UNIDAD
EL SIGNIFICADO Y EL MÉTODO DE LA VIDA ESPIRITUAL
(2ª. Parte)
Por Annie Besant
La Renuncia a los Frutos de la Acción
La vida espiritual se gana gradualmente, y las lecciones del espíritu se aprenden en este mundo —pero con una condición. Esta condición tiene dos etapas; la primera es que hagamos cuanto debamos hacer porque es nuestro deber. A medida que despunta la vida espiritual, reconocemos que todos nuestros actos hay que realizarlos, no para obtener algún resultado en particular, sino porque es nuestro deber hacerlo. Esto se dice fácilmente, pero ¡cuán difícil es lograrlo! No tenemos que cambiar nada en nuestra vida para ser personas espirituales, pero tenemos que cambiar nuestra actitud hacia la vida.
Debemos cesar de esperar de ella y darnos por completo a ella, porque es nuestro deber.
Ahora ese concepto de la vida es un gran primer paso hacia el reconocimiento de la UNIDAD. Si existe sólo una gran Vida, si cada uno de nosotros no es sino una expresión de esa Vida, entonces toda nuestra actividad es simplemente la obra de esa Vida dentro de nosotros, y los resultados los gana esa Vida común a todos, y no las individualidades por separado. Esto es a lo que alude el Gita al mencionar que debemos renunciar a los frutos de la acción —porque el fruto es el resultado normal de la acción.
Este consejo es solamente para quienes desean vivir la vida espiritual, pero no es aconsejable que las personas renuncien a los frutos de la acción hasta que no surja en ellos un motivo más grande para ello, uno que los mueva a la actividad sin la búsqueda de una recompensa para el yo personal. Debemos desarrollar la actividad, que es la vía de evolución. Sin actividad no evolucionamos, sin esfuerzo ni batalla nos quedamos flotando en las aguas de la vida y no avanzamos con la corriente del río. La actividad es la ley de progreso, y según nos esforzamos, una nueva vida fluye hacia nosotros. Por eso se ha escrito que quienes son descuidados nunca encontrarán al Yo. Los que son descuidados e inactivos ni siquiera han comenzado a girarse hacia la vida espiritual.
El motivo de la acción para la persona común es propiamente al disfrute de sus frutos. Esta es la forma que Dios tiene de encaminar al mundo por el sendero de la evolución. Nos ponen premios delante. Luchamos por obtener esos premios, y según libramos esa batalla vamos desarrollando nuestros poderes. Pero cuando atrapamos el premio, éste se nos deshace siempre en las manos. Si contemplamos la vida humana, vemos esto repetirse continuamente. Deseas dinero, lo ganas, millones. En medio de los millones, un mortal descontento te invade, te cansas de la riqueza que no puedes usar.
O luchas por alcanzar la fama y la obtienes. Y luego la consideras “una voz pasajera, perdida en un mar sin fin.” Luchas por obtener el poder, y cuando lo alcanzas, te aburres del poder, te cansas y desanimas. La misma secuencia se repite una y otra vez.
Estos son los juguetes que el Padre usa para inducir a sus hijos a que se esfuercen.
Él mismo se oculta en el juguete para poder ganarse a sus hijos, porque no hay belleza ni atracción en parte alguna salvo en la vida de Dios. Pero el juguete es agarrado, la vida lo abandona, se derrumba en las manos, y nos sentimos desalentados. Porque el valor yace en el esfuerzo, no en la posesión, en los poderes que educimos al querer obtenerlo, y no en la ociosidad después de la victoria. Y así evolucionamos, y hasta que esas delicias hayan perdido el poder de atraernos, es bueno que sigan alentándonos al esfuerzo y la batalla.
Pero cuando el espíritu comienza a despertar y a buscar su propia manifestación, entonces los premios pierden su poder de atracción. Vemos el deber en vez de los frutos como el motivo. Y entonces trabajamos por el deber mismo, como parte de la Gran Vida Una, y trabajamos poniendo en ello toda nuestra energía, como mismo lo hacen quienes trabajan por el fruto, o quizás más aún. Aquellos que pueden trabajar en algún gran proyecto para el bien humano, y que luego de años de labor lo ven derrumbarse, y aún se mantienen contentos, han avanzado considerablemente por el sendero de la vida espiritual. ¿Parece esto imposible? No cuando comprendemos la Vida y hemos sentido su UNIDAD, porque en esa conciencia no hay esfuerzo humano malgastado, ni trabajo fallido. La forma en que el trabajo opera puede caerse, pero la vida continúa.
