Francisco Gil y la pomada para curar a los leprosos
José Antonio Iniesta
Francisco Gil en su casa. Foto: José Antonio Iniesta.
En un mágico día de los Reyes Magos del año 1934, poco antes de que se viera inmerso en toda la crudeza de la Guerra Civil española, nació el curandero Francisco Gil Moreno. Lo hizo en el malagueño municipio de Cortes de la Frontera, aunque quiso el destino, y los crueles desenlaces de la contienda, que alejado de su origen, cuna y familia, fuera a dar, con los años, en la ciudad de Hellín, Albacete.
Cualquiera que desee encontrarlo puede hacerlo con facilidad. Basta recorrer con paso relajado las inmediaciones del Rabal y el Callejón del Cautivo, donde vive, siempre atento al quehacer de la gente, observando sin cesar sus formas de comportarse, imaginando, sin duda, la forma en la que podría prestar a cada uno de ellos sus servicios como curandero.
Su personalidad se corresponde con la de aquel que se hace a sí mismo, intrépido aventurero de la vida que no ha despreciado ningún trabajo con tal de “ganarse las habichuelas” cada uno de los días en que sale el sol. Vale la pena acercarse a esta instintiva lucha por vivir. Fue limpiabotas y entregado a la dura carga y descarga en el Madrid de Legazpi, donde en cierta ocasión quisieron hacerle una triste gracia con el filo de la navaja, de lo que tan sólo le libró las agallas que puso al enfrentarse a sus agresores. Ha realizado oficios tan dispares como el de pastor, obrero de la construcción, trabajador de hostelería y empleado en una serrería. Por si todo esto no fuera bastante, ha hecho cordeles de fibra de esparto con “la rueda” y hasta se las ingeniaba para hacer rifas en los bares.
Entusiasta del fútbol, tuvo que retirarse de este deporte por problemas de salud, y aunque tuvo bar y casa de comidas en la capital de España, afrontó el peligro saltando a los corrales para conseguir su gran ilusión, la de ser torero, lo que tampoco le fue posible ante la rotunda negativa de su madre.
Pero si duro era el trabajo en Legazpi o el de maletilla trotamundos, el susto más grande de su vida se lo llevó cuando vendía caramelos en la estación de trenes de Hellín. Atrevido como siempre fue, no dudaba un instante en engancharse al vagón cuando todavía estaba en marcha y subirse arriba para venderle los típicos caramelos hellineros a los viajeros, todo ello para aprovechar su parada en la estación lo máximo posible.
Fue en una de estas ocasiones cuando un imprevisto golpe de viento lo arrojó bajo las ruedas del tren, que le golpeó con fiereza. El que ahora esté vivo lo interpreta como un milagro. Sólo sabe que una bocanada de viento se lo tragó, arrastrándolo hasta la vía, y que apenas si tuvo tiempo de ver cómo las ruedas se le echaban encima. No sabe lo que pasó, acabó ensangrentado, contusionado, pero vivo, aunque no se explica cómo pudo escapar de aquello que sin duda parecía una muerte segura.
Lo que más recuerdo de aquel primer momento en que lo conocí es su visceral necesidad de practicar la imposición de manos, pues como le ocurre a la práctica totalidad del clan de los curanderos, algo en su interior les empuja a hacerlo, y más si cabe Francisco Gil, que siente una energía tan fuerte recorrer todo su cuerpo que no consigue encontrar el equilibrio adecuado cuando no la desprende.
Con los años, durante interminables conversaciones, ha compartido conmigo numerosas experiencias, como aquella vez que se encontraba en un bar de Estepona, tomándose un quinto de cerveza, y no se le ocurrió otra cosa que mirar la escayola que tenía en el brazo la persona que estaba a su lado. Recuerda que en aquella época, cuando esta fuerza parecía surgir de él sin control alguno, le ocurrían toda clase de sucesos extraños. En esta ocasión la escayola empezó a resquebrajarse de una forma tan alarmante que la persona que tenía el brazo lesionado salió huyendo como alma que lleva el diablo. Y buen susto debió llevarse el hombre, pues coincidiendo de nuevo en otro bar con el curandero, nada más verlo hizo ademán de salir corriendo, con el puro espanto reflejado en su rostro.
