquier momento cotidiano. Todo estaba allí al alcance de la mano, el tiempo pasado, el presente y el futuro, porque todo respondía al Orden Absoluto.
¿Dónde estaba la entropía? ¿Dónde el miedo? ¿Dónde la lucha con los fantasmas interiores? Nada de eso hubo, nada aparte de lo que sólo puedo resumir con la palabra gozo.
Fue un paseo increíble…
Ahora comprendo verdaderamente el mensaje oculto de “Alicia en el País de las Maravillas”, y la secreta y helada estructura de un copo de nieve, y el movimiento perpetuo, Ollin Eterno, del giro de los cuatro vientos, y el origen y el misterio de los seres serpientes, y el interminable movimiento serpenteante del flujo y reflujo cuyo símbolo es el del infinito.
Después de todo esto, ¿qué puede pedir un ser humano?
Duermo en mí mismo, a lo largo de esta nueva travesía sorprendente de tres semanas, que nunca podré expresar con una voz humana.
¿Quién puede definir a Dios a través de ese vaivén contemplado de todas sus moléculas? ¿Quién puede recomponer a través de unas frases la danza más asombrosa que la luz ha tejido frente a mis pupilas?
¿Acaso no muere uno dentro de sí mismo cuando toda su vida se ha manifestado?
Alguien creerá que escribo poesía, pero alguien sabrá que escribo sobre lo que verdaderamente es el gran secreto de la vida.
Te honro, espíritu divino del daime, corazón palpitante de la floresta brasileña, ser de luz de la ayahuasca.
Qué inefable es el paso por la gloria…
Fuente: Textos recopilados de las páginas web Luz de Ilunum y Sieteluces, además de los canales de youtube Luz de ilunum y Editorial Sieteluces, textos propios y/o recopilados por el escritor e investigador José Antonio Iniesta Villanueva.