APOCALYPTO: UNA INFAMIA CONTRA EL PUEBLO MAYA

Apocalypto: una infamia contra el pueblo maya



José Antonio Iniesta

Cuando el 28 de octubre de 2005, en el estado de Veracruz, México, Mel Gibson dio una rueda de prensa para hablar sobre su próxima película, Apocalypto, que ahora se estrena en los cines de todo el mundo, le hicieron esta pregunta:

–Finalmente, ¿qué podemos esperar de la cinta cuando ésta se estrene?

–La principal idea es de que entren a un cuarto oscuro por una hora y media o dos y que al terminar razonen y reflexionen sobre sus orígenes, sobre muchas cosas de las cuales nos burlamos a veces y son valiosas para la identidad de un país, y claro, lo más importante es que “te diviertas”.

Pues bien, es una auténtica desvergüenza, y repito, desvergüenza, su respuesta, más todavía cuando sabía perfectamente cómo iba a ser la película, que no se corresponde con nada valioso para la “identidad de un país”, y menos todavía para México y para el pueblo maya, pues desgraciadamente en el “mundo maya” pretende estar basada esta película. Me sorprende además, aunque también me indigna, que alguien pueda animar a ver una película en la que “te diviertas” a costa de un baño de sangre, de la exaltación más inhumana de la lucha del hombre contra el hombre, todo ello envuelto en una auténtica sangría, propia del cine gore. Sólo con esta afirmación se pone de manifiesto la enfermiza mente de este personaje, absolutamente cuestionable por su mentalidad religiosa de corte fundamentalista, siempre polémica y agresiva, y por el controvertido mensaje que transmite en sus películas, que inducen a algo más que a confusión: a regodearse con la más pura violencia.

Realmente cuesta tener serenidad a la hora de escribir sobre esta película, cuando uno ha conocido y ama tantos aspectos del pueblo maya, tan lejanos a lo que el común de los mortales conoce, tan diferente a lo que las crónicas, sesgadas o manipuladas, nos han transmitido a lo largo de la historia, después de tanta vejación como esta gran civilización ha sufrido a lo largo de tantos siglos.

Después de caminar descalzo un día y otro por la selva, en compañía de sacerdotes mayas, contemplando sus ojos, escuchando sus oraciones, participando en sus ofrendas, me cuesta encajar en mi historia personal, en las energías que he percibido, en el legado que he recibido, en la sabiduría que he descubierto, tanta barbarie magnificada durante tanto tiempo, que ahora llega a un nivel de extraña orgía de sufrimiento, sangre, aberración y delirio grotesco en la película de Mel Gibson, que sin duda considero una infamia en contra del pueblo maya y toda una recreación de la psicopatología de este actor y director de cine, como fácilmente pueden descubrir los psicólogos de todo el planeta a poco que se lo propongan.

Lo último que me gustaría es colaborar en la difusión de esta película, aportar un mínimo grano de morbo a esta morbosidad sin límites. Todo lo contrario. Mi dignidad personal se corresponde con la defensa de lo que considero justo, y lo justo ahora es denunciar la falsedad y la infamia de esta película por una parte, y difundir lo que pocos se preocupan de dar a conocer sobre el pueblo maya.

Nadie me va a enseñar a estas alturas la realidad del concepto religioso del sacrificio humano en Mesoamérica, algo habitual, por cierto, en infinidad de pueblos de todo el mundo a lo largo de la historia, pero es obvia la manipulación y la mezquindad con la que este fenómeno se ha abordado en distintos medios, y especialmente en esta película. Nadie que esté en su sano juicio puede justificar tal acto, incluso llegando a comprender que no somos quiénes para interpretar adecuadamente los valores humanos que se desarrollaron en otras épocas, pero por el mismo motivo, desde un punto de vista antropológico, histórico y humano, es maquiavélico identificar a todo un pueblo con una práctica determinada, y más todavía el pueblo maya, pues habría mucho que hablar y escribir sobre la realidad primera y última de unas prácticas religiosas que sin duda no fueron como quieren hacernos creer.