Aquellos años en los que no terminaba de saber qué le estaba ocurriendo los recuerda con dolor y tristeza, vividos con mucha angustia, sometido como estaba a la incertidumbre de una fuerza que no era capaz de dominar y que le provocaba tal sufrimiento que algunos llegaron a pensar que se estaba volviendo loco.
Me confesó que en semejante situación “cogía los coches y los levantaba a pulso de lo desesperado que estaba”.
Así pasó mucho tiempo de terribles dudas e insomnio, hasta que un curandero de Jumilla, Luis Jiménez, le explicó que tenía gracia, y especialmente en la mano derecha, de la que pasaba a la izquierda.
A lo largo de los años, investigando el curanderismo y la vinculación que se establece entre un curandero o un sensitivo y los espíritus, he tenido la oportunidad de comprobar la asombrosa aparición de la vecina localidad murciana de Jumilla como cabecera e iniciación espiritual de municipios como Hellín. Así he comprobado hasta la saciedad el surgimiento de curanderos a raíz del encuentro con otro, que era a su vez jumillano. De la misma forma, casi siempre que he podido recoger información acerca de los contactos que individual o colectivamente se mantenían entre sensitivos, curanderos o espiritistas (todos ellos tienen en mayor o menor medida vínculos por contacto o colaboración con entidades desencarnadas), me aparecía Jumilla como el centro iniciático donde los hellineros aprendían de personas avezadas en distintas prácticas.
Un vidente de esta misma localidad, apodado “El Mergo”, también pareció descubrir sus facultades, pues nada más encontrarse con él se puso malísimo y empezó a vomitar.
–María –dijo éste al verle–, saca la palangana que me pongo malo, que me entran ganas de devolver.
Y el sensitivo, diciendo que Francisco Gil estaba loco, se quedó tan tranquilo, y ni por ésas le explicó el motivo por el que se había puesto en semejante estado en su presencia.
Según Luis Jiménez, su problema era que ya debería haber estado diecisiete o dieciocho años curando. Le recomendó que practicara con su familia, y así se le pasarían los problemas que tenía. Sin duda aludía a ese exceso de energía que ante la imposibilidad de canalizarla hacia el exterior, con sus pacientes, le estaba produciendo serios daños a él mismo.
Otro personaje singular, de tantos que se ha encontrado a lo largo de su vida, fue una vidente de Elda que pasó por su casa. Cuando se enteró de que la hija de Francisco Gil llevaba tres años sin tener un hijo, aunque no existiera motivo alguno para no tenerlo, le dijo que lo único que tenía que hacer para conseguir descendencia era que su padre le preparara una garrafa de agua. ¿Cómo conocía las facultades curativas del padre, si no se habían hecho públicas? Fuera como fuera, él lo hizo, imponiéndole al agua las manos. A los pocos días se había quedado embarazada.
Me explicaba en una de estas conversaciones que cuando hace la imposición de manos recibe la dolencia o el malestar del paciente, como les suele ocurrir a todos, y que por lo tanto termina sintiendo lo mismo que el enfermo, pero nada es tan insufrible como no poder descargar la energía sanadora de su cuerpo: “Esto es como una batería, si no curo me pongo mal”. También afirma que no puede curar a aquellas personas que están tomando medicamentos, porque lo suyo es más fuerte que las medicinas.
Asegura que es capaz de curar prácticamente todas la enfermedades; artrosis, alergias, alteraciones nerviosas, dolencias de estómago y piernas, cervicales, bocio y un largo etcétera. Aunque reconoce que no puede con tres enfermedades: el desgaste de huesos, su rotura y el cáncer maligno. Para confirmar la efectividad de sus curaciones me muestra un gran número de cartas enviadas por personas que se han sentido aliviadas de sus padecimientos. En esta correspondencia que a Francisco Gil le llena de satisfacción hay toda clase de agradecimientos llegados de distintos lugares de España.
