CURSOS DE LUZ
LOS ESPLENDORES DE TIPHÉRET
EL SOL
Por Omraam Mikhael Aivanhov
Nadie se da cuenta aún de la importancia del sol. La ciencia se ocupa de él, claro, pero para utilizarlo, para embotellarlo, para venderlo. Sólo ven siempre el aspecto material, financiero. Del aspecto espiritual están lejos, ¡tan lejos!… Incluso los religiosos, y sobre todo los religiosos. Y es justamente este aspecto espiritual el que quiero mostraros: lo que representa el sol, sus rayos… cómo desarrollarse espiritualmente gracias al conocimiento del sol, a la práctica del sol, sabiendo cómo mirarlo, cómo contemplarlo, e incluso cómo penetrar en él…
El sol es el origen y el padre de todas las cosas, es la Causa primera; la Tierra y los demás planetas han salido de él, él es quien los ha engendrado. Por eso la Tierra contiene los mismos elementos que el sol, pero en estado sólido, condensado. Los minerales, los metales, las piedras preciosas, las plantas, los gases, los cuerpos sutiles o densos que se encuentran en el suelo, en el agua, en el aire y en el plano etérico, han salido del sol. Así pues, los productos farmacéuticos, que han sido fabricados a partir de sustancias minerales o vegetales, vienen del sol… Sí, todos los medicamentos, todas las quintaesencias que los químicos han logrado extraer y preparar, vienen del sol. Veréis en un momento qué camino se abre ahora para el discípulo, cómo, concentrándose en el sol, puede apropiarse, captar en su pureza original los elementos necesarios para su equilibrio y su salud.
Actualmente, los hombres se atiborran de medicamentos, se tragan farmacias enteras con la esperanza de curarse. Nunca piensan en ir a buscar más arriba, en las regiones sutiles, otros elementos mejores; se contentan con tomar en el plano físico las sustancias que necesitan. ¿Y de dónde vienen estas sustancias? Del sol. ¿No es preferible, entonces, ir a buscarlas directamente, arriba, a la fuente?
Para comprender esta idea, debemos saber que el universo en el que vivimos se ha formado por condensaciones sucesivas. Al principio había fuego. El fuego, poco a poco, emanó de sí mismo una sustancia más densa, el aire, que, a su vez, emanó el agua.
Y el aire quiere volver hacia su padre, el fuego, pero el fuego le dice: “No, no, estoy harto de ti, vete, ¡eres muy feliz allí abajo!” Y el aire se pone a llorar, a llorar, ¡y ahí está la lluvia! Diréis: “¡Vaya explicaciones!” Sí, son explicaciones… ¡ “de la casa” !…
El agua, a su vez, se desembarazó de los elementos más densos, y se formó la tierra.
Además, ahora se tienen pruebas científicas de que la vida en la tierra salió del agua. Cada elemento es una condensación de otro elemento más sutil: el aire del fuego, el agua del aire, la tierra del agua. Pero, más allá del fuego que nosotros conocemos, existe otro fuego, la luz del sol, que es el origen de todas las cosas y en la que podemos encontrar en estado sutil, etérico, todo lo que existe en la tierra.
Diréis: “Pero, ¿qué sucedió para que todos estos elementos se condensasen?” Bastó con que se saliesen del centro. El centro, es el sol. Cuando los elementos contenidos en el sol se alejaron hacia la periferia, se condensaron, se volvieron opacos, pesados… Y lo mismo sucede con nosotros, mis queridos hermanos y hermanas: al alejarnos del centro, del seno de Dios, nos volvimos apagados y pesados. Para volver a encontrar nuestra pureza y nuestra luz, debemos volver hacia el centro.
