ENSEÑANZA DE LA VIRGEN MARÍA, LA TERNURA DIVINA. DEL LIBRO DE LA VIDA VERDADERA (12 TOMOS)

ENSEÑANZA DE LA VIRGEN MARIA, LA TERNURA DIVINA



Del Libro de la Vida Verdadera (12 tomos)

He aquí a la sierva del Señor entre sus hijos, manifestándoles una vez más mi amor y mi ternura, trayendo a vosotros el recuerdo de mi Hijo muy amado, su memoria y su nombre. Yo os saludo en el nombre del Espíritu Santo. Bienvenido seáis ¡oh pueblo amante de la verdad! que tenéis sed de espiritualidad, en el nombre de mi Hijo que me inspiró en la cruz vuestra guía y protección. Noche de recuerdo es ésta, en que acompañáis con vuestro corazón a María de Jericó, la madre solitaria en aquel día de dolor.

María, que sufre en el presente, tanto como en aquel Segundo Tiempo, (Segundo Testamento) por el desvío y desconsuelo de los hombres, piensa en todos vosotros. Y la naturaleza, también sensible al dolor divino, manifiesta su pena. El sol se ha puesto triste esta tarde como todas las tardes de recordación. La Tierra está triste como el alma de todos los hombres y vosotros vivís en estos momentos la pasión del Redentor. Jesús era humilde, Jesús era todo amor, ternura y misericordia; tenía su corazón, su mirada y sus manos suaves, él era como un lirio. Su voz era dulce y bondadosa a los que le oían y su palabra iluminaba como una estrella a los que lo rodeaban. Hablaba de cosas bellas, santas y buenas a los niños que le escuchaban, pues solía platicarles del reino de su Padre, se sentían transportados al oir la promesa de habitar después de esta vida en un mundo mejor. Su protección era la de un amante Pastor y su enseñanza la del mejor de los Maestros. Los niños lo amaban, gozaban cuando la mano de Jesús pasaba suavemente por sus cabezas y en su faz se veía la felicidad cuando eran mirados por El. ¡Cuánto amó a los hombres y cuánto amó a los niños!

Jesús brillaba más que los rayos del sol, porque de Él se desprendía una luz divina que embellecía su ser. Su mirada no era como la de los demás hombres, como la de los otros maestros, sino que penetraba en los corazones vivificándoles y bendiciéndolos.

Sus ojos siempre serenos y tristes tenían un mensaje secreto, profundo, sublime, para la humanidad. Su voz tenía una armonía tan dulce y desconocida, que arrullaba y llamaba a los niños sus amigos. Los niños cuando se acercaban a mí, buscándolo, me decían: buscamos a nuestro amigo Jesús, y era verdadero amigo de la niñez. ¡Cuántas cosas bellas mis ojos contemplaron y cómo me alegré de ser madre de Jesús! Después de mi embeleso y éxtasis con que miraba a mi Hijo, viéndolo tornarse de niño en adolescente, presentía el fin que le esperaba cuando hubiera conluído su misión.

Él como Maestro, desde su niñez me decía: «Mira Madre la limpidez de esa fuente, de la cual toman agua para cultivar el jardín y cuánta belleza después en las flores cuando llega la primavera. Así es el corazón del que ama, siempre dispuesto a dar sus mejores aguas y el pensamiento a dar sus primeras luces». Así amo a la humanidad, un canto eterno de amor hay dentro de Mí. Más allá de Jerusalén hay también otros hombres que viven como éstos y mi Padre, es el Padre espiritual de todos, también a ellos llegará su divino mensaje. El hablaba con una seguridad tan grande desde pequeño y me decía: «Mi Padre me habló esta noche y a Mí ha llegado su mensaje secreto: Lo he sentido en mi corazón.»

Una belleza muy grande lo cubría, cuando elevaba su espíritu haciendo comunión con el Padre y después, cuando lleno del Espíritu divino se encontraba e iba en busca de los tristes, de los enfermos, de sus labios parecían brotar rayos de claridad, de luz divina. Su lenguaje sencillo hacía que todos le comprendieran.