Es interesante leer estas notas de sencillo agradecimiento, pues como él ha comentado en numerosas ocasiones, lo más sorprendente para el que cura, aunque no desee más satisfacción que la de hacer bien a los demás, es que muchas veces, cuando el enfermo encuentra mejoría, ya ni acude, y en muchísimas ocasiones no recibe ni la más mínima ayuda ni un simple agradecimiento. Ver para creer…
Marco A. Ortega reconoce la mejoría que ha encontrado con su alergia. Luis Pérez manifiesta haberse curado de un herpes en tres sesiones, por lo que tan sólo le duró seis días. Juan Fernández también encontró solución a su doloroso herpes, pues según dice textualmente en su nota: “llegué a sufrir lo imposible”. Leyendo una tras otra nos encontramos con la de alguien que afirma haber solucionado su problema de caída de cabello. Joaquín Olmos la escribe para dar muestras de que le ha desaparecido la artrosis y el lumbago que padecía. Y así muchos más, como José Sánchez, quien alaba “este producto que tan buenos resultados le ha dado a su mujer que tenía “mucha dolencia” en las piernas y problemas de circulación”.
Pero si hay algo peculiar y llamativo en su actitud hacia la curación es su método de curar las enfermedades de la piel. Como él mismo dice, después de darle vueltas a la cabeza y utilizando remedios naturales del campo, elaboró una pomada con la que afirma que incluso puede curar la lepra. “La hice imaginándome cosas, pasando muy malas noches”. En su opinión, esta pomada, cuya fórmula la guarda con absoluto celo, es de lo más efectiva. Se llama “Flor del alba al amanecer” y al menos se puede decir que tiene tres ingredientes, dos de ellos alimentos comestibles y el tercero una sustancia que procede de un árbol.
No tiene ningún interés económico, pues su ilusión sería que se conociera y así pudiera ayudar a numerosas personas que tienen problemas de la piel. Con ella –detalla el curandero– se puede tratar el acné, los eccemas, las manchas del rostro, las “pupas feas”, embellecer la piel y especialmente aliviar los problemas generados por la lepra.
Nos consta que ha hecho todo lo imposible para que ciertos laboratorios comprueben su efectividad y para que se experimente con este producto desinteresadamente en leproserías, pero lo único que ha obtenido es un total desinterés. También inició las gestiones para patentar la fórmula, cuya documentación obra en nuestros archivos, pero tuvo que detener el proceso por los problemas que encontró al intentar llevarlo a cabo.
Otro de los recursos surgidos de su deambular nocturno es un líquido para friegas e incluso para ingerir en pequeñas cantidades, que se llama “Flor de la Alegría”, compuesto por seis hierbas o plantas medicinales. En este caso el líquido sirve para las alergias, dolores musculares, asma, fatiga, afonía, circulación de la sangre, dolencias varias e incluso para despejar la mente.
Según él, el origen de esta gracia se la debe a Dios y a su madre. He descubierto a través de sus palabras ese origen común a todos los curanderos. La curación se hace imponiendo las manos. Automáticamente sabe dónde tiene la dolencia el paciente y al ponerlas sobre ese lugar siente como si le ardieran. Por su experiencia, los niños son más fáciles de curar porque “el tacto penetra antes”. De sus palabras se desprende que la curación se produce por una especie de energía que emana de las manos y que como tal atraviesa con más facilidad las pieles más finas. Según Francisco Gil, los niños reciben tan fácilmente la energía curativa que automáticamente se quedan durmiendo, efecto también conocido, especialmente con los niños muy pequeños con padecimiento del mal de ojo. Es interesante observar que los curanderos, más que eliminar la enfermedad, lo que hacen es llevársela consigo. Se trataría de recoger la energía que afecta negativamente al enfermo y luego desprenderla. Este “efecto batería” adquiere en la curación todo su sentido.
Entre su documentación se muestra el acuse de recibo de una carta que escribió a Azucena Hernández, quien apareció en el programa de Televisión Española “En familia” reafirmándose en su deseo de morir. Francisco se ofreció a curarla, tan sólo le pedía que le llamara por teléfono para darle una oportunidad.
