Mochilas al viento
Alfredo Molano Bravo
PRIMERO LOS PERSIGUEN Y ACORRALAN, después los asesinan. Pasan los años y con el peso de la culpa en las costillas, les erigen estatuas y monumentos a indígenas, negros y colonos.
En Florencia hay un monumento a los colonos, carne de ganaderos; en Ciénaga, uno a los negros, masacrados por orden de la United Fruit Co., y en Neiva, uno a la Gaitana, bello, por lo demás. El 18 de abril de 2004 fueron asesinados en Portete, por Jorge 40, 12 indígenas wayuu, y desaparecidos 30. Sólo se encontraron cuatro cuerpos destrozados por motosierras. Se demoraron cinco años no para hacerles una estatua, sino para robarles una de sus joyas culturales: la mochila.
Como se volvió elegantísimo que las señoras bien vayan a los cocteles con mochilas compradas en galerías que Salvan el Arte, los gringos le pusieron el ojo a esa original y vistosa prenda. Varias entidades llamadas filantrópicas –United For Colombia, Genesis Foundation, Key for Colombia, Fórmula Sonrisas y Give to Colombia— han dado en organizar una noche de gala en Miami bautizada “BeLive”, que “cuenta con el patrocinio de muchas empresas y la participación de grandes personalidades colombianas y del mundo”. La justificación: recolectar fondos para hacer proyectos educativos y de salud, que no serán cosa distinta a una especie de Caballo de Troya de donde saldrán drogas patentadas, cremas de marca y revistas de modas. Una avanzada de la cultura consumista.
Las mochilas wayuu serán las invitadas especiales para ser rematadas en pública subasta. Pero no serán –cosa obvia– las tejidas por las mujeres de la etnia, sino las diseñadas por Óscar de la Renta, Calvin Klein, Missoni, Amelia Toro y Silvia Tcherassi. Los dibujos originales que representan sus caminos, sus clanes, sus muertos, la vulva de la vaca, los intestinos del burro, el hígado de la tortuga, serán reemplazados por cuadritos, rayitas, bolitas, adornitos brillantes y, por supuesto, llevarán estampada la firma del autor. Adiós al tejido hecho con fibras de maguey y algodón, a los remates que parecen mandalas, a las gasas con que se guindan, a su peculiar olor a desierto, cabro y trupillo. Un robo cultural, simple y llano. Como tantos otros.
Como el que alguna empresa pirata de modelaje hizo de una airosa niña de los Nukak Makú –un pueblo nómade que ha sobrevivido comiendo en el basurero de San José del Guaviare– para pasearla por las pasarelas junto a esas muñecas de la mafia tan actuales. O como el sombrero vueltiao, tejido originalmente por los indígenas zenú de San Andrés de Sotavento –masacrados por Rodrigo Mercado, alias Cadena– que Uribe convirtió en símbolo nacional junto con los aguadeños y el poncho arriero que le sirven para disfrazarse en los consejos comunales. Se han hecho ricos los hijos del Ejecutivo vendiendo las manillas de cañaflecha elaboradas en Tuchín, Córdoba, por Don Medardo, también indígena zenú. Abusos como la copia mamarrachuda y clasista que hacen las cadenas hoteleras y los concesionarios de parques nacionales de las mantas arahuacas, los pareos emberas o las ruanas guambianas.
Coda: Ophra Winfrey es una de las más prestigiosas presentadoras de televisión gringas. Alguna vez invitó a su programa al no menos famoso Tommy Hilfiger y le preguntó si era cierto que él había dicho: “Si yo hubiera sabido que afro-americanos, hispanos, judíos y asiáticos comprarían mi ropa, no la hubiese hecho tan bonita. Yo desearía que esta clase de gente NO comprara mi ropa, ya que es hecha para una clase superior de gente blanca”. El diseñador respondió con un seco SÍ. Ophra lo echó del estudio. La ley del embudo.
Fuente: Textos recopilados de las páginas web Luz de Ilunum y Sieteluces, además de los canales de youtube Luz de ilunum y Editorial Sieteluces, textos propios y/o recopilados por el escritor e investigador José Antonio Iniesta Villanueva.