Por otra parte, se esconden intencionadamente los inmensos logros que la civilización maya aportó a la humanidad, a su patrimonio universal, que ahora, abriendo los ojos y siendo objetivos, uno puede conocer tan sólo con viajar a los distintos países que en su momento dieron forma a lo que conocemos como el Mayab.

Es verdad que toda manifestación oscura tiene sentido al menos para activar otra de luz. En ese aspecto, la desinformación, la oscuridad de ocultar lo manifestado, me servirá para emprender mi propio y legítimo recurso de dignificación del pueblo maya, que desde mi punto de vista tanto se lo merece, como cualquier otro pueblo de la tierra que sea masacrado, como así lo ha sido el pueblo maya, de muchas y diversas formas.

La grandiosa civilización maya, que ahora se muestra como un conjunto de personas enloquecidas, sedientas de sangre, entre míseras pirámides, cuando ni estaban enloquecidas, ni era la sangre el propósito de su existencia, ni eran negruzcas sus pirámides, sino de bellos colores, sufrió la invasión de pueblos del norte, lo que sin duda fue parte de su declive, sometidos como fueron a otras formas de pensamiento, a otras creencias, entre ellas la masiva influencia de ciertas prácticas ahora atribuidas hasta la saciedad a los propios mayas.

Después tuvo que padecer la llegada de los españoles, algo que nada me enorgullece como español que soy, sino todo lo contrario. Vergüenza y lacra son las palabras que me vienen a la mente, por culpa de unas personas capaces de regalar prendas contaminadas para transmitir enfermedades a los nativos, que murieron por millares y millares. Si no tuvo bastante el pueblo maya con ver el hundimiento de un inmenso conjunto de ciudades-estado, que florecieron como ahora nos cuesta imaginar,  posteriormente, los nativos, los indios, los hijos de la Tierra, vieron cómo los distintos gobiernos de los países que se establecieron con ficticios límites en el territorio de los mayas los marginaban. Buena prueba de ello son las abundantes denuncias existentes desde ámbitos universitarios, que reclaman la atención y dignidad que los distintos grupos étnicos que componen lo que llamamos “los mayas” se merecen. Después vino el horrible holocausto, el genocidio del pueblo maya en Guatemala, con 200.000 víctimas, ocultas en esas tristes páginas de la historia de la humanidad. Y ahora viene la última oleada de humillación contra los mayas, Apocalypto, que con medias verdades, con una cuarta parte de verdad, con una décima parte de verdad, crea la urdimbre de una gran mentira.

No soy quién para contar el argumento de una película a quien no la ha visto, lo último que se debería hacer, por lo que no voy a desmenuzar detalle a detalle en qué medida esta película es una manipulación sutil, con las supuestas herramientas de una notable documentación y ambientación, de la realidad maya. Pero como muestra, valga el ejemplo de lo absurdo y vil que sería el hecho de que se representara a la sociedad española convirtiendo a cada uno de sus hombres y mujeres en inquisidores, o vestidos con trajes de luces de torero. Ni todos en la historia de España fueron inquisidores como Torquemada, ni todos somos toreros aunque la fiesta taurina sea tan típica de España. Es decir, que incluso han existido los detractores de los inquisidores, los que han muerto bajo la hoguera de los inquisidores, y los que en la época de los inquisidores mostraban inmensa luz, eran místicos y luchaban por la dignidad humana. Como ahora somos muchos los que a pesar de la importancia del toreo en España nos repugna en gran medida que un toro, o cualquier otro animal, muera torturado con el beneplácito de un público entregado a sus emociones, a un baño de sangre colectivo para disfrute de las bajas pasiones humanas.

Y me sirve este ejemplo para iniciar mi comentario sobre esta película, pues sin duda, lo que más me asombra es esa crueldad, no de los mayas, sino del director, a la hora de reflejar el júbilo, la locura, de tanta y tanta gente que contempla la horrible muerte de otra persona.