Vais a ver cómo todas las religiones coinciden en esta búsqueda del centro, o, si lo preferís, simbólicamente, del sol. Cuando el hombre decide volver hacia el centro, se producen cambios en todo su ser… Os he hablado a menudo de este artefacto que vi, hace años, en Luna Park. Era una plataforma redonda, giratoria, a la que se subían los jóvenes… La máquina se ponía en marcha, el movimiento se aceleraba cada vez más, y, pronto, los que se encontraban en la periferia eran atrapados por el torbellino de las fuerzas centrífugas que les desequilibraban y les proyectaban por todos lados hacia el exterior, mientras que los que permanecían en el centro, se quedaban en su sitio, de pie, inmóviles, sonrientes. Gracias a esta imagen, os mostré que, cuanto más os alejáis del centro, tanto más os veis sometidos a una fuerza desordenada, caótica, y, poco a poco, perdéis vuestro equilibrio y vuestra paz. Pero, cuando os acercáis al centro, al contrario, el movimiento cambia, y os sentís en la calma, el gozo, la dilatación.*
* Ver la conferencia: “El círculo (el centro y la periferia)” (tomo VIII).
A partir de este tipo de observaciones los Iniciados descubrieron unos estados de conciencia extraordinarios que les permitieron establecer una ciencia, una filosofía, unos métodos. Sus investigaciones, sus descubrimientos han llegado hasta nosotros, y ahora os los transmito para vuestra utilidad y vuestro perfeccionamiento. Pero, debéis comprenderme: yo tengo el privilegio de disponer de un lenguaje muy claro, muy sencillo, casi infantil, mientras que todo lo que encontréis en las obras de los religiosos y de los filósofos ¡es tan abstracto y oscuro! Pero ¿por qué no simplificar la expresión de las grandes verdades?… Esta es una cualidad que Dios me ha dado: la de saber presentar las cosas clara y sencillamente.
Al venir cada mañana con el deseo de contemplar al sol, de extraer fuerzas de él, de penetrar en él, pero también de encontrarlo dentro de nosotros mismos, abandonamos la periferia para volver hacia la fuente, en la paz, la luz, la libertad, en unión con Dios.
El sol es el centro de nuestro sistema solar y todos los planetas gravitan a su alrededor en un movimiento armonioso. Este movimiento armonioso de los planetas alrededor del sol es el que debemos imprimir a nuestras células. Pero, para ello, tenemos que encontrar el centro en nosotros, el sol, el espíritu, Dios. Entonces, todas las partículas de nuestro ser entran en el ritmo de la vida universal y las sensaciones y estados de conciencia que experimentamos son tan maravillosos que no hay palabras para expresarlos. Hoy os presento el aspecto filosófico de esta cuestión del centro; después veremos el aspecto práctico, mágico. Todavía no lo conocéis, y nada es más importante.
“Pero, diréis, ¿es absolutamente necesario ir a ver la salida del sol? ¿No es lo mismo rezar en casa?” En vuestra habitación podéis, desde luego, rezar, conectaros con Dios, encontrar el centro; podéis tener los mismos resultados, los mismos éxtasis, por supuesto. Pero, si al mismo tiempo que rezáis, respiráis el aire puro, si os exponéis a los rayos del sol, realizáis esta unión con Dios, no sólo intelectualmente, con el pensamiento, sino también físicamente, con el aire, con la luz, y entonces vuestra oración es más completa. Aquí, en la salida del sol, sois ayudados por unos factores muy poderosos: el aire puro, la paz, todo este espacio, este calor, esta luz… ¡Es la plenitud! ¿Veis?, queridos hermanos y hermanas, si sabemos situar correctamente las cosas y apreciar su valor, nos acercamos más rápidamente, más eficazmente, más maravillosamente a esta fuente de la vida que todos necesitamos.