Su vida fue ejemplo de espiritualidad y Yo la feliz madre de aquel hijo que el cielo me había dado, lo acompañé en su tránsito por el mundo. Después de mi gozo, fue el sufrimiento; mas el hijo y la madre acataron la voluntad divina. Y aquel Jesús tan dulce, tan tierno, que amó tanto a los hombres, fue por ellos crucificado y cuando fue depositado en mis brazos no había donde poner en El un dedo, porque todo su cuerpo había sido herido. Entonces contemplé cuán duro es el corazón del hombre y qué ciega es la humanidad que sabe levantar sobre un trono al que no lo merece y aquel que sólo vino a enseñar y a ser ejemplo, fue burlado y sacrificado. Todo el que trae un mensaje divino debe iluminar la Tierra y morir después.

Sus manos que acariciaron tanto, fueron traspasadas por clavos. Sus enemigos, a pesar de su ofuscación, muchas veces oyéndolo hablar lo admiraron; y es que dentro de ellos le reconocían pero callaban por no confesar que les había cautivado. Dentro de ellos le admiraban y fuera le despreciaban. El lo sabía todo y no tuvo para ellos reproche alguno. Amó tiernamente a sus discípulos, aún a Judas que lo entregó. Habló a sus discípulos como nadie ha hablado en este mundo y muchas veces ellos que convivieron con El y conocían su lenguaje, no comprendían su sentido y se preguntaban unos a otros el significado de sus palabras. Y es que les hablaba con tanta perfección, como Dios, que ellos como hombres no alcanzaban a comprenderlo.

Cuántas veces a la caída de la tarde, siendo niño Jesús, le estrechaba en mis brazos y conversaba con Él. Le hablaba de Dios o de los anuncios de los profetas, diciéndole: «Los profetas, han enseñado que el Hijo de Dios vendrá a salvar a los hombres» y entonces para no revelar por humildad su misión, permanecía silencioso y fingía dormir. Yo continuaba diciendo: Sabemos que un profeta ha de venir cuando el mundo duerma espiritualmente y esté entregado a su pecado a anunciar la proximidad del Reino de los Cielos y El sabía quién era ese profeta, mas parecía abstraerse en profundos pensamientos y no atender a mis palabras. Otras veces le hablaba de su nacimiento, diciéndole que hasta El habían llegado tres sabios para rendir el tributo de su amor y solo sonreía.

Muchas veces lo sorprendía hablando con alguien que yo no veía. El sabía que era el Hijo de Dios, yo también lo sabía y muy poco hablaba de lo que ambos conocíamos. Los sabios “magos” atestiguaron que El era el Mesías. En el templo dijeron: «He aquí al Enviado» y El no habló de estas cosas hasta que fue llegado el momento de su predicación. Cuando un pobre llamaba a la puerta de aquella morada humilde, pidiendo caridad, mi hijo acariciaba su cabeza y le decía: Yo he venido a vosotros para haceros dueños de un Reino, y hablaba a aquel largamente, entonces aquel menesteroso olvidaba su pobreza y se alejaba satisfecho.

Jesús tenía tanto poder, que cuando decía a los hombres: Seguidme, ellos lo seguían dejando las cosas materiales. Porque el que le había oído, ya no podía vivir sin su palabra. Olvidaban sus afectos y necesidades porque su palabra era cautivadora, llena de verdad, de ese amor y caridad de que está siempre hambrienta la humanidad. Cuando conversaba conmigo me decía que el amor del Padre Celestial es el primero y último amor. Que El es principio y fin de toda criatura y que, lo que de El procede a El tiene que volver. Cuando oraba, parecía transportarse a otras regiones y después de volver de su éxtasis me decía: Madre, en breve partiré porque hay misiones que mi Padre me ha confiado y voy a cumplirlas. La humanidad me llama, me necesita y debo ir a ella a dar lo que el Padre me ha ordenado.

Su corazón siempre compasivo, se complacía en consolar lo mismo a los hombres que a los seres inferiores, también necesitados de amor. El venía curando y restaurando seres y cosas y al paso de su mano las heridas se cerraban. La herida de Malco la cerró con su amor. (Juan 18:10-11)

Los hombres palparon sus prodigios. Siendo niño todavía, se acercó a Él un anciano y le dijo: Sé que posees ciertas virtudes y vengo a Tí en busca de ayuda, mi siembra se marchita por falta de agua; llendo en pos del anciano llegó a aquellos campos y después de elevar sus ojos al cielo habló algunas palabras y las aguas cayeron a torrentes fecundando los campos. Aquél anciano recogió abundante cosecha y el sembrador me dijo: Este niño tiene una virtud que el cielo le ha dado, pues nunca mis campos produjeron tanto, ni mis graneros fueron tan llenos. Y la Madre era feliz mirando el cumplimiento de la palabra de Dios y la obediencia de mi hijo. Yo también necesitaba verlo, oirlo y estar cerca de El para ser dichosa.