La película es más atroz y terrible de lo que incluso imaginé tan pronto como supe que Mel Gibson iba a hacer una película sobre los mayas. Conociendo su trayectoria, sabía con certeza que sería un nuevo baño de sangre.

¿Alguien se ha preguntado por qué estas películas que dirige fundamentalmente se resumen en la tortura, en el baño de sangre desmedido, que llega a escapar del propio sentido lógico de un guión, para convertirse en una ejecución pública que además de ser grotesca, exagerada, reúne a su alrededor un público excitado con la sangre, que proyecta sin cesar su odio?

¿Alguien se ha puesto a pensar por qué esta necesidad de que haya tanta sangre, sangre por bidones, que reclama un público dentro y fuera de la película?

Decididamente hubiera deseado no ver esta película, consciente de lo que me esperaba, pero debía hacerlo, pues cómo si no, hubiera podido tener una opinión sin hacerlo. Y a buen seguro que fue para mí muy doloroso ver cómo una oportunidad única para reflejar el mundo maya, incluso con sus luces y sus sombras, como cualquier otro pueblo, se perdía en este baño siniestro de sangre que escapa a mis sentidos.

Hace aproximadamente un mes que vi la película, mucho antes de que se estrenara en España, y he tenido que aguantar pacientemente para que todo el mundo que quisiera tuviera la oportunidad de verla, sin influir antes de tiempo, sin desvelar nada que alguien no haya tenido oportunidad de ver. Pero ahora ha llegado el momento de dar mi opinión, a la que tengo legítimo derecho.

El delirio de Mel Gibson, su psicopatología, que sin duda tiene su origen en algún suceso de su infancia, se refleja en la mirada de ciertos protagonistas de esta película, que insisten en entrar en el interior de su víctima, en sentir su miedo, su pánico, en regodearse con el sufrimiento humano, a un nivel que a mí me puso los pelos de punta. Pocas veces, si es que lo he observado alguna vez de esa forma, he visto tanto refinamiento en el sufrimiento humano a través de una mirada. Cualquiera que no sepa lo que son los mayas (lo que fueron en el pasado y lo que son el presente), pensaría que no hay nada más brutal que la mirada de un maya.

Y he aquí la trampa. Lo primero que aprendí del mundo maya es la importancia que le dan al hecho de mirar de frente, sin esquivar la mirada, sin cerrar los ojos, sin miedo, sin crear barreras, porque los ojos no pueden esconder lo que disfrazan las palabras, lo que encierran los guiones de una película, y todo ello mientras se pronuncia un… In Lak’ech… Yo soy otro tú…

Cuesta realmente conciliar lo que he sentido con los mayas, lo que he aprendido de ellos, tanta luz como me han transmitido, que continuamente comparto con los demás, en la defensa de la justicia, en la necesidad de hacer un mundo mejor entre todos, con eso que aparece en la película. Buena parte de la expresión de mi palabra, de mis textos de luz, tiene que ver con la enseñanza maya, con lo que aprendí de ellos, con lo que percibí en tantos y tantos lugares sagrados. No serían tan malos, tan perversos, tan horrendos, como nos los pinta Mel Gibson, cuando entre ellos encontré una fuente de sabiduría, un manantial de luz.

Sinceramente no veo ahí al pueblo maya. Veo a seres desfigurados, convertidos en una mezcla de vampiros y de zombis. Ni siquiera me imagino así al pueblo maya en el peor momento de su historia, cuando fue invadido por los toltecas, cuando una crisis medioambiental los puso en serios aprietos, cuando los sabios mayas, los que llamamos los mayas galácticos, decidieron abandonar sus ciudades, conscientes de la llega de los españoles.

