EN EL CORAZÓN DE LA CIVILIZACIÓN MAYA

En el corazón de la civilización maya



José Antonio Iniesta

México, del 26 de abril al 8 de mayo de 2002

La historia de nuestro mundo es la de los ciclos, la del eterno sucederse civilizaciones que surgen y desaparecen a lo largo de los siglos. Todo perece, desmigajado con el paso del tiempo, pero permanece el legado de la piedra, el recuerdo, las tradiciones que todavía perpetúan la magia de otros tiempos, que aletargada espera el momento de resucitar, de renacer, como el Ave Fénix lo hace de sus cenizas.

El viajero emprende vuelo buscando las raíces del conocimiento, y llega hasta tierras de México, Yucatán, para iniciar un recorrido por distintos estados mexicanos a lo largo del Mayab, la tierra de los mayas, una de las civilizaciones más importantes y sugerentes que han poblado la faz de la Tierra.

Apenas importa que la temperatura alcance los más de cuarenta grados, o que los pies descalzos se abrasen en la selva, con la fiereza de los guijarros, porque los hombres de conocimiento, los chamanes de distintas etnias que acompañan al viajero, nunca se cansan, nunca se quejan, nunca se lastiman…

El primer contacto con la magia es Dzibilchaltún, “lugar donde hay escritura en las piedras”, recorriendo siempre el sacbé sagrado (camino de la luz), blanco inmaculado como en el pasado, que fue hecho para que se viera de noche y a buen seguro hasta desde los cielos.

Poco a poco los sacerdotes solares, los ahaukines, se inician en los cuatro elementos de la naturaleza: fuego,  agua,  aire y  tierra. Es sin duda el símbolo de la cruz, que ya conocían los mayas mucho antes de que llegaran los españoles, pues era para ellos tan fundamental como el aire que respiraban. El cenote sagrado, con el agua que vivifica, sabe a pura gloria para un viajero que parece ascua encendida.

El camino conduce hasta Xcambó, donde tienen lugar las danzas solares, el aliento del fuego que cae del cielo, los pies encendidos que danzan sin cesar, todo ello preparativos siempre para proseguir y llegar a Ek Balam, donde un guerrero totonaco, Ikxiocelotl, danza imitando a la serpiente, el jaguar y el águila, mientras Xolotl, el guerrero mexica, despliega al viento su tocado de plumas de faisán y eleva su escudo con cabeza de águila y su bastón con forma de serpiente. En el paroxismo de la danza, los guerreros de las distintas culturas, hasta los viajeros que vienen de Europa, son más que nunca hermanos y están unidos por el sonido mágico de un tambor que resuena en la selva.

Hay tiempo para todo, para beber la bebida sagrada maya del balché, también para estar toda una noche sin dormir, velando los bastones sagrados del Ahau Can, la Serpiente Solar, que serán entregados a los maestros de sabiduría. Todo ello antes de participar en la ceremonia del Rayo Dorado, en Uxmal, junto a la pirámide del Adivino.

No puede el cansancio con el viajero. En Mayapán un relieve en piedra muestra la unión entre el águila y el cóndor y recuerda que allí se realizaba la conexión íntima con el Dios Padre, único en todas las culturas, el germen de Luz del que todo procede, aunque cada uno le ponga un nombre distinto. Para los mayas era Hunab Ku, el gran dador de la medida y del movimiento, pues para ellos todo era número, geometría, armonía y ciclo constante del Tiempo. Aquí, especialmente, realizaban sus incomprensibles viajes…

El camino da para eso y más, hasta para llegar a Xochen, “el ombligo del mundo maya”, donde se celebra el Día de la Cruz con agotadoras pero gloriosas danzas concheras. Al fondo del templo, uno de los muchos enigmas, la piedra negra caída del cielo y esculpida en forma de cruz, el inmenso meteorito o roca venida quién sabe de dónde, que según la tradición maya llega hasta el corazón de la Tierra.

Después hay que emprender el vuelo de la serpiente emplumada, y ascender por la pirámide de Kukulkán, en Chichén Itzá, la misma que en el equinoccio de primera deja ver la estela de una serpiente que desciende: un prodigioso efecto óptico que simboliza el regreso de Kukulkán-Quetzalcoatl. Disfrutan los ojos con “El Caracol”, el observatorio astronómico en el que los mayas se recreaban en la armonía de los astros, en su movimiento perpetuo, que nada tiene que ver con el artificio de una sociedad en la que un calendario gregoriano artificial nos disloca el armónico tiempo con meses que nunca tienen los mismos días. Qué lejos quedan los tiempos en que los hombres aprendían del sosegado movimiento de la naturaleza, del brillo de las estrellas, de la danza certera de los astros…

El viajero toma aliento y continúa, a un paso ya de Cobá, buscando líneas de energía, para recorrer un enésimo sacbé y ascender hasta la pirámide de Nohoch Mul. En lo más alto, al borde del abismo, abre sus brazos sintiendo que vuela como un águila, y un águila física realiza un giro en el aire, casi rozándole con su bello plumaje. Son los pequeños milagros que da la vida a estos viajes.

Los pies cada vez más animados al arte del trotamundos alcanzan  Tulum, junto al Caribe, ciudad bellísima, ahora invadida por las iguanas. El baño de aguas blancas es un respiro para el alma.

La selva lacandona del estado de Chiapas se llena de lujuria, del canto del mono aullador, el saraguato, para que el viajero aún se sobrecoja más al saber que está en Palenque, caminando entre sus muchas y bellísimas construcciones, para alcanzar el Templo de las Inscripciones y bajar hasta la tumba del rey Pacal Votan, uno de los monumentos más importantes de la historia de la humanidad. Entonces se queda sin aliento, el corazón se acelera, porque ha llegado a las entrañas de la civilización maya, a su más profundo misterio.

Pero no cesa el viaje interminable. Hay que llegar más adentro todavía, a tierras del jaguar, donde las serpientes sencillamente te pican y te matan sin remedio. Y no importa que los pies estén descalzos, porque así lo manda el rito para percibir las intensas energías de esos lugares sagrados. Aparece Bonampak entre la espesura de la selva, mientras una niña lacandona, vestida con su túnica blanca, le observa con detenimiento.

El que recorre los caminos sin nombre, en busca de uno nuevo, queda hechizado por el mágico color azul de las pinturas de las paredes, cuyo origen todavía es un enigma para los científicos, como prácticamente todo lo que tiene que ver con la esencia maya.

Qué poco se ha comprendido la sabiduría de este pueblo…, aunque las piedras hablarán, por los siglos de los siglos, de su verdadera grandeza…

Fuente: Textos recopilados de las páginas web Luz de Ilunum y Sieteluces, además de los canales de youtube Luz de ilunum y Editorial Sieteluces, textos propios y/o recopilados por el escritor e investigador José Antonio Iniesta Villanueva.