Aquel niño convertido más tarde en Maestro, habló en parábola para instruir a sus discípulos conforme a su entendimiento; habló de la eternidad, de las leyes del Padre y de su Plan perfecto. Y cuántas veces por hablar y preparar a los corazones, olvidaba que no había llevado un pan a sus labios. No descansó en su tarea, pues decía que debía dar a los hombres lo que era de los hombres. Y después de leer en el corazón de los que le habían oído y saber que muy pocos le comprendían, ¿creéis pueblo, que su mirada era alegre? Jesús tenía su mirada bella pero siempre triste.

Cuando lo llevaron al Calvario y su cuerpo fue sólo una herida, yo pregunté: ¿Qué ha hecho a los hombres sino darles la fragancia de su exquisito corazón? Por eso al presentir El, todo lo que había de ser, su mirada triste parecía ocultar un secreto. Habló también de un tiempo en que El enviaría rayos de luz sobre los hombres y es lo que tenía reservado para el tiempo presente, la irradiación de su Espíritu. Esta es la forma en que habría de comunicarse con vosotros, para elevaros con su palabra divina y consumar su obra. Amados míos: ¿Cómo estaría el corazón de la Madre en aquel día de dolor? Yo sabía por las profecías que el Hijo de Dios sería sacrificado, por eso cuando El se ausentaba para ir a predicar, mi alma angustiada preguntaba si le habían visto, y me decían: ¿Quién eres tú que has perdido a tu hijo? Soy la Madre de Jesús, y contestaban: Anda predicando el Reino de Dios en la conciencia del hombre. Y predicaba así: «El Reino de Dios dentro del corazón del hombre limpio y justo se encuentra». Y el Reino vino a ellos y teniéndolo en Jesús no lo reconocieron.

¡Oh Hijo mío, en quien se ocultó el Verbo Divino, te recuerdo como niño, te admiro como Verbo y te amo como Enviado! ¡Los que te escucharon como hombre en el Segundo Tiempo y hoy te oyen como Espíritu Divino, te recordarán siempre!

Su palabra es semilla que florece en los cielos y será fruto en la Tierra. Dios en los cielos se sirve de los ángeles para llevar a cabo sus designios y en la Tierra se sirve de los hombres. Amado mío: fue tu vida una constante entrega a tus hijos. Consagraste tu vida a los pobres, a los enfermos, a los pecadores, y tus labios que hablaban tanto de amor, se cerraron por causa de la incomprensión humana. Tu sed era de amor y caridad entre los hombres y no supieron calmarla, porque la sed de la humanidad es de guerras y de pasiones terrestres y sólo el agua de gracia apartará la sed que los consume. Falta luz en la Tierra porque no quiere el hombre esa iluminación divina. Las virtudes se apagan poco a poco y sólo persiguen esa falsa luz que da la ciencia, y Tú vienes a hablarles de esa luz que no se extingue jamás. Su última mirada fue tan triste…Madre, me dijo: ¡Ahí tienes a tu hijo! Yo amé a Juan y lo tomé desde esa hora como mi hijo, pues tenía en su virtud semejanza con Jesús. Fue báculo en mi ancianidad.

Aquella voz cesó en aquel día y Yo con todo mi amor no pude cerrar sus heridas.

Su alma y su cuerpo estaban destrozados. Heridas sobre heridas sufrió en su martirio. En esta noche Yo os bendigo, madres. Os deseo que nunca oigáis el grito de una turba enloquecida pidiendo que vuestro hijo muera en la cruz. ¿Podéis imaginar lo que pasaba en el alma de María?

¡Que nunca sepáis de esas cosas, oh, madres, porque si tuvieseis que soportar esta prueba no la resistiríais! Sus últimas miradas fueron para alentar mi corazón desgarrado. ¡ Aliento mío, causa de mi felicidad y mi dolor! Yo bendigo a tus hijos, Jesús, a tus discípulos, y como sucesora tuya, seguiré instruyéndolos. Bendigo el género humano y en este día mi caridad sea con las madres que van por el camino de flores y de espinas.

Fuente: Textos recopilados de las páginas web Luz de Ilunum y Sieteluces, además de los canales de youtube Luz de ilunum y Editorial Sieteluces, textos propios y/o recopilados por el escritor e investigador José Antonio Iniesta Villanueva.