Curiosamente, la llegada de los españoles reflejada en la película, casi como una foto fija, una foto muerta, es la clave para descifrar esta infamia, pues nos sitúa históricamente en el momento en que tiene lugar esa barbarie tal como se refleja. La pregunta es, ¿quién puede ser tan cínico como para identificar al pueblo maya con ese momento histórico?, cuando hacía siglos que las grandes ciudades mayas habían sido abandonadas, cuando apenas quedaba nada de la grandeza del pueblo maya, cuando todo era una mezcla racial, un pueblo maya-tolteca. Los españoles nunca llegaron a conocer a los sabios que hicieron posible tantos y tantos descubrimientos, y realmente las distintas tribus estaban sumidas en continuos enfrentamientos. Su territorio había sido conquistado mucho tiempo atrás por otros pueblos que especialmente llevaron consigo los sacrificios rituales masivos. Pero aún así, nadie pueda decir que éstos, los invasores, fueron bárbaros, pues es notable, más que notable, la sabiduría del pueblo tolteca, que curiosamente abominaba de los sacrificios rituales, como queda reflejado en las enseñanzas de Quetzalcoatl. ¿Quiénes estaban con la luz y quiénes con la oscuridad?

¿Quién y cómo se ha urdido tanta mentira? Y lo que es más importante… ¿Por qué?

Ya es tiempo de quitar vendas de los ojos, de hablar claramente, de rebelarse ante el imperio de la información manipulada, de los grandes medios de comunicación que no distinguen el trigo del centeno, de la masiva y agresiva herramienta de comercialización del planeta que utiliza como filón todo aquello que es capaz de generar millones y millones de dólares.

Para quien no lo sepa lo digo, que es curiosamente la sabiduría maya, especialmente a través de su calendario (los mayas tenían una veintena de calendarios que en gran medida conservan), con su energía y sus prácticas, una de las enseñanzas que más se ha extendido por todo el planeta en los últimos años, resonando en el corazón de personas que sienten que allí está, en el Mayab, lo que tanto tiempo han buscado: una gran fuente del conocimiento universal.

Miles y miles de personas, entre las que me incluyo, han descubierto un legado de inmenso conocimiento, de seres capaces de observar las estrellas, de transmitir sus descubrimientos a las generaciones futuras, de conocer el tiempo como nadie lo había hecho hasta el momento, de una forma científica y espiritual. Sí, rotundamente, demostrándolo allá donde sea, digo científica y espiritualmente.

En los últimos años, infinidad de personas de todo el planeta han descubierto que aquello que nos transmitían los historiadores sobre los mayas, o no era cierto del todo o en gran medida era completamente manipulado, y sin embargo, surgían a cada momento motivos para pensar que esta civilización alcanzó unos niveles de percepción que ni siquiera son imaginables en estos momentos, incluso con los más desarrollados equipos tecnológicos.

En mi viaje a México, iniciado en el sacerdocio solar maya, descubrí un legado que había sido guardado con celo para que el día de mañana pudiera ser descubierto, que se había reflejado en estelas, en los templos y más cerca todavía, en la memoria celular de los descendientes mayas, de los sacerdotes de los distintos linajes, que nos darán muchas sorpresas en el futuro, como ya las están dando en el presente.

Nunca tuve, ni la tengo ahora, una visión de los mayas como pueblo bárbaro. ¿Tendría que identificarse la grandeza de las tradiciones y del refinamiento cultural de los vascos con una pandilla de descerebrados capaces de arrasar sin sentido cuanto encuentran a su paso, incluso la vida humana? ¿Hay que llamar terrorista al Islam o a los árabes sólo porque existan fundamentalistas islámicos que quieran acabar con miles de seres humanos? Pues lo mismo habría que decir del pueblo maya, que se desarrolló no sólo entre distintos estilos de vida, de diversas formas de entender la realidad, en la lucha por el poder y la supervivencia, como cualquier otra civilización, y a lo largo de muchos siglos. ¿Cómo habrá que juzgar al pueblo judío, por ser víctima de los nazis en el pasado, o por ser ejecutores despiadados de la causa palestina en el presente? El pueblo de Israel no es sólo un conjunto de personas, una minoría, responsable de pulsar un botón que acaba con la vida de una persona, con un misil asesino que entra por una ventana sin previo juicio. El pueblo de Israel es plural y está compuesto por seres humanos de toda clase y condición. ¿Es la Alemania actual responsable de los crímenes de Hitler, merecía la Alemania de antes de Hitler ser gobernada por un loco que la llevó a la ruina?