Todos los seres sin excepción tienen necesidad de volver hacia la fuente. Lo comprenden de diferentes maneras, pero, en realidad, todos buscan al Señor: los que no hacen más que comer y beber, los que buscan a las mujeres sin saciarse nunca, los que desean la riqueza, el poder o la ciencia… todos buscan a Dios. Mi interpretación ofuscará quizá a los religiosos, porque son a menudo estrechos de miras y están llenos de prejuicios, y dirán. “¡Es imposible que los hombres busquen a Dios por estos caminos tortuosos!” Sí, no existe ninguna criatura que no busque a Dios. Sólo que cada una comprende y busca a Dios a su manera. Sería preferible, claro, que supiesen dónde está y cómo encontrarle en perfección, pero Dios está un poco en el alimento, un poco en el dinero, y también en el amor de los hombres y de las mujeres… Sí, estas sensaciones de plenitud, de dilatación, de maravilla es Él quien las procura. Y desear la autoridad, el poder, es también querer poseer un atributo de Dios. Querer ser bellos, y arruinarse incluso en los institutos de belleza en operaciones de cirugía estética, o de no sé qué, también es tratar de tener una cualidad de Dios: la belleza. Y hasta los glotones, que se pasan todo el día en comilonas, si no fuese porque así degustan un poco al Señor, no sentirían este placer del paladar o de las entrañas. No existe nada bueno, hermoso o deleitable que no encierre por lo menos algunas partículas de la Divinidad. Sólo que, para encontrar verdaderamente al Señor, nosotros no preconizamos todos estos caminos tan costosos, groseros y deplorables. Mostramos el mejor camino, el que nos lleva a Él directamente.
Lo primero que hay que hacer, es ser conscientes de la importancia del centro y comprender cómo la búsqueda de este centro provoca grandes cambios en nosotros, incluso sin que nos demos cuenta. Cuanto más nos acercamos al sol con todo nuestro espíritu, con toda nuestra alma, con todo nuestro pensamiento, con todo nuestro corazón, con toda nuestra voluntad, más nos acercamos al centro, que es Dios, porque, en el plano físico, el sol es el símbolo de la Divinidad, su representación tangible, visible. Y todos estos nombres abstractos y alejados de nosotros que se le dan al Señor: Fuente de vida, Creador del cielo y de la tierra, Causa primera, Dios Todopoderoso, Alma universal, Inteligencia cósmica… pueden resumirse en la imagen del sol, tan concreta y próxima a nosotros. Sí, podéis considerar al sol como el resumen, la síntesis de todas estas ideas sublimes y abstractas que nos sobrepasan. En el plano físico, en la materia, el sol es la puerta, la conexión, el médium gracias al cual podemos unirnos al Señor.
Tomad lo que hoy acabo de deciros, consideradlo, meditadlo… Y, sobre todo, no digáis: “¡Ya lo sé, ya lo he oído, ya lo he leído!” Aunque sea verdad, haced como si no lo fuese, porque, si no, no evolucionaréis jamás. Esta es la actitud del mundo entero: para mostrarse superiores, todos se amparan y refugian detrás de esta reacción.
Cualquier cosa que se les diga, ya lo saben siempre, ya lo han oído, ya lo han leído.
¿Por qué, entonces, no han realizado nada? ¿Por qué siguen siendo débiles, enfermizos, limitados? Si tuviesen el verdadero saber, saldrían de sus dificultades, vencerían los obstáculos. ¡El verdadero conocimiento hace triunfar en todo! Pero no han hecho nada, ni siquiera han vencido ciertas pequeñas debilidades, chapotean siempre, ¿cómo queréis, entonces, que crea en su superioridad?… Debéis cambiar de actitud, dejar de interpretar estos papeles. Vuestro orgullo oscurece tanto vuestra inteligencia que os impide evolucionar. Así que, expulsad este orgullo, sed más humildes, haced como si acabaseis de oír lo que os digo por primera vez, y decid: “¡Qué interesante!, ¡qué descubrimiento!, ¡qué revelación!”, y veréis, entonces, qué progresos haréis. Sí, yo sé qué es lo que os impide evolucionar.