Pero sí tuvo la ocasión de tratar personalmente al desaparecido cantante Antonio Molina, con el que estuvo en Madrid tres años antes de que muriera. Supo de sus problemas y se ofreció a ayudarle a través de un representante que traía artistas al Hogar del Pensionista. Cuando se encontró con el cantante estaba postrado y necesitado de tres mecanismos distintos para recibir oxígeno, uno por la mañana, otro por la tarde y otro por la noche. Francisco Gil recuerda con alegría y no disimulada satisfacción que al tercer día el enfermo dejó de ponerse la máscara de oxígeno. Pero al cuarto día, al recibir Antonio Molina una llamada de una de sus hijas, que iba a venir a verle, Francisco Gil tuvo que desalojar la habitación y regresar a Hellín.
Pero sin duda el popular cantante quedó contento con el tratamiento, pues le transmitió su deseo de que cuando fuera a Ibiza le llamaría para continuar con el tratamiento. Antonio Molina cumplió su palabra y le llamó, pero el curandero estaba de viaje y nunca pudo recoger la llamada, de la que supo mucho tiempo después a través de Toni Fernández, popular fotógrafo hellinero de la Jet Set.
A raíz de este encuentro con el cantante fue cuando Francisco Gil se preguntó cómo podría ayudar a otras personas que tuviera problemas del pecho, por lo que surgió “La flor de la alegría”.
De su recetario popular de curandero rural, Francisco Gil habla de la forma en que es capaz de curar los ojos enfermos por culpa del “azúcar”, pero siempre y cuando no hayan sido intervenidos con el bisturí. Ha elaborado otro producto que se aplica en los ojos e incluso se puede beber, todo ello acompañado de la imposición de manos. En su elaboración también interviene una planta medicinal.
Cuenta con orgullo el caso de un hombre que padecía de esta molesta “niebla” en los ojos. Cuando acudió a verle apenas si veía nada. Al terminar la sesión, el enfermo compró dos décimos de lotería y se sorprendió al ver los números, lo que era incapaz de hacer antes del tratamiento, hasta el extremo de que tenía que verlos con una lupa que muy oportuno él llevaba consigo en el bolsillo.
Y entre friega y friega, con el olor del alcohol de romero en sus manos, ve pasar por su camilla a toda clase de gente, desde los más humildes hasta personajes de alto relieve, que él, consciente de la prudencia que ha de tener, no caerá en la tentación de hacer públicos sus nombres. Aunque sabemos, sin que él lo tenga que decir, que un relevante miembro del Partido Popular de la provincia pasó por su consulta y obtuvo, según expresó con sus propias palabras, magníficos resultados en la piel de su rostro con el mejunje de los tres ingredientes de “Flor del Alba al amanecer”.
Lo último que ha elaborado Francisco Gil es un producto con el que trata a sus pacientes, llamado “Flor de esencia natural”, especialmente afectados por el reuma y la ciática.
El agua que bendice, según él, es buena para luchar contra la depresión, la caída del cabello, el temblor de manos y para aliviar, en lo posible, los efectos del parkinson, esto último también con el apoyo de la imposición de manos.
Como todos los curanderos, tiene su pequeño rincón con motivos religiosos de toda clase. Nunca le falta un recuerdo para su madre y un instante para abrir la puerta y tender su mano a todo aquel que lo necesite.
En estos tiempos en que tantas polémicas surgen por las estafas de aquellos que usurpan la identidad de los tradicionales curanderos que lo único que desean es prestar un servicio a su comunidad, hay que decir que Francisco Gil no cobra un céntimo. Incluso, en muchas ocasiones ayuda a las personas enfermas que acuden a él, ya que además carecen de recursos para vivir dignamente.
Su imagen queda para siempre vinculada a la gran escalinata junto al quiosco de “El Rabal” o al ajetreo del Mercado, donde ve pasar la vida sin dejar de pensar, dándole vueltas a la cabeza, en la mejor manera de curar a su prójimo…
Fuente: Textos recopilados de las páginas web Luz de Ilunum y Sieteluces, además de los canales de youtube Luz de ilunum y Editorial Sieteluces, textos propios y/o recopilados por el escritor e investigador José Antonio Iniesta Villanueva.