Pues qué triste descripción de la grandeza de una civilización como la maya en tan sólo dos o tres días utilizados por el sangriento Mel Gibson para mostrar a un pueblo enfurecido, loco, hambriento, que recoge trozos de carne por el suelo, perdida la mirada en el acto de regodearse en el sufrimiento humano, en la carnicería, en la más insoportable barbarie.

No he visto en la película alusión alguna al cero, la base del código binario, siglos antes de que fuera conocido en la India, y por lo tanto mucho antes de que llegara este conocimiento a Occidente. No aparece por ninguna parte la maestría de su código vigesimal, lo que nos mueve al asombro más absoluto por la capacidad que tenían a la hora de hacer complejísimos cálculos matemáticos. Porque en la película no hay astrónomos por ninguna parte, ni nadie que mire los cielos con grandeza de ánimo. Sólo hay una visión del cielo para experimentar el terror por un fenómeno que era para ellos más que estudiado, el de los eclipses. En esta película hasta los sacerdotes se asombran de tal fenómeno, cuando es más que conocido que los conocían con mucha antelación, tanto los que eran visibles desde el Mayab como los que nunca pudieron ver con sus ojos. El servicio de documentación da verdadera pena…

Sus observaciones astronómicas, sin contar con telescopios ni poderosos ordenadores, eran realmente asombrosas. Conocían con toda precisión los ciclos del sol, de la luna, de los planetas, así como determinadas conjunciones planetarias. Pero eso poco les ha importado a los guionistas, más empeñados en mostrar una selva destrozada por el avance depredador de todo un pueblo maquillado, bien maquillado, en la película, como si vivieran en las cavernas, que parecen más caníbales que seres humanos.

Allí no se ve nada del refinamiento de su escultura, ni siquiera la sabiduría del Cosmos reflejada en sus pirámides, porque aparecen sucias y negras, negras y sucias, como esqueletos terribles surgiendo de un lugar polvoriento, de un antro mezquino, poblado por rostros espectrales de auténtica película de terror. Las escalinatas de las pirámides, que reflejaban ciclos astronómicos, el conocimiento del Cosmos, son aquí recurso, una y otra vez, para que rueden las cabezas de las víctimas de una extraña inmolación, exagerada hasta el límite, de lo que sin duda nunca fue así de monstruoso ni por asomo.

Incluso, en un momento determinado, para horror del espectador, se cuela una escena que hasta huele, pues produce esa extraña sensación de estar percibiendo el hedor de los cadáveres, de un lugar que desde luego tendrá el aspecto de un campo de concentración de la Segunda Guerra Mundial, pero no el de una ciudad maya.

Esos bárbaros que Mel Gibson quiere mostrar en la película tenían tal deseo de conocer los misterios del Universo, de compartirlos y legarlos a las generaciones futuras, que organizaban lo que ahora llamaríamos congresos, a los que asistían representantes de distintos lugares del Mayab. A veces, eran más amplios incluso, y los mayas se reunían con representantes de otras culturas muy diferentes.

No se ven esos congresos entre tanta carnicería humana, como no se ven las tablas de lunaciones, los ejercicios que podríamos identificar con el yoga, para encontrar el equilibrio del cuerpo, de la mente y del espíritu, porque los espectros surgidos de la mente de Mel Gibson tienen cara de demonio, no encuentran su alma, pues parece que ni la tuvieran.