Un motivo así puede animar incluso a aquéllos que están fuera de la vida espiritual.
Considere cómo algunas veces en alguna gran campaña de batalla, el éxito y la derrota son palabras que cambian su significado cuando la vastedad presente lucha por un solo fin. Una pequeña banda de soldados puede ser enviada a realizar una tarea imposible y sin esperanza. Un comandante puede recibir una orden que sabe que es imposible obedecer, acaso tomar una colina erizada de cañones. Él sabe que antes de que pueda alcanzar la cima de esa colina, su regimiento será diezmado, y si él continúa insistiendo, incluso aniquilado. No hace diferencia alguna para el soldado leal que confía en su general y conduce a sus hombres. No vacila, contempla la orden solo como una prueba de la confianza de su comandante, de que es considerado suficientemente fuerte como para luchar e inevitablemente fallar. Pero, ¿han realmente fallado cuando muere el último de sus hombres y sólo quedan los cadáveres? Parecerá así a quienes sólo han visto esa parte de la batalla. Pero mientras ellos atraían la atención del enemigo, otros movimientos que aseguraron la victoria pasaron desapercibidos. Cuando una nación le alza un monumento de agradecimiento a aquellos que conquistaron la victoria, los nombres de quienes cayeron para que la victoria de sus camaradas fuese posible tendrán un lugar de honor.
Y lo mismo ocurre con quienes son espirituales. Saben que el plan no puede fallar.
Conocen que el combate terminará coronado por la victoria. A quienes han conocido la Unidad, no les importa que una pequeña parte del plan se considere fallida. Ha hecho posible la victoria del gran plan de la redención humana, que es la verdadera finalidad para la cual han trabajado. No han trabajado para lograr un éxito aquí, para fundar alguna gran institución allá, sino que han trabajado para la redención de la humanidad.
Aunque la forma de una parte del trabajo ha sido aplastada, la vida avanza y tiene éxito.
Eso es lo que significa trabajar por el deber. Hace la vida comparativamente más fácil. Hace la vida más calmada, fuerte, imparcial y no peligrosa, para quienes trabajan por el deber sin aferrarse a nada. Cuando el deber está cumplido, no se preocupan más por ello. Dejan a un lado el éxito o el fallo, como lo juzga el mundo. Este es el secreto de la paz en el trabajo. Quienes trabajan por el éxito, siempre están preocupados, siempre están ansiosos, siempre están haciendo un recuento de sus fuerzas, considerando sus chances y posibilidades. Pero aquéllos a quienes no les importa el éxito, sino por el deber, trabajan con la fortaleza de la Divinidad y su objetivo es siempre seguro.
Actuando como Canales de lo Divino
Ese es el primer gran paso. Para poder tomarlo hay un secreto que debemos recordar: debemos hacer todo como si el Gran Poder lo estuviese haciendo a través de nosotros. Lo que se denomina en el Gita “la inacción en medio de la acción.” Para aquellos del mundo que se convertirán en personas verdaderamente espirituales, ese es el pensamiento que deben tener detrás de todo su trabajo. ¿Cuál sería el motivo en el corazón del abogado o el juez, si ellos aprendieran el secreto del espíritu en los asuntos comunes de la vida? Que tendrían que contemplarse a sí mismos simplemente como encarnaciones de la justicia divina. Incluso en medio de la ley, como la conocemos, imperfecta como es y llena de errores, si es la justicia de Dios luchando para hacerse suprema en la tierra. Quienes deseen ser espirituales en la profesión legal, deben tener en el corazón de sus pensamientos: “Yo soy la mano de la justicia divina en el mundo, y como tal, cumplo la ley.”
Es lo mismo en todos los campos. El comercio es una de las formas en que el mundo vive —una parte de la Actividad Divina. Aquellos que trabajan en el comercio, deben verse a sí mismos como parte de esa corriente de vida en circulación mediante la cual las naciones se acercan unas a otras. Son los mercaderes divinos del mundo, y en ellos la Actividad Divina debe hallar manos y pies. Y todos los que toman parte en dirigir y guiar a una nación también son representes del Legislador Divino, y solo deben hacer su trabajo bien, dándose cuenta de que son la encarnación de la vida divina en ese aspecto.