Tomad lo que hoy os he dicho como una verdad muy importante; anotadla, meditadla, y no la olvidéis jamás, porque cuanto más avancéis en este nuevo yoga, desconocido o despreciado, más descubriréis su eficacia: os dará las posibilidades de aclarar numerosas cuestiones, y de actuar después en consecuencia. Empezad, pues, por aprender que, al mirar el centro del sistema solar, restablecéis dentro de vosotros mismos un sistema idéntico con su propio sol en el centro: vuestro espíritu, que vuelve, que se instala y toma el mando. De momento, dentro de vosotros hay desorden y caos, no hay centro, no hay gobierno, no hay cabeza: todos vuestros inquilinos comen, beben, gritan, saquean; los pensamientos, los sentimientos, los deseos se pasean todos en desorden. ¿Cómo queréis resolver vuestros problemas con esta anarquía? ¡No lo conseguiréis! Debéis ser primero, interiormente, como un sistema solar, poseer interiormente el sol, para que todo gravite alrededor de un centro, pero de un centro luminoso, caluroso, y no aceptar más un centro que sea apagado, débil, sucio, estúpido…
¡Vamos, limpieza! A todos aquéllos que habíais tomado como guías, ignorantes o sabios, gentes de vuestro entorno o personajes históricos, debéis verificarlos uno tras otro diciendo: “¿Acaso eres tan luminoso como el sol? ¿No? Entonces, ¡fuera, vete!…
¿Y tú, eres tan caluroso como el sol? ¿No? ¡vamos, fuera!” Después de este barrido, de esta purificación, instaláis al sol. Y, cuando el sol se presente, cuando vuelva a tomar su lugar central, cuando esté presente en vosotros, real, vivo, veréis de lo que es capaz. A su llegada, todos los habitantes que hay en vosotros sentirán a su jefe, a su amo, a su señor.
A menudo os he dado el ejemplo de los niños en una clase: riñen, se pelean… pero en cuanto llega el maestro, todos los niños vuelven a su sitio con un aire inocente y cándido, y le escuchan en un silencio formidable. Tomemos también el ejemplo de los cantantes de una coral o de los soldados de un cuartel: mientras que falta la cabeza, el director de la coral o el capitán, cada uno hace lo que quiere, pero, cuando la cabeza llega, todos se ponen en su sitio y empieza el trabajo… De momento, en el hombre, el corazón ha bajado al lugar del vientre y el vientre se ha puesto en el sitio de la cabeza… y el cerebro se ha caído a los pies. Esto es lo que yo veo: las piernas arriba, la cabeza abajo, ¡todo al revés!
Tomemos otro ejemplo: una familia que está discutiendo… De repente, un amigo al que todos estiman y respetan viene a hacerles una visita; entonces, veis cómo se esfuerzan los pobres por olvidar sus rencillas y adoptar unos formas y unas actitudes decorosas: “Pero siéntese. ¡Qué felices estamos de verle! ¿Qué tal está?”… y hasta se miran amablemente para que el amigo no se dé cuenta de que se encontraban en plena tragedia. Pues bien, ¿por qué no utilizar la misma ley, e introducir dentro de nosotros mismos la “cabeza” más luminosa, la más calurosa, la más vivificante: el sol? Entonces, instintivamente, mágicamente, todos encontrarán su sitio, porque tendrán vergüenza de mostrarse groseros ante este amigo o este superior… Cuando estallan dentro de vosotros discusiones, tumultos, revoluciones, si os ponéis a rezar con mucho ardor, de un solo golpe todo se serena, y volvéis a encontrar la calma y el gozo: es porque ha venido dentro de vosotros un amigo, y, gracias a él, todos los habitantes se han callado.
¿Cuántas veces lo habéis verificado, verdad? Y si le rezáis a este amigo con más asiduidad y fervor todavía para que no se vaya, para que se quede y habite en vosotros para siempre, para que se instale en el centro de vuestro ser y ya no se mueva más, entonces, la paz y la luz reinarán eternamente en vosotros.
Fuente: Textos recopilados de las páginas web Luz de Ilunum y Sieteluces, además de los canales de youtube Luz de ilunum y Editorial Sieteluces, textos propios y/o recopilados por el escritor e investigador José Antonio Iniesta Villanueva.