Realmente me causó dolor ver que este contradictorio personaje con ansia de polémica y de lluvia de dólares ha pasado por encima de los cadáveres de tantos seres que durante siglos y siglos descubrieron el movimiento en espiral de la galaxia, que viajaron a través del Kuxam Suum, “el cordón dorado de luz que comunica”, para descifrar los enigmas del Universo.

Ahora, después de tanto y tanto esfuerzo, algunas personas saben que tenían un conocimiento sorprendente de la dinámica del Tiempo, que iba más allá incluso de los cálculos matemáticos, pues era un concepto espiritual, de los distintos ciclos en los que la humanidad se desarrolla, siempre hacia un nivel más elevado de conciencia.

La mirada de los mayas, perdida en el infinito, en sus auténticos viajes con el cuerpo de luz, la ha transformado Mel Gibson, psicópata del cine mundial, en delirio y posesión diabólica. Es el mismo mensaje de los conquistadores españoles, de los religiosos de la cristiandad, que pensaban que los mayas eran salvajes, que no tenían alma, que eran ignorantes, por lo que no habían podido construir lo que ahora tanto nos emociona: sus grandes construcciones. Por lo tanto, éstas no podían ser más que fruto del demonio, del ser más horrendo sobre la faz de la Tierra y del infierno.

Es el mismo lenguaje, el mismo mensaje racista de siempre, el de los bárbaros que gracias a Dios (el de Mel Gibson, no el Dios de la Luz, para quien todos sus hijos son exactamente iguales) tienen que ser sometidos, barridos de la faz de la Tierra, para honor y gloria de las clases superiores, de los vencedores.

Qué asco, qué puro asco, tanto agravio contra los indígenas, en una y otra parte, desde las cátedras de las universidades en el pasado, en las crónicas de tanto religioso fanático que venido de España fue a conquistar las Américas, sin saber que antes de Colón, infinidad de pueblos de todas las razas, habían pisado y poblado el continente americano, que después de Colón sólo llegaron los turistas…

Qué vergüenza ajena, que el dinero lo pueda todo, o casi todo, y que exista tanta necesidad de exaltar la sangre, el sacrificio humano, la lucha del hombre contra el hombre, convirtiéndolo en un vil producto de consumo.

¿Qué pensarán cuando vean esta película los que nunca lloraron de emoción viendo una ofrenda de flores a la Madre Tierra en Palenque, los que no supieron de la energía angélica que existe en la pirámide de Kukulkán, en Chichén Itzá, los que no se han reflejado en los ojos de un maya y han reconocido el vínculo de unión entre dos almas hermanas, los que no pueden ni llegar a imaginar la grandeza del sendero de luz en espiral que te lleva al último rincón del Universo, a cada una de las trece dimensiones en las que creían los mayas?

¿Se quedarán sólo con el corazón sacado de cuajo, con esa mirada perversa, con esos miles de muertos en vida fruto del maquillaje de la más grande industria de las ilusiones, del engaño, del espejismo, de la tecnocracia, del poder que nos ha arrebatado el verdadero conocimiento al que accedieron los mayas, con sus códigos sagrados, con sus frecuencias cósmicas, 13 y 20?

Aun con dolor, pero con serenidad, y con mucha esperanza, porque la verdad nos hará libres, más tarde o más temprano, queda tinta y tiempo (hay más tiempo que vida) para continuar mostrando lo que realmente fue y es el pueblo maya, lo que la tradición solar ha perpetuado y ahora revela, a pesar de un millón de Mel Gibson y toda una industria de miles y miles de millones de dólares, que sólo es eso: dinero, puñetero dinero. Por el contrario, los sueños no se compran ni se venden, son el tejido luminoso con el que construiremos el futuro…

Fuente: Textos recopilados de las páginas web Luz de Ilunum y Sieteluces, además de los canales de youtube Luz de ilunum y Editorial Sieteluces, textos propios y/o recopilados por el escritor e investigador José Antonio Iniesta Villanueva.