Sé lo extraño que esto suena cuando pensamos en luchas políticas y en la mezquindad de algunos políticos. Pero la degradación no toca la realidad de la Presencia Divina, y en cada dirigente, o en cada fragmento de un dirigente, el Legislador divino busca encarnar el orden para que la nación tenga una vida nacional pura, noble y feliz. Si solamente unos pocos de cada ámbito de la vida luchara por alcanzar la vida espiritual, si dejaran a un lado los frutos de la acción individual, pensaran en sí mismos solo como encarnaciones de los muchos aspectos de la Actividad Divina en el mundo, ¡cuán bella y sublime se convertiría la vida en el mundo!
Es lo mismo en la vida del hogar. En un viejo libro hindú se dice que el Logos del universo, Dios manifestado, es el Dueño Divino de la casa. Cada esposo debe considerarse como una encarnación de ese Dueño Divino. Su mujer y sus hijos existen, no para traerle comodidad y delicia, sino para que él pueda personificar al hombre perfecto, como esposo y padre. La mujer y madre debe pensar que ella es la encarnación del otro lado de la Naturaleza, el lado de la materia, la que nutre, y personificar a la Naturaleza que no cesa de proveer para todas las necesidades de sus hijos. Según el gran Padre y Madre de todos protegen y nutren al mundo, así los padres protegen a sus hijos en un hogar donde la vida espiritual comienza a crecer. Así, que toda la vida sea hecha bella, y cada hombre y mujer que comienzan a mostrar la vida espiritual se conviertan en una bendición en el hogar y en el mundo.
La Alegría de Dar
El segundo gran paso que debemos dar, cuando el deber se hace por el deber mismo, agrega alegría al deber —el completamiento de la Ley del Sacrificio. En esa noble visión de la vida, nos vemos a nosotros mismos no meramente como la Vida Divina en actividad en el mundo, sino como la Vida Divina que se sacrifica para que todos puedan vivir. Porque está escrito que el amanecer del universo es un acto de sacrificio, y el apoyo del universo es un continuo sacrificio del Espíritu que permea todas las cosas y las anima. Cuando nos damos cuenta del enorme sacrificio como la Vida del universo, es una alegría lanzarnos nosotros a ese sacrificio y compartirlo, no importa en cuán pequeña parte, y ser parte de la vida de sacrificio mediante la cual los mundos evolucionan. “Dónde entonces hay dolor, dónde entonces hay desilusión, una vez que se ha visto la Unidad?“ Ese es el secreto de la alegría en quienes son espirituales. Perdiendo todo externamente, ganan todo dentro.
Con frecuencia he dicho, y sigue siendo cierto, que mientras que la vida de la forma consiste en tomar, la vida del espíritu consiste en dar. Es esto lo que hizo que el Cristo, como Dador Espiritual, declarara: “Es una bendición mayor dar que recibir.” Porque, verdaderamente, quienes conocen la alegría de dar no desean sentir la alegría de recibir.
Conocen la primavera de una alegría certera que surge dentro del corazón cuando se vierte la Vida. Porque incluso si la Vida Divina fluyera hacia dentro de nosotros y la guardáramos adentro, ésta se convertiría en estancada, torpe, muerta. Pero la vida a través de la cual la Vida Divina se vuelca incesantemente no está estancada y no se gasta. Mientras más se da, más se recibe.
No tengamos entonces temor a dar. Mientras más demos, más plena será nuestra vida. No nos dejemos engañar por el mundo de la separación, en el cual si damos cada vez tendremos menos. Si tuviera oro, mi tienda tendría cada vez menos con cada moneda que regale, pero eso no ocurre con las cosas del espíritu. Mientras más damos, más tenemos; con cada acto de generosidad nos convierte en una reserva más grande.
Así, no debemos temer a quedarnos vacíos, secos, exhaustos, porque toda la vida está detrás de nosotros, y sus afluentes son uno con el nuestro. Toda vez que sabemos que la Vida no es nuestra, una vez que nos damos cuenta de que somos parte de una poderosa UNIDAD, entonces sobreviene la verdadera alegría de vivir, la verdadera bendición de una vida que conoce su propia eternidad. Todos los pequeños placeres del mundo que alguna vez fueron tan atractivos se desvanecen en la flora del verdadero vivir, y bnosotros sabemos el significado de las grandes palabras: “Aquél que pierda su vida la hallará en la vida eterna”.
Fuente: Textos recopilados de las páginas web Luz de Ilunum y Sieteluces, además de los canales de youtube Luz de ilunum y Editorial Sieteluces, textos propios y/o recopilados por el escritor e investigador José Antonio Iniesta Villanueva.